03 noviembre 2018

El silencio es ameno: el recogimiento

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Cuando hay amor, el silencio es tarea grata. Como decía Erasmo de Rotterdam, «la verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos parece ameno». El silencio es ocasión de diálogo íntimo entre las personas que se quieren. Basta estar juntos. Un gesto, una palabra e incluso no hacer nada es ya una conversación llena de vigor.
Saberse amado por Dios y vivir en amistad con Él hace del silencio algo ameno. El tiempo transcurre deprisa. San Juan María Vianney se refería a ello en una de sus predicaciones, cuando advertía: «Mirad: cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión, en que casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuvo que hacer largas caminatas, durante las cuales oraba al buen Dios, y, creedme, que el tiempo se me hacía corto» (Del oficio de lectura, 4, VIII).
Cuando se alcanza ese nivel de silencio interior, la vida misma es más amena. Centrado en lo esencial, la posibilidad de verse desequilibrado por la multitud de estímulos diarios queda muy amortiguada. La mujer recogida, el hombre sereno, gozan del atractivo de vivir en lo esencial. Saben estar consigo mismos y con los demás, precisamente porque han conocido el camino del recogimiento.
Al hombre actual le pesa abandonar la esfera de la eficacia, pero tenemos que ser capaces de luchar esa batalla. Se trata de intentar dejar de pensar continuamente lo que hemos de hacer. Invertir tiempo en la gestión del tiempo. Emplear un rato de cada jornada en ver el mejor modo de administrarla, y aprender a llevar a cabo con éxito el día a día. Poner por escrito las tareas que se han de realizar, las llamadas que hay que hacer, los mensajes que hay que enviar,y vaciar la cabeza de toda esa información. Así dejaremos espacio para lo esencial, y cumpliremos nuestras obligaciones una detrás de otra. Llevarlo todo a la vez es tarea pesadísima. En definitiva, ser poseedor de la honda sabiduría de no querer tenerlo todo ahora, de no querer hacerlo todo ya. Llegar a la cama con la sensación de que quedan mil tareas pendientes… y no preocuparse en exceso por ello. Dios vela por cada uno de nosotros. Él sabe más, y nosotros «hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17, 10).
El modo de conseguir ese silencio interior es practicar actos explícitos de recogimiento. De eso también versará nuestra conversación en el acompañamiento espiritual. Santa Teresa Benedicta de la Cruz refiere que, mientras fue profesora en las dominicas, una gran actividad ocupó su quehacer cotidiano. Ante la imposibilidad de estar en la capilla todo el tiempo que deseaba, encontró un eficaz remedio a la dispersión: refigiarse varias veces al día, por breves instantes, en su santuario interior. De este modo consiguió no ceder al impulso de la dispersión, y conservar en su alma el silencio que abre la intimidad con Dios.
La experiencia dicta que esta batalla por el recogimiento es una lucha incesante contra nosotros mismos. Conviene tenerlo en cuenta, para no desesperar en esta guerra de paz. En primer lugar, es necesario un momento diario deoración. «El verdadero cristiano tiene que conquistar en su vida un lugar para la contemplación, cueste lo que cueste» (D. von Hildebrand, p. 98). En el momento en que nos abadonamos al ejercicio de una tarea detrás de otra, sucumbimos al torbellino de la actividad y nos dispersamos. Viene la infecundidad y la tristeza: el sinsentido. «Nos quedamos siempre en la tensión hacia algo que hay que resolver, y muchos solo conocen el descanso o la inversión como contrapeso del trabajo».
En la dirección espiritual, será prioritario fijar para la oración «un tiempo suficiente; a hora fija, si es posible. Al lado del Sagrario, acompañando al que se quedó por Amor. Y si no hubiese más remedio, en cualquier parte, porque nuestro Dios está de modo inefable en nuestra alma en gracia» (Amigos de Dios, n. 249). Es de sabios conocerse, y dejar al arbitrio del día a día el momento de la oración corre el inevitable riesgo de que la meditación se extinga, desaparezca o sea caprichosa. «Meditación. —Tiempo fijo y a hora fija. —Si no, se adaptará a la comodidad nuestra: esto es falta de mortificación. Y la oración sin mortificación es poco eficaz» (Surco, 446). Una vez conseguida esta meta, nacerá otro empeño: el de no convertir la oración en tarea de agenda, en algo por hacer. Pero de eso ya hablaremos más adelante.
El segundo acto explícito de silencio interior lo conforman las oraciones vocales y las jaculatorias; es decir, ese continuo referirnos a Dios en la tarea cotidiana. Requiere un esfuerzo sostenido en el tiempo. Su fruto consiste en no dejarnos atosigar por las prisas y sabernos acompañados. Al menos hemos de intentarlo.
Preguntarle al Señor durante el día: ¿Tú qué opinas de esto que me turba? ¿Tú qué piensas que debo hacer en tal o cual situación? Contar con Dios y con la Virgen. Dirigirle palabras de abandono, quizá aprendidas cuando éramos pequeños, y que tanto consuelo dan. Empezar la mañana dedicándole el día, y cerrarlo con el rezo de las Avemarías. Durante la jornada, pequeñas frases encendidas: Jesús, te amo. Señor, no entiendo. «Primero una jaculatoria, y luego otra, y otra…, hasta que parece insuficiente ese fervor, porque las palabras resultan pobres…: y se deja paso a la intimidad divina, en un mirar a Dios sin descanso y sin cansancio. Vivimos entonces como cautivos, como prisioneros (…). Se comienza a amar a Jesús, de forma más eficaz, con un dulce sobresalto» (Amigos de Dios, n. 296).
Finalmente, podría añadir otros muchos actos explícitos de recogimiento: la participación, la devoción a María… Dejo conscientemente esa tarea para la tercera parte de este libro, cuando hablemos del contenido concreto que debe tener nuestra conversación en dirección espiritual. Basta aquí hacer referencia a ello, para que, cuando lo tratemos, nadie sea tan torpe de pensar que la vida espiritual es acumular más y más pra´cticas piadosas. No. Se trata de custodiar el silencio que da por fruto la vida verdadera.
Si llegáramos a tener la convicción de que el acompañamiento espiritual ayuda a vivir en este abandono, en esta capacidad de disfrutar, sería causa suficiente para comenzar a practicarlo. La voz de la Iglesia y la experiencia del tiempo dicen que así es.
¿A qué esperamos entonces para iniciar este camino?
Cuenta conmigo, Fulgencio Espa

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