Querido amigo:
en los encuentros anteriores hemos visto a Jesús en este discurso importante y enseñándonos lo más fuerte de su vida que es Él como alimento, Él como comida, Él como fuerza de cada uno de nosotros. Hoy continuamos con el mismo discurso y apreciando todos los matices que contiene esta importante enseñanza que Jesús nos da. Lo vamos a ver en el Evangelio de Juan, capítulo 6, versículo 51 – 58. Lo escuchamos otra vez con mucha atención y sobre todo con mucho amor:
“Yo soy el Pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que baja del Cielo, para que quien coma de él no muera. Yo soy el Pan vivo que ha bajado del Cielo. Si alguno come de este pan, vivirá eternamente y el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Los judíos discutían entre ellos diciendo: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”. Jesús les dijo: “Os lo aseguro: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día, porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Como el Padre que me envió vive y Yo vivo por el Padre, así quien me come, también él vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo, no como el que comieron los padres y murieron. Quien come este pan vivirá eternamente”.
Como decíamos anteriormente, Jesús está en Cafarnaún, está en la Sinagoga, está rodeado de gente, está rodeado de fariseos, está con sus discípulos; ha hecho ese milagro de darles pan, pero Él quiere darles toda la trascendencia de su mensaje, del valor de su pan. Es un mensaje difícil pero que Él poquito a poco lo va desgranando para que le vayan entendiendo, y quiere que lo comprendan, que lo entiendan, que lo valoren.
¡Pero qué duros somos de corazón, querido amigo, tú y yo! Igual que la gente nos extrañamos y queremos el otro pan; igual que los discípulos, no saben dónde está este pan; igual que los judíos, le critican. Hoy Jesús reafirma una y otra vez que Él es el Pan y se extraña porque en medio de este discurso los judíos disputan entre sí: “¿Cómo puede éste darnos su carne? Pero ¿qué está diciendo?”. No lo entienden…
Con los ojos humanos no podemos entender nada, no entenderemos ningún misterio, ¡pero sí podemos amar! La fe es amar y creer y confiar en ese Dios que está ahí, en esa Forma y en ese Pan. Pero hoy nos da una apreciación de la Eucaristía como banquete, como disfrute, como gozo. El comulgar, el verle en la Eucaristía, el acudir ahí, el pensar que está real y presente nos tiene que llenar de mucha alegría. Además de saciarnos de hambre, como a aquellas gentes con el pan natural, también nos sacia de su entrega, de su vida. Pero también nos lleva a pensar que ese pan, Él, es entrega, es muerte, es lucha, es resurrección. Nos lleva más allá, nos lleva a la fe, a una fe profunda, a confiar en que Él es el enviado y que Él es la vida de nuestra vida.
Y comer… y llenarnos… Saborear a Jesús es llenarnos de su vida porque se nos da como pan, como alimento y como banquete. No sólo es necesario para nuestra vida corporal el alimento y la comida. Necesitamos otro alimento todos los días: necesitamos llenarnos de amistad, de amor, de fraternidad, de familia, porque la Eucaristía es eso, es fraternidad, es reunirnos en torno a Él, en torno a su mesa.
Necesitamos llenarnos de alegría porque la Eucaristía es una fiesta, es un acontecimiento para mí, es algo que nunca pasa. Por eso cuando celebramos la Cena del Señor, la Eucaristía, entramos en amistad, entramos en fraternidad, se nos olvidan los malos sinsabores, los recelos, los rencores, se nos olvida todo porque es un banquete. ¡Qué grande es cuando se entiende algo o se adivina o se barrunta algo del amor de Dios! Nos alimentamos, compartimos, nos fortalecemos… Ésta es la fuente de la vida, ésta es la fuente de la fraternidad.
Querido amigo, en este encuentro que aunque parezca que ya hemos hecho varios encuentros con Jesús así acogemos las palabras de Jesús. Le damos gracias por este gran banquete, por esta gran fiesta y le damos gracias también porque nos alimenta, se entrega. Que aprendamos a alimentarnos, pero que aprendamos también a alimentar a los demás de nuestro amor, que aprendamos a compartir la vida de Jesús, pero que aprendamos a compartir la vida de los demás, que valoremos la maravilla de la Eucaristía y que valoremos el Sagrario, que está real y presente ahí.
Acudir muchas veces… estar en soledad… amarle… quererle… Renovar nuestra entrega, renovar nuestra vida de cristianos profundos, renovar nuestra fortaleza, porque sé que comiendo de su vida, comiendo de su pan viviré para siempre y porque sé que alimentándome de toda su fortaleza, de su vida, de su agua, me renuevo y me hago un seguidor ardiente de Él, y sobre todo disfruto de la vida y disfruto del banquete de Él, que es pan y comida.
Hoy nos quedamos con estas palabras y volvemos a oírle, así, con esa energía, con esa gana de convencernos: “No te distraigas que Yo quiero ser tu comida. No te extrañes, no me repitas que cómo puedo ser Yo para ti alimento. ¡Cree! ¡Come! ¡Bebe! Porque Yo soy el que me ha enviado para que vivas. ¡Disfruta de mí!”. Nos quedamos en silencio… amando… saboreando… adorando… y dándole gracias por darse de esa manera y por ser ese banquete y esa fortaleza para nuestra vida. Nunca nos falta, siempre está ahí, así es Jesús.
Francisca Sierra Gómez
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