23 febrero 2018

Para fijarnos en el evangelio del Domingo II de Cuaresma

• “Pedro, Santiago y Juan” (2) son testigos de algunos de los hechos más importantes de la vida de Jesús: la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37), éste de la transfiguración, la oración en Getsemaní (Mc 14,33). También los vemos con Jesús reflexionando sobre la realidad (Mc 13,3).
• Los tres Apóstoles representan a la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios, el Pueblo que es interlocutor de Dios, que está en diálogo con Él, que lo “escucha” (7). En ellos se expresa que la Iglesia recibe del Padre, a través de los Apóstoles, la afirmación central de la fe: el hombre Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios (7).

• “Elías y Moisés”, que habían subido a la montaña para encontrarse con Dios, “conversando” (4) con Jesús en la “montaña alta” (2) parecen indicar que Jesús de Nazaret – que acaba de anunciar su pasión y muerte y resurrección (Mc 8,31)- es Dios mismo.
• Por tanto, la antigua alianza, la Ley y los Profetas, ha sido transfigurada (2): ya no son tablas de piedra; la nueva Ley es el mismo Jesús. Basta con “escucharlo” a Él, “solo con ellos” (8).
• “Escuchar” (7) a Jesús, el Profeta definitivo, es vida para la Iglesia y para cada discípulo: discípulo es quien “escucha” al “Maestro” (5).
• El “mandato” (9) de Jesús: ”No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos” alude, por un lado, al anuncio de la pasión-muerte- resurrección que acabamos de encontrar (8,31). E indica que sólo al final de todo el proceso, de todo el camino de Jesús, se podrá comprender quién es el Mesías de Dios, cuál es la manera de estar Dios con nosotros. 
• La experiencia de los tres Apóstoles, anticipación de la resurrección, les será una fuerza para el camino que tienen que recorrer, que será duro: a partir de ese momento, Jesús sólo encuentra dificultades; en este Evangelio de Marcos ya no hallamos más al Jesús exitoso que hemos visto en la primera parte (capítulos 1-8).
• Con esta fuerza ya no es necesario “estar aquí” (5), en la montaña. La vida, por dura que pueda ser (cruz, muerte … ), será vivida en otra perspectiva: la resurrección de Cristo lo transfigura todo, el pecado y la muerte no tendrán la última palabra sobre la vida de nadie.
Síntesis: Es un texto de una epifanía apocalíptica. La nube, la voz celestial, la presencia de Moisés y Elías evocan la manifestación de Dios en el Sinaí. El rostro resplandeciente y la túnica blanca recuerdan la visión del hijo del hombre de Dn 7. En Cristo, pues, se revela el Dios liberador de la esclavitud de Egipto, de la muerte de Elías, de la persecución helenista. En la transfiguración Jesús quiere que comprendan que la muerte no significa la ruina del hombre. Quien ha sido rechazado y ha dado la vida por el bien de los demás no fracasa definitivamente. Simón, (“el Piedra” = el obstinado), Santiago y Juan (“los Truenos” = los autoritarios) son los tres que presentan mayor resistencia al mensaje. Quiere darles la experiencia de su condición divina, significada por el color blanco luminoso, y la conversación con la Ley y los Profetas. Pedro no comprende, no ve la novedad de Jesús. Dios interpreta el hecho: “este es mi Hijo amado; escuchadle”.

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