03 febrero 2018

Domingo V de Tiempo Ordinario

1. Situación
La vida humana en profundidad y la vida auténticamente cristiana convergen, tienen muchas experiencias en común. Una de ellas, por ejemplo, es la sensación ineludible de estar enraizado, de tener mundo propio, esa red estrecha de relaciones con personas y cosas (afectividad y trabajo) y, sin embargo, sentirse solo (no separado) en lo más íntimo, y no poder absolutizar nada, pues todo es tan frágil…
Para algunos es motivo de desencanto y de huida a lo eterno, a la espiritualidad, o lo contrario, motivo de ansiedad por acumular placeres y novedades. El cristiano, por el contrario, hace de esa dualidad un camino de sabiduría.
2. Contemplación
Así vive Jesús: sumergido en la existencia humana, entregado a los demás, en particular, a los que sufren; pero sabiendo que sólo pertenece al Padre, buscando por encima de todo (incluso por encima de las urgencias y necesidades de los pobres) Su voluntad. La costumbre de Jesús de orar responde a esta experiencia última de su persona y de su misión: no confunde su acción con la voluntad de Dios, no identifica eficacia y Reino de Dios. Cuando ora, Jesús no huye de los hombres; deja al Padre que sea su fuente de ser y actuar y afirma la trascendencia absoluta de Dios en doble sentido: en cuanto el totalmente Otro y el máximamente Amor, presente en el corazón de la historia y en cada una de sus criaturas (Evangelio).

En la primera lectura, Job representa a todos los hombres a los que Jesús viene a salvar. ¿Qué es la enfermedad, al cabo, sino un signo de la finitud del hombre? ¿Qué es la vida, sino una experiencia repetida y confirmada de la contingencia, del tiempo que vuela?
Job parece un nihilista. El salmo responsorial, anticipando el Evangelio, responde: Alabad al Señor que sana los corazones destrozados y venda sus heridas.
 
3. Reflexión
No es fácil para el creyente hacer la síntesis de Jesús. Dedicarse al prójimo (familia, obligaciones, atención a los que sufren…) es tan absorbente que no cabe pensar en las propias necesidades, ni siquiera las espirituales, pues hacer oración sería demasiado egoísta y perder el tiempo. ¿Por qué, sin embargo, en cuanto toma conciencia de que su tarea no es suya, sino llamada y misión del Señor, ya no se siente tan justificado respecto a su abandono de la oración?
Creo que es de sentido común intentar una vida más equilibrada: tiempos de trabajo y tiempos de gratuidad, de exterioridad y de intimidad. Pero el cristiano no se inspira primordialmente en el equilibrio, sino en el amor. Por eso, debe descubrir el valor de la oración en su vida a la luz del amor con que se entrega al prójimo.
Dispone de dos claves:
— Si se entera de que el Reino es, primordialmente, iniciativa de Dios. El es un enviado, no el Salvador.
— Si se entera de que el don máximo del Reino es Dios mismo en persona, que quiere comunicarse de corazón a corazón con sus hijos. ¿Es que no se comunica a través del prójimo? Sí, sin duda; pero Jesús se retiraba a orar. ¿Por qué?
4. Praxis
Primero: Es necesario descubrir por experiencia ese misterio de la soledad íntima, que remite a Dios. Sólo Dios alcanza la profundidad del hombre.
Segundo: Evitar todo dualismo entre acción y oración. Sólo hay un camino: poner amor en todo. El amor te hace salir de ti, y la espiritualidad, finalmente, consiste en este salir de sí. Pero el mismo amor te lleva a la fuente del amor, Dios.
Tercero: Se supone que estas páginas te ayudan a hacer oración (no es mucho dedicarles dos tiempos a la semana, ¿verdad?). ¿Te van facilitando la síntesis de Jesús? Casi siempre necesitamos un proceso largo para lograrla. Unas veces hay que insistir en la vida; otras, en la oración. Si, a pesar de todo, mantienes ambos polos, más tarde recogerás los frutos.
Javier Garrido

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