02 abril 2018

¡Alégrate, Jesús ha resucitado!

Comenzamos la semana de la alegría, la semana de la Pascua. El Señor ha pasado de la muerte a la vida. ¡Ha resucitado! Y por eso, en nuestras liturgias nos saludamos: “¡Felices Pascuas de Resurrección!”. Hoy también nosotros nos decimos: “¡Felices Pascuas de Resurrección!”. Toda esta semana vamos a ser testigos de las grandes escenas de la resurrección. Hoy se nos muestra la primera: una escena pintoresca, detallista, de color y con testigos presenciales, como es María Magdalena, Juan y Pedro. Y nos lo narra el Evangelio de Juan, capítulo 20, versículo 20-31. Lo vamos a escuchar con alegría y con atención. Escuchemos:
El primer día de la semana, muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio removida la piedra del sepulcro. Echó a correr y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “¡Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto!”. Salieron Pedro y el otro discípulo y se dirigieron al sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó antes al sepulcro. Inclinándose, vio los lienzos caídos, pero no entró. Tras él llegó Simón Pedro, entró en el sepulcro y vio los lienzos extendidos, y el sudario que había estado sobre su cabeza, no extendido con los lienzos, sino enrollado aparte, en su sitio. Entró entonces también el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro, y vio y creyó, pues todavía no habían entendido que según la escritura, debía resucitar de entre los muertos. Los discípulos se volvieron de nuevo a casa.

