29 octubre 2017

EL QUE AMA A DIOS Y AL PRÓJIMO CUMPLE LA LEY ENTERA Y LOS PROFETAS Por Gabriel González del Estal

1.- “Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas. Lo primero que quiero decir es que lo más original de Jesús en estas frases es que equipara, declara semejante al mandamiento de amar a Dios el mandamiento de amar al prójimo. Es decir, que nadie puede amar cristianamente a Dios si no ama cristianamente al prójimo y nadie puede amar cristianamente al prójimo si no ama cristianamente a Dios. Las palabras “amor” y “amar” se emplean y se han empleado con múltiples significados en nuestra vida cotidiana. Por “amor” o “desamor” se puede matar y salvar, construir o destruir, ser feliz o desgraciado. Por eso, es necesario, cuando los cristianos hablamos de amor, añadir a esta palabra el adjetivo “cristiano”.
Pues bien, dicho esto, es importante que reflexionemos sobre estas palabras de Jesús: el mandamiento del amor a Dios y al prójimo sostienen la Ley entera y los profetas. En este caso, al decir: amar la Ley entera, se refiera a la Ley judía expresada principalmente en los libros bíblicos que componen el Pentateuco. Esto lo hacían escrupulosamente los fariseos, a los que Jesús tantas veces criticó. Se trata, pues, de amar también y cumplir lo que dicen los profetas bíblicos. A muchos profetas bíblicos: Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, etc. los persiguieron y a algunos los mataron judíos que se creían fieles cumplidores de la Ley. Los profetas exigen no sólo cumplir la letra de la Ley, sino cumplir con el verdadero espíritu a la Ley, que no es otro que amar cristianamente a Dios y al prójimo. Es en este sentido en el que debemos preguntarnos nosotros, los cristianos, ahora: ¿cumplimos el mandamiento principal de Jesús, su evangelio, fijándonos no sólo en la letra, sino en el espíritu de lo que dice? La ley de Jesús, su mandamiento nuevo y principal, es amar a Dios y al prójimo como él nos amó. Si cumplimos no sólo literal, sino también espiritualmente, este mandamiento hemos cumplido la ley entera y los profetas.

2.- Esto dice el Señor: no oprimirás al forastero…, no explotarás a viudas y a huérfanos…, si prestas dinero a mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero cargándole intereses… Estos mandamientos de la ley de Dios, contenidos en el llamado “Código de la Alianza”, nos muestran maravillosamente el corazón de un Dios justo y misericordioso. Sí, nuestro Dios es compasivo y misericordioso, que se erige en juez imparcial con un amor preferente hacia los más pobres y marginados. Este debe ser siempre nuestro camino, el camino cristiano: amar a todos cristianamente y atender preferentemente a los que más lo necesitan. Los cristianos no debemos apostar siempre por los más fuertes y poderosos, sino mirar con especial predilección a los más débiles y marginados de la sociedad donde vivimos. Hagamos un esfuerzo para ayudar como mejor sepamos y podamos a estas personas que, por las circunstancias que sea, se encuentran en los márgenes más apartados y olvidados de la sociedad. Ya sabemos que no es fácil, pero, como digo, que cada uno ayude como mejor sepa y pueda y, en cualquier caso, animemos a las pocas personas que tan generosamente ayudan.

3.- Desde vuestra comunidad, la Palabra del Señor ha resonado no sólo en Macedonia y Acaya, sino en todas partes. Ya quisiéramos nosotros, los cristianos de hoy, que san Pablo pudiera decirnos a nosotros estas palabras que dirige, en esta carta, a los primeros cristianos de Tesalónica. Porque muchas veces nuestra fe es anodina, se queda dentro de los muros del templo, sin resonancia en el mundo exterior. Y, sin embargo, la fe cristiana, nuestra fe, debe ser elemento de evangelización exterior, llegar y contagiar a los de fuera. Algo de esto quiere decir el Papa Francisco cuando habla una y otra vez de la necesidad de que la Iglesia de Cristo sea siempre una Iglesia en salida. Esto, evidentemente, muchas veces no es fácil, debido a nuestras condiciones muy limitadas por la edad y por nuestro estilo de vida. Pero debemos intentarlo, al menos dentro de nuestra familia, amigos y personas más cercanas. Si la Iglesia de Cristo debe ser siempre una Iglesia evangelizadora, procuremos ser también cada uno de nosotros evangelizador, en la mejor medida que podamos y sepamos.

4.- ¿RESUMIMOS EL EVANGELIO?

Por Javier Leoz

En diversas ocasiones los encargados de una ponencia o los llamados a desarrollar un tema, suelen concluir con la siguiente coletilla: “en resumen” o “resumiendo”. También, Jesús de Nazaret, nos hace una síntesis de todo aquello por lo que Él se ha movido, ha hablado y actuado: el amor de Dios en beneficio del hombre. ¿Sirven unas normas que sean cumplidas sin ser tener en cuenta la razón por las que se pensaron? ¿Son las leyes, por lo menos algunas, resorte de los derechos humanos, paradigma de la dignidad de las personas?

