16 noviembre 2018

Mi fe concreta

«Estar sin preocupaciones», afirmaba el filósofo Kierkegaard, «es una marcha difícil, casi como la de andar sobre el mar; pero si eres capaz de creerlo, entonces es hacedero» (S. Kierkegaard, p. 125). El apóstol Pedro, mientras se fio de la palabra de Jesús, pudo caminar sobre las encrespadas aguas del mar de Galilea. Cuando la duda asaltó su corazón, la apariencia pudo más que la creencia. Se apagó la fe, crecieron las dificultades. En el postrer momento, la misericordia de Jesús, correspondida con una renovada fe de Pedro, le trajeron sano y salvo a la segura barca de los discípulos. «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?» (Mt 14, 31).
Fe y quietud van tan de la mano, tanto como duda y preocupación. Se pide auxilio espiritual como quien busca a alguien que aumente en mí la fe. «Fe tenían auqellos que dijeron: Señor, acreciéntanos la fe —afirma san Agustín—. Así hablan los que aprovechan mientras viven en este mundo» (Comentario a los salmos 118, 17, 2).

Esta es la canción de nuestra vida: aumenta mi fe. También el acompañamiento espiritual está atravesado por esta misma melodía. El tema primero y fundamental hace referencia a la vida de fe.
En el evangelio queda manifiesto que gran parte de las conversaciones de Cristo son diálogos de fe. «Si quieres, puedes limpiarme» (Mc 1, 40). Hoy sigue siendo igual, porque el creyente suplica a Dios por la fe, para que Cristo toque, limpie, cure y haga crecer todos los aspectos de su vida cotidiana: «la familia, el trabajo, el apostolado, los negocios, la actividad pública…; informa las grandes y las pequeñas decisiones y, a la vez, se manifiesta de ordinario en la manera de enfrentarse a los deberes de cada día» (F. Fernández-Carvajal, p. 215).
¿Qué significa todo esto a la hora de organizar la conversación espiritual? Quiere decir quñe antes de ir a hablar con el sacerdote o con quien dirija mi alma, debo pensar despacio cómo influye la fe en los acontecimientos diarios, así como en las tristezas, preocupaciones y alegrías. Hay tantas situaciones como personas, y sería imposible hacer un glosario que compendiara todas ellas. Sin embargo, pongamos algunos ejemplos.
Formaría parte de la dirección espiritual sacar a colación lo mucho que puede costarle a una persona admitir un nuevo puesto de trabajo. Si la cuestión está a flor de piel, será muy normal que abra la conversación con este asunto, pero no como quien critica con otro de la empresa, sino como quien ha puesto todo el asunto en relación con su vida de fe. Por más que lo intento, no consigo superar este asunto, porque considero la injusticia que supone haber sido apartado, y si bien sé que Jesús me invita a perseverar en la dificultad, cada día se me hace más difícil, porque…
Con toda seguridad, este tema se relaciona con otros muchos de la conducta ordinaria: la paciencia con los hijos, el trato con el cónyuge, la ilusión con los proyectos. La fe lo ilumina todo, y este u otros problemas ensombrecen buena parte de ese brillo. Quizá halle en ello el origen de su susceptibilidad o mal carácter, de su tristeza y apocamiento, de sus pocas ganas de rezar.
Lo mismo podríamos decir de alguien que se encuentra de bruces con la enfermdad, la muerte de un ser querido o cualquier otra cruz. Es posible que sepa llevarla con alegría; o quizá no. De eso debe hablar, con sinceridad, sin tapujos.
Por otra parte, la vida de fe requiere atención por sí misma. Después de haber comentado los aspectos más relevantes de la vida ordinaria en su relación a Dios, puede haber tiempo para hablar de la fe misma, al menos en dos sentidos.
El primer sentido guarda relación con alimentar la fe. Son muchos los ataques que recibe desde los medios de comuniación, conversaciones informales o publicidad malsana. Es bueno comentar cuanto ofrece duda, y pedir consejo de libros que ayudan a fundarse sobre roca y no sobre arena (cfr. Mt 7, 25). Conviene tener en cuenta que no tiene nada de extraño que en ocasiones dudemos.
«En los creyentes existe ante todo la amenaza de la inseguridad que en el momento de la impugnación muestra de repente y de modo insospechado la fragilidad de todo el edificio que antes parecía tan firme». Para ilustrarlo, el teólogo Ratzinger pone un ejemplo en su Introducción al cristianismo. «Teresa de Lisieux, una santa al parecer ingenua y sin problemas, creció en un ambiente de seguridad religiosa. Su existencia estuvo siempre tan impregnada de la fe de la Iglesia que el mundo de lo invisible se convirtió para ella en un pedazo de su vida cotidiana, mejor dicho, se convirtió en su misma vida cotidiana, parecía casi palparlo y no podía prescindir de él. La religión era para ella una evidente pretensión de su vida diaria, formaba parte de su vivir cotidiano, lo mismo que nuestras costumbres son parte integrante de nuestra vida».
Teresita, tan llena de certezas, dejó sin embargo unas sorprendentes confesiones al final de su vida, que durante tiempo fueron causa de escándalo para sus hermanas. «En una de ellas dice así: me importunan las ideas de los materialistas peores. Su entendimiento se vio acosado por todos los argumentos que pueden formularse en contra de la fe; parece haber pasado el sentimiento de la fe; se siente metida en el pellejo de los pecadores. Es decir, en un mundo que al parecer no tiene grietas, aparece ante los ojos del hombre un abismo que le acecha con una serie de convenciones fundamentales fijas. En esta situación (…) se trata de un todo, o todo o nada. Esta es la única alternativa que dura. Y no se ve en ningún sitio un posible clavo al que el hombre, al caer, pueda agarrarse. Solo puede contemplarse la infinita profundidad de la nada a la que el hombre mira» (J. Ratzinger, p. 25). La batalla de la fe ha sido entablada también por las almas más santas; el acompañamiento espiritual nos ayudará a vencer en ese todo o nada.
El segundo significado en relación a la fe en sí misma habla de la fe como diálogo con Dios. La persona creyente, verdaderamente creyente, reza. La fe vivida se muestra, aun por encima de su repercusión en las cosas concretas, en el diálogo amoroso con Dios. Eso es la oración, cuya importancia tanto en la vida cristiana como en el diálogo del acompañamiento espiritual es inmensa, y merece un apartado propio.

Cuenta conmigo, Fulgencio Espa

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