En los minutos de oración, el dirigido se mueve a la reflexión acerca de Dios y su divina voluntad. Aprende a leer el evangelio, se ejercita en esa difícil disciplina de la escucha de la que ya hemos hablado. Quien quiera orar de verdad tendrá que luchar consigo mismo y con su entorno, para evitar todo ruido y mantener lejos las distracciones: el móvil, la casa, lo sniños… los adultos. Poco a poco, crece en ese espíritu de oración, que ya no se circunscribe al rato propuesto, sino que se extiende como raíz en la tierra. Sus terminaciones llegan poco a poco a cada momento de la vida, y en cada una de ellas se encuentra a Dios (cfr. M. Costa, p. 106).
Para poder participar con fruto de la dirección espiritual, es necesario tener un cuaderno o agenda donde anotar las sugerencias recibidas en la oración, las impresiones causadas por el día a día, las experiencias que han llamado especialmente la atención. Importa todo cuanto nos sucede, y con mucha frecuencia, entre entrevista y entrevista, olvidamos gran parte de lo que nos ha ocurrido salvo que lo anotemos.
Para poder participar con fruto de la dirección espiritual, es necesario tener un cuaderno o agenda donde anotar las sugerencias recibidas en la oración, las impresiones causadas por el día a día, las experiencias que han llamado especialmente la atención. Importa todo cuanto nos sucede, y con mucha frecuencia, entre entrevista y entrevista, olvidamos gran parte de lo que nos ha ocurrido salvo que lo anotemos.
Asumiendo el riesgo de simplificar en exceso, se puede afirmar que son al menos tres los modos en los que Dios toca el alma en la oración: propósitos, afectos e inspiraciones. En el bloc de notas, si estamos atentos, veremos que gran parte de las consideraciones pasan por estos tres conceptos: objetivos que se pretenden conseguir (propósitos), inclinaciones a personas y situaciones (afectos), o el movimiento sobrenatural que Dios comunica a la criatura (inspiraciones).
Sentirse conmovido por la contemplación de Belén es un verdadero afecto sobrenatural, tomar la determinación de ser más mortificado en la comida es ejemplo de un sincero propósito, y decidir entregar todo o parte de mi tiempo a los más pobres, una inspiración.
Nada de esto significa que nuestra oración no pueda tirar por otros derroteros. Estas palabras tratan de ayudar en un terreno que está sujeto a la absoluta libertad del hombre y, sobre todo, de Dios. Se trata de la difícil tarea de poner palabras al Amor.
La dirección espiritual también se dirige al futuro: planes, proyectos, ilusiones, situaciones delicadas. En el acompañamiento espiritual recibimos consejos para la construcción de nuestra vida, pero nunca su solución definitiva. Depende de cada uno realizar el discernimiento espiritual, con el útil consejo del sacerdote o del director, pero sobre todo con la libertad personal que Dios ha dado a cada uno.
Cuando hay espíritu de oración, brota tarde o temprano el sentido de vocación. La experiencia de ser llamados por Dios impregna toda la existencia, y da contenido al diálogo del acompañamiento espiritual. Cuando nos dejamos cautivar por la belleza y sublimidad de pensar que Dios tiene algo preparado para mí, nos resulta lógico y hasta sencillo intentar vivir en autenticidad. Brota del corazón el deseo de responder mejor. La vocación toca todos los niveles de nuestra interioridad: trascendencia, afectividad, amor y actividad cotidiana. Se vive para un Tú mayúsculo, y la relación con Jesús deja de ser tibia. Nos interesa todo cuanto el Hijo de Dios hizo y dijo, para identificarnos con él, para ser también nosotros otros Cristos.
Nada de ello debe hacer suponer al lector que para comenzar el acompañamiento espiritual sea necesario un espíritu de oración casi místico. Basta con tener deseos de tratar íntimamente con Dios. Es más, podemos decir que la dirección espiritual es el instrumento para adquirir esa ansiada intimidad, que se apoya, eso sí, en la disposición a ser un alma que ora con constancia.
Tarde o temprano, el consejero espiritual animará al acompañado a iniciarse en unos breves minutos diarios de diálogo espiritual con Dios. Tomárselo en serio es decisivo; escuchar y ponerlo en práctica. Esa tarea no es sencilla. La lucha, que es necesaria en cualquier meta de la vida que queramos conseguir, especialmente si es esforzada, también es necesaria en la adquisición de un hábito de oración. La lucha, el empeño… y la gracia de Dios, puesto que el primer interesado en nuestro crecimiento es Él mismo.
Cuando hay espíritu de oración, brota tarde o temprano el sentido de vocación. La experiencia de ser llamados por Dios impregna toda la existencia, y da contenido al diálogo del acompañamiento espiritual. Cuando nos dejamos cautivar por la belleza y sublimidad de pensar que Dios tiene algo preparado para mí, nos resulta lógico y hasta sencillo intentar vivir en autenticidad. Brota del corazón el deseo de responder mejor. La vocación toca todos los niveles de nuestra interioridad: trascendencia, afectividad, amor y actividad cotidiana. Se vive para un Tú mayúsculo, y la relación con Jesús deja de ser tibia. Nos interesa todo cuanto el Hijo de Dios hizo y dijo, para identificarnos con él, para ser también nosotros otros Cristos.
Nada de ello debe hacer suponer al lector que para comenzar el acompañamiento espiritual sea necesario un espíritu de oración casi místico. Basta con tener deseos de tratar íntimamente con Dios. Es más, podemos decir que la dirección espiritual es el instrumento para adquirir esa ansiada intimidad, que se apoya, eso sí, en la disposición a ser un alma que ora con constancia.
Tarde o temprano, el consejero espiritual animará al acompañado a iniciarse en unos breves minutos diarios de diálogo espiritual con Dios. Tomárselo en serio es decisivo; escuchar y ponerlo en práctica. Esa tarea no es sencilla. La lucha, que es necesaria en cualquier meta de la vida que queramos conseguir, especialmente si es esforzada, también es necesaria en la adquisición de un hábito de oración. La lucha, el empeño… y la gracia de Dios, puesto que el primer interesado en nuestro crecimiento es Él mismo.
Cuenta conmigo, Fulgencio Espa
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