1.- Hoy, en un mundo convulsionado, confundido, complicado y en el que día a día, una y otra vez, nacen leyes –consensuadas por una mayoría- en pro del bienestar, nos podríamos preguntar: ¿Son esas leyes justas o injustas? ¿Favorecen a todos o a una minoría? ¿Están encaminadas al bien común o al bien particular? ¿Están regidas desde la ética y la moral o desde el simple capricho? El Evangelio de este día nos da la tónica que ha de llevar en su vida un cristiano: el amor a Dios y al prójimo ha de sostener lo que somos, decimos y hacemos.

Los escribas que tentaban a Jesús intentaban desempeñar al dedillo nada más y menos que 613 mandamientos. Con ello, sin darse cuenta, miraban tanto al libro que olvidaban al autor; se fijaban tanto en la letra que vivían de espaldas al espíritu con el que fue escrita; adornaban de tal manera su existencia que, escasamente, percibían el dolor o las miserias de aquellos que les rodeaban. Porque, la cuestión, no era quién cumplía más y mejor la Ley. Jesús pone el dedo en la llaga y les recuerda que, el amor a Dios, pasa necesariamente por el amor al prójimo. No nos puede ocurrir como aquel conductor que presumía de un cumplimiento perfecto del código de normas del tráfico pero, en esa obsesión, apenas disfrutaba ni del paisaje que cruzaba con sus coches en sus numerosos viajes y, lo que es peor, dejaba a pie de carretera a personas que necesitaban su auxilio o su atención.

2.- Hoy, sin embargo, me da la impresión que –también este mandamiento angular del amor- muchos de nosotros, y también de los que no están en esta Eucaristía, lo entendemos o lo vivimos a nuestra manera. A menudo solemos decir y escuchar: “yo amo a Dios y no necesito de la Iglesia” “yo hago el bien y, eso, es suficiente”. Y, en estas frases, que pueden ser pancarta de una gran verdad, también pueden darse motivos para la autojustificación, para no beber de las fuentes de la Palabra o, incluso, para amar a Dios y al prójimo…pues eso…”a nuestra manera” pero no “a la manera de Dios”. ¿No os parece que esto es así?

--Cuando decimos “yo amo a Dios” ¿Lo hacemos con todas las consecuencias, en todo y sobre todo?

--Cuando presumimos de hacer el bien ¿Lo hacemos sin distinción, todos los días y a todas las horas como Dios mismo nos ama?

--Cuando, en un intento de posicionarnos al margen de la vivencia religiosa, solemos afirmar que “lo importante es hacer el bien” ¿no os parece que, en el fondo, se esconde una ideología en la que Dios cuenta poco o nada?

3.- Sí, hermanos. De sobra sabemos que amar a Dios y al prójimo es el resumen o la síntesis de todo el evangelio. Pero, cuando uno descubre el amor que Dios nos tiene (y, en contrapartida, el amor que hemos de ofrecer a los demás) es cuando cae en la cuenta que, el resto de los mandamientos, apuntalan todo ese edificio amoroso en el que conviven, disfrutan y se encuentran el amor divino con el amor humano.

O dicho de otra manera: quien ama a Dios, sobre todas las cosas y quien se vuelca en el prójimo como en uno mismo es porque, a la fuerza, cumple a la perfección el resto de los mandamientos. ¿O no?

4.- EN RESUMEN

Ayúdame  a entregarme y amar

y  a no buscar razones para amar

Ayúdame,  Señor, a perdonar

y  a no filtrar interesadamente el perdón

Ayúdame,  Señor, a conocerte

y  a no excusarme con decir que “ya te conozco”



EN RESUMEN, SEÑOR

Recuérdame  que, no es tan importante

el  que yo sepa mucho de Ti

cuanto  que yo te quiera de verdad

Que  lo esencial no es fijarme en la letra

sino  en las consecuencias que al leerla

para  mi vida entraña y exige



EN RESUMEN, SEÑOR

Indícame  cómo escuchar y vivir tu Palabra

Cómo  cumplir y vivir tu Ley

En  dónde poner el acento

y  de donde quitarlo

Dónde  y cómo está el prójimo

y  no “mi amigo querido”



EN RESUMEN, SEÑOR

Que  no sea un sabelotodo

y  si un eternamente abierto a todos

Que  no presuma de haberte conocido

cuando,  por lo que sea,

doy  la espalda a mi hermano

Que  no caiga en la vanidad de creerme perfecto

cuando,  bien de sobra sé, que Tú sólo eres el Santo



EN RESUMEN, SEÑOR

Ayúdame  a mirar con amor

como  Tú miras

Ayúdame  a ver las cosas

como  Tú las ves

Ayúdame  a caminar

con  tus mismos pasos

Ayúdame  a vivir

con  tus mismos pensamientos.

Pues,  sé Señor, que la letra a veces mata

pero  tu Espíritu siempre da la vida.

Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario