24 julio 2018

Domingo 29 julio: Homilía

Resultado de imagen de homilía

NO ESTAMOS, SÓLO, PARA MULTIPLICAR
Domingo XVII
Javier Leoz



“No me quieras por lo que traigo, espérame porque vengo”. Domingo de este tiempo ordinario en el que, una vez más, caemos en la cuenta de la importancia de lo material para seguir en pie: hoy el pan de cada día.
1.¿Dónde está el secreto de la generosidad cristiana? ¿En la cantidad? ¿En la calidad? ¿En el personalismo? ¿En el mandamiento del amor? ¡No! ¡Va mucho más allá! La multiplicación de la generosidad cristiana arranca y nunca se aparta de esa fuente inagotable de misericordia que es Dios.
-El corazón del Señor es amor: quien lo toca, da amor
-Las entrañas del Señor son alimento: quien las descubre, alimenta a los demás
-La mente del Señor piensa en el otro: quien se acerca a ella siente la llamada a pensar en los que le rodean.
O dicho de otra manera: la cantidad no asegura la generosidad (cuántos ricos que  no ofrecen ni migajas) y, la pobreza puede compartir incluso lo que no se tiene (cuántos humildes son felices de dar algo de lo poco que poseen).

2.Jesús, en ese sentido, nos daba por goleada: multiplicaba el pan pero, además, hablaba y tocaba el corazón. Puede que, al principio, lo siguieran porque curaba enfermos, levantaba paralíticos o veían la luz los ciegos. Puede incluso que, los hambrientos, estuvieran más pendientes de su mano que hacía prodigios que de sus labios que hablaban del reino. ¿Y luego? Luego, aun con sus miserias, creyeron en Él. Lo tuvieron como un ser inigualable, profeta, Hijo del Altísimo y Salvador de los pobres.
3.Todos, cada día, debiéramos de mirar  nuestras manos. No para que nos lean el futuro, cuanto para percatarnos si –en esas horas- hemos realizado una buena obra; si hemos ofrecido cariño; si hemos desplegado  las alas de nuestra caridad; si hemos construido o por el contrario derrumbado;  si nos hemos centuplicado o restado en bien de la justicia o de la fraternidad.
Si, amigos. Cada día que pasa, cada día que vivimos es una oportunidad que Dios nos da para multiplicarnos, desgastarnos y brindarnos generosamente por los demás.
Al fin y al cabo, en el atardecer de la vida, nos examinarán del amor. Dejarán de tener efecto nuestras cuentas corrientes. Nuestras inversiones. Nuestros apellidos y nobleza. Nuestra apariencia y riqueza y comenzará a valer, su peso en oro, las manos que supieron estar siempre abiertas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario