07 abril 2018

Semana II de Pascua Domingo 8 de abril de 2018

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Hechos 4, 32–35
Salmo117
1Juan5, 1–6
Juan20, 19–31
El evangelio de hoy nos enseña cómo es difícil tener fe en Jesús, viendo como los discípulos que siguieron a Jesús tuvieron muchos miedos y temores ante lo que ocurrió. Jesús muere en la cruz, y los discípulos huyen, se esconden, temen a la población que está a su alrededor y parecen no creer en la posibilidad de la resurrección de Jesús.
Pero incluso en los momentos más difíciles, el Señor está a nuestro lado. Jesús sorprende a los discípulos y se coloca en medio de ellos, en el centro. Ha de ser nuestro centro en la vida y se coloca en esa posición, para traernos la paz. Y nos muestra que es el mismo quien murió en la cruz, que no es otro diferente. Por ello nos muestra las heridas que sufrió. Esta es la única manera de demostrarnos que aquel con el que habían convivido era el mismo que había resucitado.

Y no ha venido únicamente para mostrarse a nosotros. La resurrección es el hecho más importante para los cristianos, la resurrección de Jesús justifica nuestra fe. Pero nos trae la paz, como repite por tres veces en el evangelio de hoy. Busca traer el Espíritu Santo sobre aquellos que creen en él. Busca darles la fe, la esperanza y la caridad suficientes para que puedan continuar la misión que el Padre le ha encomendado.
“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Jesús tiene confianza plena en sus discípulos, aunque en los momentos de máxima dificultad huyeron y lo dejaron solo. Tiene tal confianza en ellos, que les trae el Espíritu Santo para continuar la misión que le encomendó el Padre. Deben continuar proclamando el Evangelio, la Buena Noticia a todos los hombres. Y lo transmite a partir del mensaje del perdón. Hemos de ser capaces de ser misericordiosos, como lo es Dios con los hombres.
Pero no siempre es fácil. Nos cuesta creer, y cuando se nos cuentan las cosas a través de un tercero, sin haberlo visto ni comprobado, somos más incrédulos. Somos más reacios a creer en la buena noticia de que Cristo ha resucitado. Tenemos como ejemplo a Tomás, que no cree hasta que ve y toca al Señor.
Los cristianos posteriores a la vida, muerte y resurrección de Cristo creen sin haber visto. La fe y el Espíritu Santo son nuestra fuerza y entereza. Tal como nos dice la segunda lectura, el Espíritu es quien da testimonio, porque es la verdad. La victoria sobre el mundo la ha de conseguir nuestra fe. Gracias a la fe en Dios somos capaces de proclamar el mensaje de Jesús, viviendo tal y como él vivió. El amor de Dios consiste en cumplir sus mandamientos y amar a Dios.
Y la manera de que nos distingamos por ello es como nos muestra la lectura de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado: tener un solo corazón y una sola alma todos los creyentes. Cuando seamos capaces de amar a nuestros hermanos, y dar todo lo que se tiene para distribuirlo según las necesidades, entonces será cuando se cumpla el ideal cristiano.
Cuando la mayor preocupación que tengamos sea el amor a Dios y al prójimo, entonces nuestra fe será fuerte y seremos un ejemplo para los demás. Solo entonces habremos superado el miedo que atenazaba a los discípulos tras la muerte de Jesús, solo entonces habremos superado la desconfianza de Tomás al no ver al resucitado. Solo entonces nuestra fe nos hará verdaderos discípulos y cristianos, pues habremos acogido al Espíritu Santo en nosotros, para transmitir el amor de Dios al prójimo.
Germán Rivas, sdb

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