12 octubre 2017

EN EL MONTE DE DIOS… CON TRAJE DE FIESTA Por Ángel Gómez Escorial

1.- Impresiona la profecía de Isaías que hemos escuchado. Llegará un día que Dios terminará con toda la penuria humana y, además, aniquilará la muerte para siempre. Y hay palabras misteriosas, como las que dice: “arrancará en este monte el velo que cubre a todas los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Y preparará para todos un gran banquete. En la descripción del banquete recuerda, sin duda, al salmo 22, en el que el Señor nos lleva a fuentes tranquilas y prepara una mesa ante nosotros. Llegará, sin duda, ese día final de gran alegría y de conocimiento total de lo que nos falta por saber de la existencia futura. La promesa de Dios es para todos los pueblos. No sólo para el pueblo elegido, para Israel. Pero no sólo, tampoco, para nosotros los cristianos, que no podemos creer, asimismo, elegidos. Serán todos los pueblos.


2.- Y cuando Jesús narra una nueva parábola a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, está ahora es más radical que las anteriores que hemos ido escuchando estos domingos. Los convidados importantes, de alcurnia, no han querido ir la boda que ya profetizaba Isaías o han caso omiso a la invitación que durante mucho tiempo Jesús les está haciendo, en nombre de Dios, para que cambien y hagan de la religión un modo de servicio de Dios y a los hermanos, y no un instrumento de poder y de opresión. Pero Jesús ya sabe que no van a aceptar ese cambio, que su soberbia les hace seguir engañando y engañándose con la verdadera naturaleza de Dios. Niegan su presencia futura en el Reino. Y, entonces, ese Reino será para “lo peor” del pueblo, para los pobres y los delincuentes, para aquellos que mal vivían en las encrucijadas, en los cruces de caminos, pues no les dejaban entrar en las ciudades.

3.- Pero, una vez más, aparece la condición criminal de los que no aceptan la invitación del Señor, del Rey. Si el domingo pasado los arrendadores de la viña, asesinaban al heredero, al Hijo del Dueño, ahora dan muerte a los enviados, a quienes portan la invitación para la boda. Son –como ya hemos dicho en semanas anteriores— los últimos días de Jesús, son, asimismo, los últimos combates dialécticos del Maestro con los jefes de la religión judía. Y son, por supuesto, los últimos intentos de Jesús por convencer a sus enemigos de su error, abandonar su falsedad respecto a Dios y convertirse. Pero la posibilidad de la muerte de Jesús de Nazaret, su ejecución arbitraria y terrible es presentida por Él, pero no huye, no vuelve a su Galilea natal, donde puede sentirse más seguro, lejos de Jerusalén. Tiene que cumplir con su deber. Y parte de ese deber es convertir con sus duras palabras a esos personajes que ya solo creían en sí mismos y en su sistema de vida.

4.- Será la muerte de Jesús, el efecto redentor total de su sacrificio, la vía única que va a llevar a la humanidad al Monte del Señor, a ese lugar elevado donde Dios Padre prepara un gran banquete final a sus otros hijos, libres de culpa por la acción redentora de su Hijo Único. Obviamente se llega al Monte del Señor después de una vida esforzada, donde cada uno tendrá que hacer las cosas que Jesús nos ha enseñado que es el camino hacia la verdad y la vida. Por eso en la parábola que hoy nos narra San Mateo hay otro hecho duro, muy duro. Un pobre se encuentra en el banquete sin traje de fiesta y es atado de pies y manos y lanzado a las tinieblas. ¿Puede un pobre vestirse de fiesta? ¿Tiene medios para encontrar un rico traje? Ese vestido de gala no es otra cosa que la limpieza de corazón que enseña Jesús de Nazaret. Aceptar el camino que Jesús nos enseña no es costoso. Y está a la altura de cualquiera. Su yugo es suave y su carga es ligera. La dureza de corazón no es siempre patrimonio de los poderosos. Por eso cada uno –todos nosotros— debe examinar su propia vida, no vaya a ser que esté anclado en la soberbia y en el pecado del disimulo, como los fariseos.

5.- Y decir para terminar que San Pablo, como siempre, nos ofrece una descripción del camino que necesitamos. Él mismo dice que sabe que vivir en la pobreza y en la abundancia, que está entrenado para todo. Y la receta es sencilla en su definición y profundísima en su realidad concreta: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”. Dios –mostrado por su Hijo Jesús, el gran mediador— es quien nos ayuda a seguir, a escalar el camino hasta la cumbre del Monte de Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario