01 marzo 2018

EL ATRIO DE NUESTRA FE 3º de Cuaresma, Javier Leoz


La cuaresma, como camino que conduce hacia la Pascua, pretende con medios tan esenciales como sencillos (oración, austeridad o caridad) revestirnos de un espíritu que nos lleve a celebrar intensamente y en verdad la Semana Santa. Sin complejos y sin añadidos.
            No es la fe la que, a lo largo de la historia, ha disfrazado con elementos secundarios  nuestra vivencia de Dios. Es el hombre, somos nosotros –unas veces con acierto y otras con no tanto- los que hemos rodeado nuestra confianza en Dios con aspectos que, tal vez, necesitan alguna revisión y que a menudo generan críticas: lo comercial no es bueno en las cosas de Dios.
            1.Que Dios no necesita ningún espacio sagrado es verdad. Cuántos templos llenos y, en contraposición, cuántos corazones no tocados por la gracia. Embelesados por la belleza, por las formas pero no despuntando hacia la conversión. El templo, desde el Bautismo, somos cada uno de nosotros. Y, ese templo, es el que hemos de cuidar con la limpieza de una buena confesión, con la pintura de una buena obra de caridad y con el mantenimiento personal a través de la oración, la eucaristía o la contemplación.

Con nuestras personas, con nuestros templos de carne y hueso, puede ocurrir lo mismo que aconteció en el suceso evangélico que se nos narra en este día: ¿Cómo nos encuentra Jesús? ¿De qué nos ve rodeados? ¿De dinero? ¿De intercambios muy interesados? ¿Con un te doy para que me des? ¿De negocios grandes o pequeños?
            La respuesta, como siempre, nos la da la fe: apostar por Jesús  significa colocarle en el centro y, fuera de Él, no permitir que nada distorsione nuestra fidelidad cristiana.
            2.Acostumbrados a una fe, excesivamente light, hemos de reconocer que no nos cuesta esfuerzo alguno combinar las cosas de Dios con las ofertas del mundo. Rebajar la exigencia de nuestra vida cristiana es fácil pero, también es verdad, que ello nos embarca en una mediocridad peligrosa: ¿Qué es de Dios y qué es el del mundo?
Los mandamientos, que siguen siendo diez, dan sentido a nuestro camino cristiano. El amor al prójimo, que es consecuencia lógica de nuestra unión con Dios, es imperativo en el día a día. La oración personal (y no sólo comunitaria) es síntoma de una fe saludable que, además, la fortalece cuando –esa oración- (como decía Teresa de Jesús) nos lleva a caer en la cuenta de que es estar con Aquel que decimos amar.
Depurar nuestra praxis cristiana es muy difícil en estos tiempos que nos toca vivir. Entre otras cosas porque la Iglesia, cada vez que nos recuerda aquello que estorba en los atrios de nuestro pensamiento, de nuestro corazón, de nuestro hablar o de nuestro comportamiento, es respondida con críticas sobre su intrusismo o su poder mediático. ¿Es así? ¡No! Simplemente nos recuerda lo qué es una vida cristiana diferenciándola de la pagana.
En este  tercer domingo de la cuaresma seamos conscientes de un gran peligro que nos acecha: no somos ya nosotros los mercaderes en nuestro propio templo. Es ya, la sociedad que nos rodea, la que intenta invadir y torpedear los atrios de cada persona, de cada familia y de la moral colectiva con sus propias pretensiones resumidas en una frase: ¡Todo vale! Y, eso, no es bueno.
Quien tenga oídos…que oiga.

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