15 agosto 2018

Ellos no te oyen, Señor

No tienen fuerza, Señor. No tienen fuerza ante el mundo que han recibido como don. Nuestros jóvenes, en cuanto tales, son más víctimas que protagonistas.
Piden pan y les damos piedras, piden un pescado y les damos serpientes.
Piden amor y les damos sexo, piden cariño y les damos erotismo.
Piden distracciones y les damos alienación, piden elogios y les damos agresión.
Piden disciplina y les damos mismo, piden diálogo y les damos monólogo.
Piden religión y les damos estructuras, piden estructuras y les damos suposiciones.
¡No consiguen vivir como tú querías, Señor! No les es fácil, pues diariamente se ven agredidos con el divorcio, la separación, la libertad sexual, la promiscuidad, la violencia, el erotismo y el sensacionalismo.
No es fácil para un muchacho enamorar a una chica y no “hacer” nada con ella.
No es fácil para las chicas convivir con un muchacho y no “dejar” que pase nada.
No es fácil, cuando los chicos experimentados en la vida se desahogan con la gente diciendo que “así no vamos a ninguna parte”, que “hasta las chiquillas de trece o quince años andan metidas en la promiscuidad”, mientras los padres hacen la vista gorda.
No es fácil, cuando la moza dieciochoañera viene diciendo que no puede estar tranquila delante de su jefe, del funcionario que trabaja con ella, del cliente de la firma a quien ella sirve, del novio y hasta de alguien, de la propia familia.
No es fácil cuando ellos ojean revistas, diarios, van al cine, al parque, a la playa, al paseo, al mirador, a la discoteca. El clima de permisividad es tal que necesitarían ser ángeles y no tener ninguna reacción sexual para resistir.
Algunos de ellos lo consiguen, pero les cuesta caro que después creen que no ha valido la pena.
Otros encuentran tan natural el propasarse que acuden siempre al socorrido pretexto de qe no se necesita un papel para tener derecho al amor. Según ellos, el matrimonio es ese derecho. Y acaban confundiendo, incluso, la fusión de dos personas y la divinización de un encuentro con el derecho de entregarse los dos cuerpos. Se paran ahí. Es lo único que aprendieron.
El mundo está embadurnado de sexo por calles, plazas y  locales. Quién sabe si no será ya hora de gritar a este sucio mundo que el puro y simple sexo es impuro y complicado y que el amor difícil y complicado es puro y simple.
Quien sabe si no será ya hora de recordar a los jóvenes que si alguien puede demostrar que el sexo es una acto de pureza y de responasbilidad total, ésos son ellos.
En fin de cuentas, ellos llevan unos enamoramientos inconsecuentes con tanta seriedad… ¿por qué no serían capaces de llevar el amor y la comunión de almas con la misma seriedad?
¡Están ya quedándose hartos de sexo, incluso antes de haber comenzado a hacer el amor! ¡Están empezando a sentir el vacío del encuentro de dos cuerpos, cuando falta la unidad profunda!
Están deseando un amor tan puro que no necesite “hacer” ni “dejar hacer” ciertos tipos de acciones, antes de estar preparados para constituir una familia.
¡Y ellos saben que no están siempre preparados para formar una familia!
Pero es muy difícil. Nuestros jóvenes son azucenas y rosas cultivadas en el lodo. Y la mayoría de ellos, aunque sean puros y llenos de belleza y de vida,  ya han sido salpicados.
Y, en los momentos de lucidez, le girtan a la gente que les gustaría ser limpios… pero no lo consiguen, y lloran. 
¡Hay que ayudarles, Señor!
Jesucristo no me dijo nada. Únicamente me dejó más inquieto.
P. Zezinho

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