Hoy es 25 de febrero.
Hoy es el segundo domingo de Cuaresma. Avanzamos suavemente por el camino que nos lleva a Jerusalén, hacia la Pascua. De nuevo, el Señor, me ha citado en este camino para disfrutar de su encuentro. Él está aquí para mí. Yo estoy aquí, y sólo aquí. Mi cuerpo se serena, mi respiración se sosiega. Y pido al Espíritu de Dios, que me adentre en su misterio, en mi misterio. Espíritu de Jesús, yo te pido, ora hoy en mi corazón.
La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 9, 2-10):
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Estaban asustados, y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.»
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».
Hoy se nos regala una bella noticia. Un fragmento de evangelio inundado de luz. Una luz de montaña, que nos puede deslumbrar, asustar o paralizar, como a los discípulos. Sin embargo, sólo pretende invitarnos a entrar en la intimidad luminosa de nuestro Dios. Que viene a hablarnos al corazón y a desvelarnos su rostro. Él es Abba, el padre de Jesús de Nazaret. Cristo es su hijo amado. Yo en él soy hijo amado. Y mi única misión es escucharle, sólo a él.
Entonces, al escucharle, algunos sentimientos hechos preguntas, despiertan mi reflexión. ¿Qué personas, situaciones, son para mí la montaña alta, donde puedo reconocer fácilmente el rostro de Dios y escuchar su palabra?
Hay otras voces que intentan competir con esa palabra, acallarla, adormecerla. Voces que pretenden ser de vida y al final sólo consiguen agotarme. ¿Cuáles son esas voces en mi vida?
Vuelvo a coger el evangelio, como si presente me hallase. La presencia luminosa del Padre que me envuelve, me abraza y escucho de sus labios: Tú eres mi hijo amado. No recibas de nadie otra identidad. Y tal vez siento que mi convencimiento se agranda. Es mi padre, es mi amigo. Es mi creador. Intuyo que ésta es la vida resucitada. Y la recibo, por gracia y esta me basta.
Desde lo que siente mi corazón, doy gracias a Jesús por este encuentro, por esta cita siempre nueva. Le doy gracias, y voy terminando este rato de oración, pero no pierdo su presencia. Una semana se abre ante mí. De su mano voy bajando la montaña al valle. Del misterio del ser eterno al milagro de la pequeña acción cotidiana. Convierte esta oración en un mantra. Una frase que te pueda acompañar a lo largo de esta semana, repitiendo en tu interior, una y otra vez, ese anhelo. Que te escuche siempre para descubrir tu nombre, que te escuche siempre para descubrir tu nombre…
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