Ésta es la primera narración que tenemos de la resurrección de Jesús. Y empieza Juan este episodio —que como decíamos es vivo de color y con todo detalle— considerando cómo estas piadosas mujeres, al amanecer, al despertarse en el alba, como dice el Evangelista “cuando aún todavía estaba oscuro”, están ansiosas, están preocupadas de lo que ha pasado con Jesús, con su cuerpo; iban con sus aromas y se encuentran que el sepulcro está vacío. María Magdalena, como loca, retrocede a la ciudad y al ver la tumba abierta, asustada de que es un detalle horroroso, han llevado el sepulcro de su Señor, han quitado el cuerpo, lo han… en fin, toda preocupada, llega y se lo anuncia a Pedro, que es la cabeza de los apóstoles; y a Juan, que es el más tierno amado de Jesús. Ellos, al oír a Magdalena, salen corriendo y con todo detalle Juan nos dice que Pedro corría menos porque era mayor. Y Juan se adelanta, ve allí todas las vendas y los lienzos, pero no entró; respeta. Llega Pedro, más impulsivo, más rápido, entra en la tumba y se encuentra lo mismo: los lienzos ahí caídos, el sudario, todo allí plegado, todo allí hecho, y se da cuenta de que Jesús no está. Y él se vuelve, lo mismo que Juan, pensando: “Ha resucitado”. No habían entendido todavía las Escrituras.
¡Qué escena que nos ayuda a nosotros hoy a entrar en la Pascua con alegría y con fuerza! Es el camino de la fe; el camino de la fe que tiene todos los pasos del recorrido de una persona que camina hacia la búsqueda de un Jesús vivo. Este camino de la fe comienza con el deseo de salir corriendo, como esta mujer que había sido perdonada de tantos pecados y no puede dejar sólo a Jesús en el sepulcro. Quiere hacerle compañía y se va deprisa. ¡Qué sorpresa, qué disgusto cuando ve que no está allí! Corre a dar la voz de alarma, y al ver el sepulcro todos, cuando van de camino, creen. El primer paso de nuestro camino de la fe es la inseguridad, la duda… y correr hacia este Jesús vivo, buscarle al alba, al amanecer, y llenarnos de esa alegría al darnos cuenta de que ha resucitado, que estamos ya salvados. Después comentar, publicar, dar a conocer a los demás que Jesús ha resucitado. Éste es nuestro caminar. ¡Cuántas veces corremos con ese ansia, le buscamos, lo ansiamos, y tenemos que ir al sepulcro… y tenemos que ir allí, a nuestras muertes; y darnos cuenta de que esas muertes ya no están, que el Señor ha resucitado, que ya no está, que Él es vida y que nos lo dice, y que nos lo va a manifestar: “Yo ya no estoy entre los muertos, estoy entre los vivos”; y que Él va a ser nuestra paz y que Él va a ser nuestra alegría.
¡Qué ejemplo y qué lección tan grande nos da hoy el Evangelio en la primera noticia de resurrección de Jesús! Tenemos que no vivir aplastados por disgustos, por fracasos, por los problemas que tengamos. Nos tenemos que levantar y no tener miedo ni a la enfermedad ni a la muerte, porque Dios vivo está con nosotros y nos dirá: “Levántate, sal de ahí, que Yo no estoy ahí. Yo ya vivo, Yo camino contigo, Yo estoy contigo, Yo estoy en tu tarea, Yo estoy en tu caminar”. Y nos llama a vivir plenamente convencidos de comenzar una vida nueva y una esperanza nueva. Y tenemos que correr como estos dos discípulos. Pero tenemos también que pasar y comprender y darnos cuenta de que no está ahí.
Y lo vemos así… Hoy es la gran fiesta de la alegría, la fiesta de la esperanza; una esperanza viva, una esperanza que inaugura Jesús resucitado: ¡Cristo ha resucitado! ¡Alégrate, amigo mío! Tú y yo tenemos que resucitar con Él y como Él, y no tener miedo porque camina con nosotros. Entremos hoy en la alegría, entremos hoy en esa búsqueda del camino de la fe: dudas, sufrimientos, correr, ver, darte cuenta de que está contigo y comunicar la alegría del encuentro. Éste es el sentimiento que hoy Jesús quiere que entremos así. Él nos está mirando en este camino, nos está observando, y cómo Él quiere manifestarse y decirnos: “Si Yo ya no estoy entre los muertos, si Yo no estoy ahí, si Yo estoy con alegría, si Yo estoy en tu vida”. Sé feliz. Entra y comunica esta buena noticia y comunica esta realidad de que Cristo vive en ti. ¡Cristo ha resucitado! Dejemos las muertes, dejemos ya estos sepulcros y comencemos el gran día de la Pascua. Y recitemos o cantemos o exhalemos con las palabras gozosas del Salmo 117: “Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo. Sea nuestra alegría. No he de morir. Viviré para contar las hazañas del Señor”.
Hoy te animo para que junto conmigo caminemos por la vida gozosos, alegres, ofreciendo un testimonio lleno de esperanza, transmitiendo no las muertes sino la alegría. Que cumplamos con alegría nuestros propios deberes, que seamos luz y fermento en nuestra vida familiar, social y de trabajo; y como Jesús, vivamos eso que hemos aprendido y que nos ha dejado estos días en su Pasión: “Amaos los unos a los otros”. Hoy también le decimos al Señor que queremos celebrar su alegría, su Pascua, y que le queremos encontrar. Sí, Señor, yo quiero ser como María Magdalena, una loca de tu amor, buscarte, no quedarme en mi tristeza, ir con mis perfumes para embalsamarte… Pero Tú ya no estabas, no te has dejado embalsamar, estás vivo y me envías a transmitir el mensaje de paz y reconciliación al mundo. María Magdalena no te reconoció, te confundía. Muchas veces tampoco yo te reconozco. Ayúdame a descubrirte en las personas que pones a mi lado. Convierte mi dolor en alegría; mis lágrimas, mis sufrimientos, en sonrisas, en gozo; y que sepa celebrar contigo que estás vivo, que caminas conmigo. Y por eso te canto: “¡Aleluya! ¡Alegría! ¡Feliz Pascua de Resurrección!”. Y lo quiero comunicar con mi vida, con mi ilusión, con mi fuerza, con mi compromiso de buscarte no entre los muertos, sino entre los vivos.
Le pedimos a la Virgen —que sería la primera a la que Jesús se apareció, y le quitaría toda esa pena, y se gozaría con Ella—, le pedimos que estos días sean Pascua de Resurrección y que yo disfrute comunicando a los demás que Tú has resucitado y que estás conmigo siempre. Y que me ayude en este camino de la fe, en estas dudas, que sepa reconocerte y que mi vida cambie radicalmente a partir de la experiencia de encontrarte. Así quiero terminar: escuchándote, Jesús, y viendo cómo disfrutarías cuando nos dimos cuenta, junto con estas mujeres y con María Magdalena, que Tú no estás ya entre los muertos, que no estás; que estás entre los vivos y que… ¡cuánto disfrutarías y disfrutarás también Señor cuando me ves o cuando me sientes que veo y creo! “Y vio y creyó”. Ayúdame a correr para encontrarte y ayúdame a transmitir esa feliz Pascua de Resurrección. Sí, hoy nos alegramos juntos: ¡el Señor ha resucitado! ¡Aleluya! Que sea así el gozo de la Pascua: una realidad en nuestra vida. ¡Aleluya!
Francisca Sierra Gómez

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