La lección evangélica de hoy surge de una pregunta que Pedro le hace a Jesús: "Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano, si me ofende?, ¿hasta siete?". A lo Jesús responde: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete". Es decir, siempre.
Y esto le da pie para inventar una nueva parábola:
Un rey que se dispone a hacer cuentas con sus criados. Uno de ellos le debía muchos millones y no tenía con qué pagárselos. De rodillas, le suplicó al soberano que tuviese paciencia con él que se lo abonaría todo. El rey tuvo compasión de él y le perdonó todo...
Pero al salir, el criado se encontró con uno de sus compañeros que, a su vez, le debía una cantidad insignificante. En cuanto lo vio, lo agarró por el cuello y le dijo: "¡Págame lo que me debes!". El compañero le suplicó que tuviera paciencia con él y que se lo pagaría. Pero él no quiso escuchadle, y lo hizo meter en la cárcel hasta que liquidara la deuda.
La reacción del rey no se hizo esperar. Encolerizado, mandó llamar al criado y le reprochó: "Malvado, tú no has querido compadecerte de tu compañero como yo me compadecí de ti". Y ordenó que se le castigara hasta que quedara saldada toda su deuda.
Comienzo con una pregunta obvia: ¿Qué es el perdón?, ¿en qué consiste perdonar?Suelo decir a menudo que, cuando hablamos de Dios y de sus cosas, corremos el riesgo de no ser exactos, ya que la naturaleza humana es diferente a la divina. Hecha la advertencia, me atrevo a distinguir entre el perdón de Dios y el nuestro, el de los hombres y mujeres que poblamos este complicado mundo.
El perdón de Dios brota de su misa esencia divina, que es misericordia, que es amor. El de los hombres no puede ser perfecto: las limitaciones hacen que inventemos recortes interesados, impidiendo a menudo que resplandezca en toda su pureza. Además, todos sabemos lo que es perdonar una deuda pecuniaria, que se hace con muy pocas palabras, "te perdono", y la deuda queda saldada. Pero perdonar una ofensa, una injuria, una calumnia es ya harina de otro costado. No nos resulta fácil olvidar la ofensa; y ello, porque tenemos memoria. A lo sumo, digo yo, podremos no guardar rencor ni deseo de venganza. Pero olvidarnos es tarea casi imposible.
Pero dejemos de elucubrar y escuchemos a Jesús:
"Hijo mío, ¡Cómo se nota que aún no me conoces! Yo te amo desde antes de que tú nacieras. Conozco todos tus pecados desde antes de que los cometieras. Y te los perdoné y me olvidé de ellos; más bien los destruí.
Te enseñé de mil formas que la otra cara del amor es el perdón; quien no sabe perdonar es que aún no ha aprendido a amar. Yo te perdoné siempre, y tú conoces muy bien el precio que me costaste: sufrimiento, incomprensión, persecución, salivazos, cruz, una muerte ignominiosa... ¿Y te parece heroico el perdón que solicito de ti para que lo vuelques en tu hermano? ¿No me expliqué bien cuando os enseñé a rezar: "Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a quienes nos han ofendido"? ¿No comprendes que el Padre te perdonará en la medida en que tú perdones?...
Hijo mío, además, otro de los beneficios que reporta el perdón es que ofreces a quien te ofendió la oportunidad de imitarte haciendo él lo mismo cuando alguien le cause algún daño...
Por último, estoy escuchando tu pregunta por boca del discípulo Pedro: "Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano si me ofende?". Y yo te contesto: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete"...
Hijo mío, ¡qué razón tenías al comienzo cuando afirmabas que los humanos, cuando habléis de Dios sois siempre, por necesidad, imprecisos, inexactos.
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