En esta etapa comenzaremos a andar desde nuestra propia vida y nos iremos adentrando en el camino del desierto. Es una etapa complicada durante la cual tendrás que liberarte de algunas cosas con las que empezaste a caminar. ¡¡Ánimo merece la pena!!
Señor, concédeme la gracia, en esta etapa, de confiar a cada paso en tu misericordia. Dame la fe y fortaleza que me ayude a enfrentarme con valen a a todas aquellas tentaciones que me inviten a vivir sin ti. Que nunca pierda la alegría.
La guía de la Palabra de Dios
Primera lectura: Gn 9, 8-15: “Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes”.
Segunda lectura: 1P 3, 18-22: “Cristo murió por los pecados una vez para siempre”
Evangelio: Mc 1, 12-15
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía:
-«Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Salir al desierto
El Espíritu condujo a Jesús al desierto. Lo adentró en el y allí lo mantuvo sometido a toda clase de tentaciones. Pero en ningún momento lo abandonó, sino que supo hacerse presente en cada respuesta rme que Jesús daba ante las tentaciones. Fue un momento de encuentro, de fortalecimiento en su propia debilidad, pero sobre todo un momento de confianza, que le preparó para el camino que debía recorrer hacia Jerusalén.
El desierto, según la Sagrada Escritura, se nos presenta no solamente como un lugar geográfico, sino también con un marcado carácter espiritual. Si echamos una mirada a la imagen que podemos tener de un desierto lo descubrimos como un lugar inhóspito, aparentemente sin vida o donde la vida es extremadamente difícil. Es un paraje solitario y silencioso, donde pueden aflorar miedos, inseguridades y limitaciones.
Pero no es solamente esta imagen la que nos interesa vislumbrar del desierto, sino la imagen espiritual que podemos entender desde ella. Esta imagen sica que tenemos del desierto nos ayuda a entenderlo como un camino espiritual que se nos invita a recorrer, para volver a lo esencial: a Dios.
Este camino nos ofrecerá la necesidad del despojo de nuestro propio yo. La inmensa aridez que te rodeará hará desaparecer de todas aquellas cosas que no son imprescindibles en tu vida. Desnudará tu alma, y te despojará de todo lo que no te encamine hacia Dios.
Nos hará experimentar nuestra fragilidad y limitaciones, el lugar de la prueba y la purificación. Como Jesús, haremos cara a la seducción de la tentación, pero con la mirada puesta en la Pascua que nos infundirá la confianza en la victoria prometida. El desierto cuaresmal será el lugar donde aprendemos a mantenernos en la actitud de búsqueda que nos permita el encuentro personal con Cristo desde una oración más sincera, más cercana, más profunda, despojada de todo aquello que nos impida el diálogo directo con el Señor, donde nos encontremos a solas con Él, sin ocultarle nada de los que somos, y donde Él nos lleve para restituirnos, para encontrarnos de nuevo.
El profeta Oseas nos ayuda a entender este significado espiritual que el desierto puede tener en nosotros: “Por eso, yo voy a seducirla y la llevaré al desierto -dice el Señor- y le hablaré al corazón… y allí cantará como cantaba en los días de su juventud”. Oseas nos presenta la imagen de Dios que ante la in delidad del pueblo de Israel no lo abandona a su suerte, sino que lo conduce al desierto para restaurar con él su promesa de amor y delidad. Por tanto, el desierto es para todos nosotros ese lugar donde, quizá nos adentremos con angustia, con dolor, pero donde sin duda, si nos dejamos conducir por el Espíritu nos encontraremos con Dios.
Según el Papa Francisco:
“El desierto es el lugar en el cual se puede escuchar la Palabra de Dios y la voz del tentador. En el rumor, en la confusión, esto nos e puede hacer; se escuchan sólo las voces superficiales. En cambio, en el desierto, podemos bajar en profundidad, dónde se juega verdaderamente nuestro destino, la vida o la muerte. ¿Y cómo escuchamos la voz de Dios? La escupamos en su Palabra. Por esto es importante conocer las Escrituras, porque de otra manera no sabemos responder a las insidias del Maligno. Y aquí quisiera volver a mi consejo de leer cada día el Evangelio: cada día leer el Evangelio, meditarlo un poquito, diez minutos; y llevarlo también siempre con nosotros: en el bolsillo, en la cartera…
Tener siempre el Evangelio a mano. El desierto cuaresmal nos ayuda a decir no a la mundanidad, a los ‘ídolos’, nos ayuda a hacer elecciones valientes conformes al Evangelio y a reforzar la solidaridad con los hermanos.
