Por José María Maruri, SJ
1.- Desde luego que Jesús no entiende de contabilidad, ni le gusta. Recordáis que llegó a decir que prefería una oveja perdida que 99 bien recogiditas en el redil, y en el evangelio de hoy se muestra totalmente contrario a las santidades de contabilidad.
La pregunta del pobre escriba tenía razón de ser porque los pobres judíos cargaban con la obligación de cumplir nada menos que 613 preceptos de los que 365 eran negativos y el resto pequeñeces. Tanto precepto y preceptillo había creado una mentalidad religiosa contable. El santo, el perfecto era el que cumplía todos esos preceptos. La santidad subía o bajaba en Bolsa, según el número de preceptos cumplidos.
Eso de “cumplo y miento” no va con Jesús. Tampoco va con nosotros que nos molesta que nos feliciten por cumplir. O que vengan al funeral de una persona querida por cumplir, tan de cumplir que llegan antes para saludar y marcharse o llegan tarde justo para saludar…cuánto mejor que quedasen en casa.
Si en la vida, si en nuestro trato con Dios, no metemos el corazón (que no sabe contabilidades) ni la vida, ni la religión, valen para nada. Y creo que tendremos que examinarnos cada uno porque por cumplir hacemos muchas cosas. ¿Venimos a misa por los domingos por ilusión o por cumplir? ¿No estamos cumpliendo con las abstinencias y ayunos sin entender por qué y sólo por cumplir? ¿Sin saber a dónde va el ayuno eucarístico llegamos al escrúpulo por cumplir?
2.- Pero lo revolucionario de este evangelio es que Jesús iguala el primero y el más sagrado de los mandamientos: el de amar a Dios con el amar al prójimo. Os diría más, para Jesús no hay más que un mandamiento, que no es amar a Dios, sino a Dios en el prójimo.
a) porque todo el que ama al prójimo necesariamente tiene ya en su corazón el amor de Dios, porque San Juan nos dice que todo amor viene de Dios.
b) porque hay que buscar a Dios donde habita y Él nos ha dicho que está en el hambriento, en el enfermo, en el marginado…”Tuve hambre y me disteis de comer, estuve enfermo y me visitasteis, estuve preso y me vinisteis a ver.”
c) el amor al prójimo es la piedra de toque para saber si ese amor que decimos tener a Dios es de verdad o “falsa monea”
d) “porque el que dice que ama a Dios a quien no ve y no ama a su hermano a quien ve es un mentiroso” Entonces nuestro amor a Dios es platónico, extraterrestre, ciencia ficción…
Yo creo que muchas de esas personas que se dicen agnósticas y sin embargo viven entregadas a los demás, lo sean o no, están palpando a Dios en esos hermanos a los que ayudan y oirán del Señor aquellas palabras: “Venid benditos de mi padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve enfermo y md visitasteis…”
3.- San Juan hablando de lo mucho que nos ama Dios, que ha dado la vida de su Hijo por salvarnos y hace una pirueta en el aire, dice: “si así nos ha amado Dios, también nosotros (en correspondencia) debemos amar a nuestros hermanos”. Juan, que te equivocas, la lógica dice que si así nos amó Dios, así debemos nosotros corresponderle amándole a Él, pues San Juan, saltimbanqui a lo divino nos dice ¡NO!, la correspondencia que nos pide Dios es que amemos a nuestros hermanos. Y como Él nos amó… hasta la muerte.
Esto es muy serio, y aunque suene a bonito, es muy comprometido. ¿Amo yo de verdad a los demás? Hombre, pues a la familia, a los que me caen bien, a los educados, bien-olientes y que no molestan. Sí. Pues dudo que amemos a Dios.
Porque el amor cristiano, según proclama el mismo Señor Jesús poco antes de su Pasión es que no nos amemos como a nosotros mismos, sino que amemos a los demás como el Señor nos amó hasta dar la vida unos por otros.
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