1.- Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz. Cuando el Papa Pío XI, en 1925, estableció esta fiesta sí quería que Jesucristo fuera rey del mundo, de un mundo que estaba bastante secularizado y de poca práctica cristiana, y con una iglesia mayoritariamente monárquica, sobre todo en su jerarquía. Debemos tener en cuenta que cuando Cristo le dice a Pilato que su reino no es de este mundo, da a la palabra <reino> el mismo sentido que en el que Pilato se lo preguntaba, es decir, un reino con poder político y temporal. En ese sentido, evidentemente Jesús ni era, ni quería ser rey, en este sentido su reino no era ciertamente de este mundo. Pero la frase posterior de Jesús es también muy clara: Jesucristo sí es rey de este mundo y para eso le ha enviado su Padre a este mundo: para ser un rey testigo de la verdad. El reino, por tanto, del que Cristo quiere ser rey es del mundo de la verdad, es decir, del mundo de la justicia, de la paz, del amor, de la vida, de la santidad. De este mundo es del que nosotros, los cristianos, queremos que Cristo sea rey. Pero para que Cristo sea de verdad rey de este mundo, debemos defender y practicar sus súbditos estas mismas virtudes: la santidad y la vida, la justicia, la paz, la verdad y el amor. La pregunta que debemos hacernos todos nosotros ahora es, pues, esta: ¿en nuestra vida diaria somos realmente súbditos del Cristo que decimos que es y queremos que sea nuestro rey? Realmente, nosotros, en nuestra vida de cada día, ¿actuamos de acuerdo con la justicia, con la paz, con la verdad, con el amor?; es decir, ¿somos verdaderos discípulos y seguidores de Cristo? ¿Somos realmente santos, en el sentido que Cristo, nuestro rey, quiere que lo seamos? Pues, si no somos santos en el sentido en que Cristo quiere que lo seamos, no estamos celebrando con pleno sentido esta fiesta que hoy celebramos: la fiesta de “Jesucristo, rey del universo”. Sí, ya sabemos que la santidad cristiana es la meta de nuestra vida y hacia ella caminamos, aunque aún no hayamos llegado a ella. Pero, insisto, si no vivimos caminando hacia ella, hacia la santidad cristiana, no somos verdaderos cristianos, no estamos celebrando con toda dignidad esta fiesta de Jesucristo, rey del universo.
2.- Le dieron (al hijo del hombre), poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin. En el capítulo 7 del libro de Daniel, libro de carácter apocalíptico, aparece la figura del hijo del hombre, proveniente de Dios; los cristianos siempre hemos identificado esta figura con el futuro rey mesiánico, quien salvará definitivamente al pueblo de Israel de cualquier opresión. Aplicando este texto del profeta Daniel a la fiesta de Cristo rey del universo que hoy celebramos deberemos decir que Cristo, el hijo del hombre, quiere ser también nuestro rey y que, como rey, nos salvó también a nosotros. La condición necesaria para que Cristo nos salve debe ser, claro está, que nosotros queramos dejarnos salvar, cumpliendo su mandamiento de amarnos los unos a los otros como él nos amó.
3.- Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. También aquí, en este capítulo primero del libro del Apocalipsis, se nos dice que Cristo es “el príncipe de los reyes de la tierra y que a él debemos dar la gloria y el poder por los siglos de los siglos”. Pues, como a Cristo sólo podemos darle la gloria y el poder cumpliendo su mandamiento de amarnos los unos a los otros como él nos amó hagamos hoy este propósito. Sólo así, como venimos diciendo, estaremos celebrando con dignidad esta fiesta de Jesucristo rey del universo. Y trabajemos, además, con todas nuestras fuerzas para que Cristo sea rey de nuestro mundo, de la sociedad en la que nosotros vivimos.
Gabriel González del Estal
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