Entonces, entremos en el desierto sin miedo, porque no estamos solos: estamos con Jesús, con el Padre y con el Espíritu Santo. Es más, como fue para Jesús, es precisamente el Espíritu Santo que nos guía en el camino cuaresmal, aquel mismo Espíritu descendido sobre Jesús y que nos ha sido donado en el Bautismo. La Cuaresma, por lo tanto, es un tiempo propicio que debe conducirnos a tomar siempre más conciencia de cuánto el Espíritu Santo, recibido en el Bautismo, ha obrado y puede obrar en nosotros. Y al final del itinerario cuaresmal, en la Vigilia Pascual, podremos renovar con mayor conciencia la alianza bau smal y los compromisos que de ella derivan”. (Oración del ángelus, 22-02-2015)
No huyamos del desierto, no intentemos rechazarlo, sino que busquémoslo esta cuaresma, porque siempre desde el desierto el hombre vuelve más libre, más ágil, más sano, más purificado y disponible para la entrega.
Jesús es llevado al desierto por el Espíritu, allí es fortalecido y confirmado como Hijo de Dios. Allí acepta la voluntad del Padre sobre Él. Allí mira lo más humano de su corazón y se agarra al pozo amoroso de Dios.
Hagamos nosotros lo mismo, adentrémonos esta cuaresma en ese desierto que nos hace mirar nuestro pobre corazón, adentrémonos en ese desierto que nos hace ver nuestra soledad cuando no tenemos a Dios, que nos hace sentir una sed infinita y nos permite salir de nosotros mismos y correr para buscar esas aguas vivas que refrescan y llenan de vida nuestra alma.
Diario del peregrino
VER
El texto del Evangelio nos dice que el Espíritu “empujó a Jesús al desierto”, lo llevó hasta él, y Jesús se dejó conducir, no opuso resistencia porque sabía que el camino de la salvación pasa por asumir esta etapa de desierto.
En esta primera etapa de nuestra peregrinación cuaresmal:
¿Hay algo en mi vida que me impida caminar que me invite a no tomarme en serio esta jornada de desierto?
El Espíritu nos ha conducido hasta el desierto para centrarnos en nosotros, para que queden lejos todas aquellas voces que nos impiden escuchar nuestro corazón, para ayunar, para hacer silencio, para orar, para abrir bien los ojos y enfrentarnos, con con anza, a todas las tentaciones que a cada momento llegan a nosotros.
¿Cuáles son mis tentaciones más grandes? ¿Cuáles son esos apegos que no me dejan crecer, ser adulto, que no me dejan ser?
¿Qué cosas mueven mi vida? ¿Me atrevería a identificarlo, a ponerle nombre?
JUZGAR
Jesús vivió el desierto desde la confianza plena en la voluntad de Dios. No dudó, y armado con la seguridad de la Palabra se enfrentó y derrotó al maligno seductor. También para nosotros la Palabra es la que nos hace arraigarnos en la confianza del amor del Padre. Sabernos acompañados por la Palabra nos ayuda a actualizar a cada momento (quizá cuando la tentación es más evidente) la promesa de Amor eterno que el Señor nos ha hecho, y por la que nos pide que no dejemos de caminar.
“Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 15, 9-12)
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados”. (1Jn 4, 10)
¿Vivo desde la novedad del encuentro con Cristo, desde la actitud de búsqueda de su voluntad en mi vida o, por el contrario, la rutina ha paralizado y esterilizado mi fe?
Con el eco, en nuestra vida, de la promesa de Amor que Dios nos hace ¿qué llamadas recibo en esta etapa de desierto?
ACTUAR
El Reino de Dios está cerca, nos dice el Evangelio de esta etapa, está dentro de ti.
¿A qué te comprometes para que realmente lo vivas así?
El lugar que pretendía ocupar la tentación es el lugar que en tu vida solo debe ocupar Dios:
¿Qué puedes hacer en esta cuaresma para mantenerlo así?
