NO ESTAMOS, SÓLO, PARA MULTIPLICAR
Domingo XVII
Javier Leoz
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“No me quieras
por lo que traigo, espérame porque vengo”. Domingo de este tiempo ordinario en
el que, una vez más, caemos en la cuenta de la importancia de lo material para
seguir en pie: hoy el pan de cada día.
1.¿Dónde está
el secreto de la generosidad cristiana? ¿En la cantidad? ¿En la calidad? ¿En el
personalismo? ¿En el mandamiento del amor? ¡No! ¡Va mucho más allá! La
multiplicación de la generosidad cristiana arranca y nunca se aparta de esa
fuente inagotable de misericordia que es Dios.
-El corazón del
Señor es amor: quien lo toca, da amor
-Las entrañas
del Señor son alimento: quien las descubre, alimenta a los demás
-La mente del
Señor piensa en el otro: quien se acerca a ella siente la llamada a pensar en
los que le rodean.
O dicho de otra
manera: la cantidad no asegura la generosidad (cuántos ricos que no ofrecen ni migajas) y, la pobreza puede
compartir incluso lo que no se tiene (cuántos humildes son felices de dar algo
de lo poco que poseen).
2.Jesús, en ese
sentido, nos daba por goleada: multiplicaba el pan pero, además, hablaba y
tocaba el corazón. Puede que, al principio, lo siguieran porque curaba
enfermos, levantaba paralíticos o veían la luz los ciegos. Puede incluso que,
los hambrientos, estuvieran más pendientes de su mano que hacía prodigios que
de sus labios que hablaban del reino. ¿Y luego? Luego, aun con sus miserias,
creyeron en Él. Lo tuvieron como un ser inigualable, profeta, Hijo del Altísimo
y Salvador de los pobres.
3.Todos, cada
día, debiéramos de mirar nuestras manos.
No para que nos lean el futuro, cuanto para percatarnos si –en esas horas-
hemos realizado una buena obra; si hemos ofrecido cariño; si hemos
desplegado las alas de nuestra caridad;
si hemos construido o por el contrario derrumbado; si nos hemos centuplicado o restado en bien de
la justicia o de la fraternidad.
Si, amigos.
Cada día que pasa, cada día que vivimos es una oportunidad que Dios nos da para
multiplicarnos, desgastarnos y brindarnos generosamente por los demás.
Al fin y al
cabo, en el atardecer de la vida, nos examinarán del amor. Dejarán de tener
efecto nuestras cuentas corrientes. Nuestras inversiones. Nuestros apellidos y
nobleza. Nuestra apariencia y riqueza y comenzará a valer, su peso en oro, las
manos que supieron estar siempre abiertas.
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