29 octubre 2017

Domingo XXX de Tiempo Ordinario

Resultado de imagen de amarás al prójimo como a ti mismo
En la mayor parte de las sociedades que no se han visto aún demasiado influenciadas por la cultura moderna occidental, la solidaridad del clan o de la familia extendida es una dimensión importante en extremo de la estructura social. Solidaridad que es de hecho esencial para la supervivencia del clan. Las condiciones de vida pueden ser muy simples y frugales, puede ser que los miembros del clan gocen de nuestro lujo y de nuestros artilugios, pero a nadie le falta lo esencial. Cuando enviuda una mujer y quedan huérfanos sus hijos, los tomará a su cargo la familia extendida, a través de toda una red de relaciones. De igual manera, un extranjero goce del derecho divino de la hospitalidad.

Toda estructura social y esta red de relaciones se ve a menudo trastornada por la imposición que a estos pueblos se hace de un tipo moderno de ciudades industriales. Aparecen entonces la miseria y los barrios de chabolas, con el paso de una ciudad a otra en búsqueda de una pobreza menos acuciante.
Algo parecido hubo de producirse en Israel tras el establecimiento en la Tierra Prometida. Personas que a todo lo largo de su existencia nómada se habían repartido cuanto tenían, comenzaron establecer sus pequeños imperios privados. Surgieron dificultades económicas como consecuencia del paso de una economía nómada a una economía urbana, en la que los individuos débiles se hacen más vulnerables. Extranjeros, viudas, huérfanos y numerosos pobres morían de hambre sin que acudiese nadie en su auxilio.
Es en este contexto donde es preciso oír la predicación de algunos de los grandes profetas así como su llamamiento a la justicia social. Y es asimismo en este contexto en que nació el texto del Éxodo que hemos escuchado como primera lectura.
Algo semejante se produjo algunos siglos más tarde, en la época de San Benito, cuando la estabilidad del Imperio Romano se veía rota por la invasión y la implantación en el Imperio Romano de numerosas tribus procedentes del Norte y del Este. Y es en este contexto en que pedía San Benito a sus monjes que recibiesen a los extranjeros y a los pobres como a Cristo. Y San Gregorio, en su Vida de San Benito, nos narra algunas situaciones en que Benito dio a los pobres todos los recursos de su monasterio, hasta la última gota de aceite.
Todo lo cual nos ofrece un contexto más amplio en el que nos es posible comprender el doble precepto del amor en el Evangelio de hoy. Se nos llama a amar a Dios y a nuestro prójimo con todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestro espíritu, es decir con un amor que sea tierno e inteligente a un tiempo, y que implique todo el ser de quien ama, y todos los aspectos de la persona amada.
En nuestros días, lo mismo que en la época de los profetas, o en la época de Jesús o en la de San Benito, está sufriendo el mundo transformaciones radicales y rápidas. Millones de personas se hallan refugiadas o emigradas en países extranjeros, e incluso en el interior de los llamados países desarrollados, son los débiles y los pequeños las víctimas que sacrifica ese mismo desarrollo sobre el altar del progreso. No pocas veces es la miseria en estas situaciones mayor que la que pueda darse en las culturas y en los períodos llamados primitivos.
Jesús nos llama , no a un sentimiento vago y sentimental de simpatía respecto de los desfavorecidos. Nos invita a un amor inteligente que comprometa el corazón, el alma y el espíritu, y que tenga en cuenta todas las necesidades, tanto materiales como espirituales, de los más pequeños.
No obstante, no es exactamente igual esta situación actual que la que se daba en la época de los profetas, o de Jesús o de San Benito. De ahí que carguemos con la responsabilidad de dar con respuestas creativas y nuevas a estas nuevas situaciones, bien sea en nuestras vidas personales, o en nuestra existencia colectiva.
Busquemos en la Eucaristía – en el sacramento del amor – la fuente de un amor que sea más profundo, más verdadero, concreto y real, tanto de unos para con los otros como – en cuanto comunidad – respecto de los necesitados que se llegan a nosotros como de aquéllos a quienes somos llamados a ir.
A. Veilleux

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