Toda vigilia implica austeridad. La cuaresma es un tiempo de preparación y espera que se sitúa por eso en un contexto de austeridad y exigencia. Los textos de este segundo domingo parecen estar en contraste con ese marco de referencia.
Aquí nos quedamos
La escena anterior del evangelio de Marcos nos contaba la confesión de Pedro, pronto a ver en Jesús al Mesías y tardo en comprender todo lo que eso supone en la práctica. Jesús aprovecha la ocasión para señalar cuáles son las condiciones requeridas para seguirle.
Jesús toma a Pedro, Santiago y Juan, testigos de la curación de una niña que todos daban por muerta (cf. Mc 5, 37-43). Los lleva a un monte, lugar clásico de una revelación importante. Allí el Señor se transforma. El blanco de sus vestidos —que «ningún batanero del mundo» (Mc 9, 3) podría obtener— expresa esa condición nueva. Elías y Moisés —los profetas y la ley— representan la historia y el significado del pueblo de Jesús. Historia que tiene en el Señor su cumplimiento pleno.
Es un episodio lleno de luz que anticipa la resurrección de Jesús. De su muerte y resurrección había hablado a sus discípulos (Mc 8, 31), pero éstos —por boca de Pedro— parece que no habían comprendido lo que les decía. Sorprendido, el mismo Pedro toma la palabra y propone quedarse: «¡Qué bien se está aquí!»(9, 5). Marcos, implacable, añade que «no sabía lo que decía» (v. 6); hace notar, además, que los discípulos «estaban asustados» (v. 6). Eso explica lo inoportuno de la sugerencia de Pedro. Pero la historia no puede detenerse, debe comprenderse su sentido; la luz de la resurrección nos permite leerla con esperanza. La muerte de Jesús no es la victoria de las tinieblas que ya están vencidas de antemano. Ese es el significado de la transfiguración.
La fe de Abrahán
La esperanza que la resurrección infunde en nosotros es una manifestación del amor gratuito de Dios. Si Dios está con nosotros (cf. Rom 8, 31), nada debemos temer. El miedo lleva a Pedro a querer interrumpir la marcha de la historia y a refugiarse en una especie de paréntesis de ella. Pero creer en Dios no es una evasión de la historia, por dura que ella sea. En plena cuaresma la resurrección de Jesús debe ser motivo de una profunda alegría y una estimulante esperanza. La justicia de Dios, es decir, su obra salvadora, nos viene de su amor. Lo que ella pide a cambio es nuestra propia entrega sin tapujos, ni miramientos,como la que presenta el difícil relato del sacrificio no realizado de Isaac(cf. Gén 22).
La fe de Abrahán es total, ella inspira su vida. La entrega al Señor, animada por la esperanza de la resurrección, no puede ser sino un testimonio del amor de Dios. Se trata de la afirmación de la vida frente a tanta muerte injusta como la que vemos en diversos lugares del mundo.
Gustavo Gutiérrez
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