15 diciembre 2017

III Domingo de Adviento: Comentario

Pedro Saez. Presbítero
Dios, compadecido de la situación de los judíos, encarga al profeta Isaías que lleve al pueblo la buena nueva de la esperanza.
El profeta manifiesta su alegría tanto por haber sido elegido por Dios para comunicarse con su pueblo, como por el contenido de la comunicación: “El Señor Dios hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones. (61, 1-2. 10-11)
También San Pablo nos habla de alegría, es más, invita a ella a los cristianos de Tesalónica: “Estad siempre alegres. (5, 16-24) les dice.
Por el talante gozoso de ambos textos se denomina litúrgicamente a este tercer domingo de Adviento: domingo de laetare, domingo de alegría.

Consecuentes con lo reflexionado los domingos desde Octubre, sobre un cierto desconcierto existencial por parte de la humanidad, en los que hemos recordado más de una vez aquello de Ortega y Gasset de que “lo peor que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa”, surge espontáneamente en nosotros una cierta perplejidad: ¿Es posible la alegría hoy en el mundo, sin ser un desmemoriado? ¿Por qué o de qué podemos sentirnos alegres?
Cuando San Pablo escribe a los tesalonicenses, hay un fuerte revuelo en la comunidad sobre el destino de los que hayan muerto y que por consiguiente no iban a estar presentes cuando volviera Jesús y sobre cómo llenar la vida, supuesto que creían inminente el fin del mundo.
Para responder a estas inquietudes, Pablo les escribió esta carta, poco después de su llegada a Corinto, a comienzos del año 51.
Lo que les dice a los cristianos de esa Iglesia, y también a nosotros, los cristianos de la Iglesia de Bilbao, es que el motivo para estar alegres es que: el Señor es fiel a sus promesas, con tal de que se conserven -nos conservemos- irreprochables, quedándonos con lo que es bueno y rechazando lo que es malo”.
Ese es el gran mensaje trasmitido por Pablo, capaz de suscitar la más amplia y profunda alegría: Dios es fiel a las promesas que nos ha hecho. Y entre esas promesas podemos considerar como fundamentales: Que Dios nos ama, que nos ha creado por amor, que nos espera después de la muerte física para recogernos en su misterio, que nos perdona y que nos promete la asistencia de su gracia mientras caminamos por la tierra.
La causa de la alegría está, pues, plenamente justificada: las promesas hechas por ese Jesús, cuya manifestación pública tuvo lugar hace 2000 años, cuando el Bautista predicaba en el Jordán, tal y como nos ha recordado el Evangelista San Juan, (tercera lectura, 1, 6-8, 19-28)
Es verdad que el mundo debe mejorar sensiblemente pero ya ha dado grandes pasos, de la mano de las enseñanzas y ejemplo de Jesús, en lo referente a la comprensión de la naturaleza y dignidad del ser humano, de sus relaciones con Dios, de nuestras expectativas respecto de Él y de los comportamientos con los demás.
No es para estar totalmente satisfechos y “pararnos” en lo conseguido pero tampoco para estar totalmente descorazonados ante lo mucho que todavía queda por alcanzar.
El domingo pasado, día 10, celebrábamos el 69 aniversario de la Solemne Declaración de los Derechos Humanos. La Asamblea General de las Naciones Unidas, al menos teóricamente, ha sido capaz de reconocer que los hombres, como seres racionales que somos, debemos tratarnos fraternalmente los unos a los otros (art.1) y que ese trato debe tener como contenidos concretos los señalados en los restantes 29 artículos de la Declaración. Queda mucho, para que todo eso sea una realidad para todos, pero, al menos, parece que se ha descubierto el camino a recorrer. Y no son pocos, por fortuna, los que sí los han tomado como programa a realizar en la vida.
En las relaciones concretas entre las personas no está demás que, sin pararnos en el esfuerzo por seguir mejorando y sintiéndonos urgidos por la tarea que tenemos por delante, hagamos alguna referencia al progreso realizado en las relaciones con los demás, por ejemplo, en lo referente al ejercicio de la caridad cristiana.
En la memoria anual de actividades de la Iglesia Católica de España del 2015 (Sacado de Internet) aparecen datos de los que he entresacado los siguientes.
El importe total de la actividad asistencial de la Iglesia Católica ha supuesto 589. 629.655 €
En Caritas y Manos Unidas trabajan 83.712 voluntarios.
Hay 6.298 centros para mitigar la pobreza con una inversión de 2.826.767 €
201 centros de inmigrantes han atendido a 175. 212 personas.
353 centros de orientación familiar han ayudado a 100.600 necesitados
Un pequeño resumen que quiere poner de manifiesto que aunque lo que queda por hacer es muchísimo no es menos cierto que la humanidad sí va progresando en cuanto a la sensibilidad por los problemas de los demás.
Qué hubiera pasado de no haber venido Jesús a hablarnos del amor fraterno, no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que hay muchos seguidores de Él que tanto en la Iglesia Católica, como en la Protestante y en la Oriental Ortodoxa han entendido y practicado el mensaje de Jesús de amarnos los unos a los otros.
Recientemente se ha realizado la campaña del banco de alimentos. (Fui a cuatro establecimientos, “a ver”, porque procuro no hablar de lo que no sé) Comprobé gente de toda edad, jóvenes de ambos sexos junto a adultos y adultas recibiendo y organizando los paquetes que les entregaban. También recordé las toneladas de alimentos que se había recogido el año pasado.
Aquí, en nuestra Parroquia de San Vicente, vuestra generosidad en las frecuentes colectas es un buen testimonio de que el ejemplo de Jesús os ha contagiado.
No es para echarnos a dormir ni para dejar de esforzarnos, pero sí para celebrar un domingo de “laetare”, de alegría porque el mensaje de Jesús va germinando y dando frutos de amor entre los hombres y mujeres del mundo.
Se va cumpliendo aquello del profeta: “El Señor Dios hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones. (1ª lectura)
Estemos alegres. Hay razones para ello porque “El Señor es fiel a sus promesas” (2ª lectura)
Un mundo nuevo se abre ante nosotros si tenemos el coraje de comprometernos en serio.
Que todo esto nos sirva para animarnos a dar los pasos siguientes. AMÉN.

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