Recursos para el camino
Canto: Canción del desierto (Hillsong)
Mi oración en el desierto, cuando todo en mi seco esta
mi oración en la necesidad, mi Dios todo lo suplirá
Mi oración en el fuego, en debilidad o en dolor,
cuando en tormentas probada es mi fe,en ti siempre confiaré.
mi oración en la necesidad, mi Dios todo lo suplirá
Mi oración en el fuego, en debilidad o en dolor,
cuando en tormentas probada es mi fe,en ti siempre confiaré.
Te alabaré
Te alabaré
Contra mi nada prevalecerá
me postraré, declararé
Dios es mi triunfo y Él está aquí.
Te alabaré
Contra mi nada prevalecerá
me postraré, declararé
Dios es mi triunfo y Él está aquí.
Estrofa 2
Mi oración en la batalla, cuando el triunfo no puedo ver
soy coheredero y conquistador en cristo permaneceré. (Coro)
soy coheredero y conquistador en cristo permaneceré. (Coro)
///En todo lugar, en todo empo, tú eres Dios.
Tengo mo vo al cantar, es mi deseo adorarte.///
Tengo mo vo al cantar, es mi deseo adorarte.///
Mi oración en la cosecha, abunda tu gracia y favor,
soy lleno para ser vaciado otra vez, lo que recibí sembraré.
soy lleno para ser vaciado otra vez, lo que recibí sembraré.
Oración: Me tienta…
Ayúdame a hacer silencio, Señor, quiero escuchar tu voz. Toma mi mano, guíame al desierto. Que nos encontremos a solas, Tú y yo.
Ayúdame a hacer silencio, Señor, quiero escuchar tu voz. Toma mi mano, guíame al desierto. Que nos encontremos a solas, Tú y yo.
Necesito contemplar tu rostro, me hace falta el calor de tu voz, caminar juntos” callar, para que hables Tú.
Quiero revisar mi vida, descubrir en qué tengo que cambiar, afianzar lo que anda bien, sorprenderme con lo nuevo que me pides.
Me pongo en tus manos, ayúdame a dejar a un lado las prisas, las preocupaciones que llenan mi cabeza.
Barre mis dudas e inseguridades, quiero compartir mi vida y revisarla a tu lado. Ver dónde aprieta el zapato para urgir el cambio.
Me tienta el activismo. Me tienta la seguridad, hay que hacer, hacer y hacer. Y me olvido del silencio, dedico poco tiempo a la oración. ¿Leer tu Palabra en la Biblia?” para cuando haya tiempo.
Me tienta la incoherencia. Hablar mucho y hacer poco. Mostrar apariencia de buen cristiano, pero dentro, donde sólo Tú y yo nos conocemos, tenemos mucho que cambiar.
Me tienta ser el centro del mundo. Que los demás giren a mi alrededor. Que me sirvan en lugar de servir. Me tienta la idolatría. Fabricarme un ídolo con mis proyectos, mis convicciones, mis certezas y conveniencias, y ponerle tu nombre de Dios.
Me tienta la falta de compromiso. Es más fácil pasar de largo que bajarse del caballo y actuar como el buen samaritano. ¡Hay tantos caídos a mi lado, Señor, y yo me hago el distraído!
Me tienta la falta de sensibilidad, no tener compasión, acostumbrarme a que otros sufran y tener excusas, razones, explicaciones” que no enen nada de Evangelio pero que me conforman” un rato, Señor, porque en el fondo no puedo engañarte.
Me tienta separar la fe y la vida. Leer el diario, ver las noticias sin indignarme evangélicamente por la ausencia de jus cia y la falta de solidaridad.
Me tienta el mirar la realidad sin la mirada del Reino. Me tienta el alejarme de la política, la economía, la participación social” que se metan otros” yo, cristiano sólo el Domingo. Misa y gracias”
Me tienta el tener tiempo para todo menos para lo importante. La familia, los hijos, la oración al cuadragésimo lugar. Hay cosas más importantes. ¿Las hay?
Me tienta, Señor, el desaliento, lo di cil que a veces se presentan las cosas. Me tienta la desesperanza, la falta de utopía. Me tienta el dejarlo para mañana, cuando hay que empezar a cambiar hoy.
Me tienta creer que te escucho cuando escucho mi voz. ¡Enséñame a discernir! Dame luz para distinguir tu rostro.
Llévame al desierto de la oración, Señor, despójame de lo que me ata, sacude mis certezas y pon a prueba mi amor. Para empezar de nuevo, humilde, sencillo, con fuerza y Espíritu para vivir el a Ti. Amén.
(Oración tomada de: Web católico de Javier)
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