20 marzo 2019

PECADO MORAL Y CASTIGO FÍSICO

Por Gabriel González del Estal

1.- Aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. A lo largo de las páginas del Antiguo Testamento es fácil comprobar que el pueblo hebreo creía que el mal físico era consecuencia del pecado moral. Cuando el pueblo se portaba bien moralmente, Dios le premiaba con salud, riqueza y victorias sobre los enemigos extranjeros; cuando el pueblo se portaba moralmente mal, Dios les castigaba con sufrimientos, pobreza y derrota frente a los enemigos. Por eso, en tiempos de Jesús, la gente pensó que la muerte de los que murieron aplastados por la torre de Siloé eran más pecadores que los demás. Jesús aprovecha esta opinión de la gente para convencerles de la necesidad que todos tienen de conversión: todos, les dice, sois pecadores y en consecuencia todos necesitáis conversión, porque si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. Es cierto que en este texto evangélico se une, de alguna manera, castigo físico con pecado moral. No se dice que la causa de la muerte de los que murieron aplastados por la torre de Siloé fuera por ser peores que los demás, pero sí se dice que todos necesitamos conversión, si no queremos perecer.
Nosotros, en este siglo XXI, no creemos que el mal físico sea siempre consecuencia de un pecado moral; la enfermedad y las desgracias, en general, afectan igualmente a buenos y malos. Pero sí creemos que los pecados del hombre son, muchas veces, causa directa de múltiples males físicos: enfermedades, desigualdad social, violencias, guerras, etc. Lo que no podemos creer es que Dios sea el causante de nuestros males físicos: el cáncer puede afectar igualmente a un santo, como a un pecador. Dios quiere siempre nuestro bien y quiere que nosotros luchemos siempre contra el mal: contra el mal físico y contra el mal moral. Dios quiere que nos convirtamos y que, por nuestra conversión, atraigamos sobre nosotros su gracia y su bondad. Este puede ser el mensaje de este texto evangélico, en este tiempo de cuaresma: la necesidad de conversión para reconciliarnos con Dios.

2.- Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas. ¡La paciencia de Dios! Dios siempre espera nuestra conversión; nos cuida y nos abona con su gracia, para que podamos dar frutos de buenas obras. Somos viña de Dios y Dios espera de nosotros buenos frutos. La cuaresma es tiempo de preparación para la Pascua; en este tiempo debemos cuidar nuestra viña, la viña que Dios nos ha dado, limpiándola de las malas hierbas de nuestros vicios y malas tendencias, y abonando con nuestros ayunos, nuestra oración y nuestras limosnas, la cepa de nuestra alma. Sin la poda del invierno y las lluvias de la primavera la cepa no podrá dar fruto en verano.

3.- He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, me he fijado en sus sufrimientos, voy a librarlos de los egipcios, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa. Un alma dominada por sus malas pasiones es una alma esclava, sólo la gracia de Dios puede librarla de su esclavitud. Nuestro Dios, el que siempre “es”, es un Dios bueno y compasivo, que nos envió a su Hijo, como nuevo Moisés, para librarnos de la esclavitud de nuestros pecados. Dejémonos conducir por Jesús, el enviado de Dios, hacia una tierra nueva y hacia un cielo nuevo, donde ya no haya ni esclavitud, ni pecado. Guiados por Jesús, nuestro nuevo Moisés, caminemos a través del desierto de la cuaresma, hacia la tierra nueva de la Pascua.

4.. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron aquellos. San Pablo se refiere a todos aquellos israelitas que, caminando hacia la tierra prometida, murieron en el desierto, por no agradar a Dios. San Pablo les dice ahora a los primeros cristianos de Corinto que “aquello fue escrito para nuestro escarmiento”, para que sepamos que si nosotros no aprovechamos la gracia que Dios nos ha dado por medio de su Hijo, también podremos correr la misma suerte. Cristo vino para salvarnos, pero si nosotros codiciamos el mal, también nosotros caeremos. “Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga”.

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