02 abril 2018

Luz de Cristo

Todos utilizamos el símil de la oscuridad en diferentes sentidos: decimos que alguien “tuvo una etapa oscura” en su pasado para referirnos a hechos negativos; o que “hay una parte oscura en su personalidad”, para señalar algún defecto de su carácter; o que “estoy a oscuras” cuando no entiendo algo de algún tema. Y también utilizamos el símil de la luz en diferentes sentidos: decimos que alguien “vive una etapa luminosa” para referirnos a hechos positivos; o que “desprende luz” para señalar la bondad de su carácter; o que “se me hizo la luz” cuando llegamos a entender algo.
Toda esta Semana Santa hemos estado reflexionando cómo la liturgia nos ayuda a vivir y profundizar en el sentido de lo que estamos celebrando. Y en esta noche, la liturgia de la Vigilia Pascual nos orienta para que pasemos de la oscuridad del Viernes Santo a la luz de la Resurrección.

Por eso, lo propio de la Vigilia Pascual es celebrarla de noche, y las rúbricas prescriben se apaguen las luces de la iglesia, ya que la primera parte de la Vigilia es el “Lucernario”, que comienza con la bendición del fuego y la preparación y encendido del Cirio Pascual. Y en la puerta de la iglesia, el sacerdote eleva el cirio y canta: “Luz de Cristo”. En ese momento todos comienzan a encender sus velas en la llama del Cirio Pascual, y van entrando en el templo que continúa a oscuras. Resulta impactante ver cómo poco a poco va haciéndose la luz a medida que los fieles entran con sus velas encendidas. En algunos lugares se mantiene la iglesia en semipenumbra hasta el canto del Gloria, en que se encienden todas las luces y se hacen voltear las campanas, para expresar que Dios ha iluminado esta noche santa con la gloria de la resurrección, y desde entonces, toda nuestra vida ha quedado iluminada por Cristo, para que andemos en una vida nueva (Epístola), porque ésta es la noche en la que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de la oscuridad del pecado (Pregón Pascual). Podemos andar en una vida nueva porque, en medio de nuestras oscuridades “se nos ha hecho la luz”, y no una luz cualquiera, sino la Luz de Cristo Resucitado.
Y necesitaremos un proceso, un tiempo de asimilación de la Luz de Cristo Resucitado, como lo necesitaron los primeros discípulos: las mujeres se asustaron ante el anuncio de la Resurrección (Evangelio de la Vigilia); Pedro y el otro discípulo no creyeron a María Magdalena y corrieron al sepulcro a verlo vacío (Evangelio del día). No es fácil pasar de la oscuridad de la tristeza y el miedo a la luz de la esperanza. Ellos fueron descubriendo signos que les llevaron a reconocer que el Crucificado ha resucitado, y nosotros necesitamos también descubrir esos signos, aunque sean pequeñas luces, como las velas del Lucernario, pero que nos transmiten la Luz de Cristo Resucitado.
Y así iremos descubriendo el sentido nuevo que tiene la vida humana para quien cree en la Resurrección del Señor, porque Jesús, con su muerte y resurrección, nos ha revelado quién es Dios, ha vencido toda oscuridad del pecado y de la muerte, y nos ha otorgado la salvación. 
El que Jesús haya resucitado nos debe mover a seguir con Él el camino de nuestra vida. Y para hacer ese camino es necesario que andemos en una vida nueva, a lo que también nos ayuda la liturgia de hoy, con la renovación de las promesas bautismales, que se hace de nuevo con las velas encendidas, recordándonos que desde el Bautismo hemos recibido la Luz de Cristo, para que conscientemente renunciemos al pecado y afirmemos nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El anuncio del ángel: ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado, pide de nosotros una respuesta. Una respuesta que no consiste sólo en un asentimiento intelectual a una “verdad de fe” del Catecismo, sino que es una respuesta vital, el testimonio de quien ha dejado atrás sus “etapas y facetas oscuras” para vivir una vida iluminada por la Luz de Cristo Resucitado.
Que la celebración de la Vigilia y de la Misa del día nos ayuden a descubrir los signos de la presencia de Cristo Resucitado, y podamos exclamar: ¡Qué noche tan dichosa, en que se une el cielo y la tierra, lo humano y lo divino! (Pregón Pascual). Qué día tan dichoso en el que Dios nos ha abierto las puertas de la vida por medio de su Hijo, vencedor de la muerte (oración colecta del día).

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