19 noviembre 2017

Reflexión domingo 19 noviembre

Los textos bíblicos de este domingo nos animan a trabajar con destreza [1ª lect. (Proverbios 31, 10 ss)] viviendo como hijos de la luz [2ª lect. (1ªTes. 5, 1-6)] para poder acceder al premio de los que velan [3ª lect. (Mt. 25,14-30)]
Un resumen que viene a rematar perfectamente el desarrollo de las homilías de estos últimos domingos que deberían concluir con una serie de compromisos concretos.
Comenzamos este ciclo el día 8 de Octubre, domingo XXVII del Tiempo Ordinario, constatando que el mundo va a la deriva por falta de ideales. Sin valores fijos el hombre y la mujer andan buscando algo que los oriente pero sin saber lo que es, ni poner demasiado empeño en encontrarlo. Recordábamos a Ortega que decía que lo peor que nos pasa es que no sabemos qué nos pasa. Así es. Sentimos y padecemos una enorme tormenta que nos ha cogido sin brújula y sin carta de navegación.

Hojeando las Escrituras, Dios nos proponía dos grandes puntos de orientación: admitir como supremo valor el amor y fortalecer la voluntad para vivir coherentes con él en nuestras relaciones ordinarias de la vida.
Finalmente, y también de la mano de la Revelación, el domingo pasado descubrimos la grandeza del ser humano. El hombre, en el proyecto de Dios, no es un náufrago lanzado a un mar embravecido, sino una criatura especialísima que, dotada de razón y conciencia, puede dirigir su singladura hacia el puerto del que salió como obra de Dios y en el que se le espera como hijo que vuelve de un arduo caminar.
Es muy profundo el epitafio que reza en la tumba de Unamuno, allá en el cementerio de Salamanca. “Méteme Padre eterno en tu pecho, misterioso hogar, descansaré allí, pues vengo deshecho del duro bregar”.
Ese es exactamente nuestro destino en el plan de Dios. Descansar eternamente en el misterio de Dios después de haber consumido la vida esparciendo el bien en nuestro derredor.
Nos lo ha recordado el Evangelista San Mateo: “Criado bueno y fiel, entra en el gozo de tu señor”.
Es tan grande lo que nos espera que Jesús nos insistió en que no nos descuidáramos y lo dejáramos escapar.
San Pablo entendió bien esta urgencia y por eso les recomienda a sus fieles que no se desorienten, que no olviden lo que han aprendido del Evangelio.
Eran como nosotros, aunque de una Iglesia en otro sitio, allá en Tesalónica y en otros tiempos, siglo I, pero con los mismos riesgos que nosotros: vivir tan ocupados por las cosas del mundo que nos olvidemos de las que se refieren a nuestra espiritualidad. El remedio que les ofrece San Pablo es igualmente válido en la actualidad: “Vivir como hijos de la luz olvidándonos de las tinieblas anteriores. Todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día; no sois hijos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no echaros a dormir como los otros, sino estad alerta y sed sobrios”.
Ser hijos de la Luz es vivir iluminados por las enseñanzas de Jesús. Es comprometernos a vivir.
Las relaciones intra-eclesiales, superando una vinculación superficial o medio jurídica por una profunda unión espiritual con el resto de los miembros de la comunidad vistos como integrantes del Cuerpo Místico de Cristo. San Pablo en la carta a los Romanos nos anima a poner a disposición de la comunidad los talentos que cada uno tenga.
La vida familiar, tomando posturas comprensivas, tolerantes, de ayuda, de perdón entre todos los que la integran. Padres, hijos, hermanos formando una piña fuerte aunque no cerrada a la convivencia con los demás.
Las relaciones de vecindad, procurando no solo no ser gravoso para los otros vecinos sino ofreciéndoles una sincera colaboración y ayuda.
Las relaciones laborales, siendo responsable de las tareas que se tengan encomendadas en los distintos estamentos de la producción -obrero, director, patrono, sindicalista- fomentando un trato agradable y justo entre todos.
La vida de estudiante, dedicándose seriamente al estudio, traducido en un serio esfuerzo por alcanzar una sólida formación que le capacite para ser miembro activo y eficaz cuando se inserte en la sociedad productiva.
En los momentos de expansión y descanso gozando de las posibilidades al alcance. Siendo alegres sin caer en posturas denigrantes, incompatibles con la dignidad de la propia persona y la de los otros.
En el ejercicio de la autoridad, cumpliendo estrictamente la justicia y la equidad.
Vivir como hijo de la luz es vivir de tal manera que los demás puedan considerar la vida como un don a disfrutar en paz y sosiego.
Vivir como hijo de la luz es enfocar la vida como quien tiene la gozosa responsabilidad de desarrollarla al máximo en favor de todos.
Vivir como hijo de la luz es sentirse solidario de los problemas del mundo, poniendo a contribución las energías necesarias para cooperar a la edificación de otro, que sea una morada agradable para todos los que lo integran.
Vivamos la vida así, como hijos de la luz y la viviremos esperanzados y gozosos como nos lo prometía el salmo: Dichosos los que aman al Señor y siguen sus caminos, porque serán felices y verán la prosperidad de Israel. AMÉN
Pedro Sáez

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