02 diciembre 2018

Domingo I de Adviento

La reflexión que comenzamos hoy tiene como misión mostrar que, en pleno siglo XXI, es perfectamente legítimo entender positivamente la venida de Jesús dentro de un contexto científico.
La Biblia en un lenguaje muy elemental, adecuado a la cultura primitiva de aquellos a los que primeramente fue dirigida, nos comunica, de parte de Dios, las grandes verdades relacionadas con LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN.
Nada hay que impida que los científicos, con los medios propios de la ciencia más actualizada, vayan descubriendo y exponiendo en un lenguaje estrictamente científico, es decir, desde un punto de vista meramente fenomenológico, el proceso concreto como fue realizándose aquel “Fiat” pronunciado por Dios al comienzo de los tiempos.

Según los datos que nos aporta la ciencia, hace unos 13.700 millones de años, se produjo una fuerte explosión, denominada “Big-bang” con la que comenzó un proceso de complejización de la materia cuyo resultado, hasta el momento, es el mundo actual que todos vivimos. Tal proceso ha pasado al acervo científico con el nombre de EVOLUCIONISMO.
La ciencia nos muestra cómo a lo largo de los diferentes periodos han ido formándose los distintos tipos de rocas, mares, los primeros seres vivientes, ínfimos en el mar, cuya evolución dio lugar a los peces, estos a los anfibios, después los reptiles, de estos las aves y finalmente los mamíferos, entre ellos los primates, y entre estos, como un “filum” específico, el hombre.
El hombre tanto en su aspecto físico, su morfología, como en el técnico, su industria y el cultural, sus instituciones, ha experimentado una profundísima transformación a lo largo de los siglos y sigue abierto a futuras trasformaciones sin que se sepa con seguridad como será su aspecto físico y mucho menos su nivel técnico-cultural en el futuro.
En lo físico hay suficientes yacimientos que aportan restos fósiles del filum humano que confirman plenamente su transformación corporal.
En el campo de la evolución cultural se posee restos de culturas muy primitivas de hace unos dos millones y medio de años. En el paleolítico inferior se encuentra la cultura olduwayense, a la que sigue la achelense. Hace unos 100.000 años surge una cultura superior, musteriense, ya en el paleolítico medio. En el superior hace unos 40.000 años las técnicas dan lugar a la Auriñaciense y Magdaleniense.
El comienzo de la utilización de los metales, hace solo 3.000 años fue un hito muy importante en la evolución del hombre.
Aparte de los progresos “industriales”, se va produciendo otro que afecta a las Instituciones, muy elementales al principio, pero que fueron generando otras más complejas que cristalizaron en formas de religión, política, filosofía, economía, etc. hasta alcanzar los niveles actuales.
Según todos estos datos comprobados científicamente es evidente la evolución somática, técnica y cultural de la especie humana. Y, no menos evidente, que seguirá evolucionando mientras el mundo exista.
Esto nos abre a una importantísima reflexión. Los hombres y mujeres actuales somos un paso en una gigantesca empresa cuyo final no sabemos. Cada uno de nosotros somos una pequeña pieza dentro de un gran proyecto. Es todo el cosmos el que está en evolución, y, como parte de él, nosotros los humanos.
Todo lo anterior ha contribuido a que hoy “estemos como estamos” pero solo como un estadio de lo que queda por delante.
A estas alturas de la reflexión podríamos preguntarnos a qué viene todo esto, un primer domingo de adviento.
Viene a que debemos ser conscientes de la extraordinaria importancia que tiene la “entrada” de Jesús en el proceso evolutivo cultural de la humanidad.
En primer lugar, como cristianos del siglo XXI, debemos saber encajar científicamente la venida de Jesús al mundo, dentro de esa historia cósmica en la que el hombre se encuentra envuelto.
En segundo lugar, hemos de sentirnos responsables de facilitar la entrada de Jesús en ese proceso. Jesús ya vino y seguirá viniendo a lo largo de los tiempos, pero “entrará o no”, como factor importante de la evolución, dependiendo de nuestra decisión.
Durante este tiempo de adviento nos estamos preparando para celebrar esa grandiosa llegada que cumplirá la esperanza despertada en la primera lectura: suscitaré un vástago legítimo (Jer. 33, 14-16) que acercará nuestra liberación (3ª lec. Lc. 21, 25-28, 34-36) para cuando venga Jesús, nuestro Señor. (2ª lec. 1Tes. 3,12, 4,2) .
Que este tiempo de adviento nos ayude a prepararnos sólidamente para celebrar las entrañables fiestas de la Navidad con la misma alegría de siempre, pero insistiendo en su sentido profundamente teológico-científico. AMÉN.
Pedro Sáez

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