24 agosto 2018

Domingo 26 agosto: Comentario-Homilía


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El domingo pasado reflexionamos sobre la propuesta de Jesús para que, “alimentándonos” con Él mediante la Eucaristía, actuáramos tal y como lo hubiera hecho Él en nuestra situación.
De ser así, viviríamos nuestra familia con el mismo amor y entrega con la que Él vivió la suya, seriamos fieles en el cumplimiento de nuestros deberes diarios con la misma entrega y honradez que Él y veríamos en los otros no enemigos o piezas para ser movidas por nuestros intereses, sino hermanos con quienes convivir y a quienes ayudar en sus respectivas necesidades.
San Pablo convencido de ello les pedía a los cristianos de Éfeso [(2ª lectura (5,21)] que vivan “Respetándose unos a otros por fidelidad a Cristo”, imitando a Cristo.
De haberlo hecho así hubiéramos construido un mundo completamente diferente.
¿No se hubiese cumplido ya entre nosotros aquello que decía San Juan en el Apocalipsis de la Tierra nueva y los Cielos nuevos porque todo lo malo ha quedado atrás superado? Indudablemente SÍ. Nuestro mundo sería otro mundo.
Ante este extraordinario proyecto. ¿Se puede seguir diciendo que el cristianismo es algo superado, algo sin garra y sin futuro?

Pues, SÍ. Pero no por defecto del proyecto en sí o por la lucha que el mal pueda ofrecer a su desenvolvimiento sino, quizás, sobre todo, porque, como en los tiempos de Jesús, no hay mucha gente que quiera creer que eso es posible llevarlo a la práctica. Todos anhelamos un mundo perfecto pero son pocos los que creen de verdad que es perfectamente realizable en sus pequeños ámbitos de influencia. Es algo que ya le pasó al mismo Jesús cuando se ofreció como pan para la vida del mundo; muchos dijeron escandalizados: ¡Eso no es posible! ¿Quién puede creer eso? Y le abandonaron.
Jesús por el contrario convencido de que su idea es realizable preguntó, incluso a sus más íntimos colaboradores, los apóstoles, ¿también vosotros queréis iros? Se sobreentendía. A mí me da igual lo que decidáis porque no pienso rebajar la grandeza del proyecto. Ya habrá alguien que la tome en serio y si no, se quedará sin hacer, pero no será por defecto de proyecto sino por falta de brazos.
Hoy Jesús nos sale al paso a cada uno de nosotros con la misma oferta de trabajo. Hay mucho, casi todo, por hacer.
¿Quieres venir a trabajar en esa empresa?
Es una pregunta que Dios viene haciendo a los hombres desde la antigüedad, como refleja el texto de la primera lectura (Jos. 4 1-, 15-17, 18b) “Escoged hoy a quién queréis servir, si a los dioses a los que sirvieron vuestros padres al otro lado del río, es decir, al Dios Revelado, o a los dioses de los amorreos, cuya tierra ocupáis”
Deberíamos pensárnoslo mucho antes de contestar porque el tiempo apremia y las calamidades del mundo acosan por todas partes. Sigue teniendo máxima actualidad aquello de San Pablo a los efesios que recordábamos el domingo pasado (5, 15-20) “No seáis insensatos, sino inteligentes, aprovechando el tiempo, porque los días son malos. Por consiguiente, no actuéis como necios, sino procurad conocer cuál es la voluntad del Señor”.
La voluntad del Señor es clara: convocarnos para trabajar en su gran viña. Hoy, como aquel señor que salió a contratar operarios y a las cinco encontró todavía gente sin hacer nada, nos pregunta ¿Por qué estáis aquí todo el día sin hacer nada? (Mt. 20,6)
Los cristianos estamos demasiado ociosos en la construcción del Reino de Dios en la Tierra. Hacemos muchos planes, los hace incluso la Iglesia Jerárquica, pero damos a luz pocos compromisos.
Jesús nos pidió que fuéramos luz, sal, levadura de un mundo que lo necesita porque camina desorientado. Dijo que quería que el mundo ardiera, que ardiera todo lo malo que hay en él para que pudiera brotar todo lo bueno que alberga.
No desoigamos a San Pablo. Los días que nos toca vivir son malos, ciertamente. Pero están abiertos a un futuro mejor. Solo hace falta que tomemos la misma resolución que San Pedro (Tercera lectura, Jn. 6,60-69) ante la pregunta de Jesús y como él contestemos: No te abandonaremos, y no lo haremos, “porque solo Tú tienes palabras de vida eterna”.
Todos somos conscientes de que cada uno de nosotros puede muy poco en la transformación del mundo, pero hemos de convencernos de que podemos mucho, en el pequeño mundo de mi familia, mi trabajo, mi centro de estudios, la vecindad, el deporte, la diversión…. En esas pequeñas parcelas podemos jugar un papel impresionante si dejamos atrás nuestros cansancios y miedos, nuestra desidia, nuestra falta de coraje apostólico y nos decidimos a ir arrancando las malas hierbas de la soberbia, el egoísmo, la injusticia, los odios y revanchas, todo cuanto ennegrece el horizonte de la vida y en su lugar vamos sembrando el cariño, el perdón, el servicio, la entrega, el amor, en una palabra, todo lo que hace que la vida merezca la pena de ser vivida.
Seamos fieles a Jesús y digámosle de corazón: Para la transformación de ese mi pequeño mundo, Jesús, cuenta conmigo. Que así sea. 

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