30 septiembre 2017

¿Cuál de los dos?

Cristo nos indica el camino para aceptar la voluntad del Padre en nuestras vidas.
El camino de justicia
Jesús se halla en Jerusalén, su tiempo se acorta. La hostilidad de quienes rechazan su mensaje se exacerba. La parábola de hoy es simple y cuestionante. Antes de hacer su comparación el Señor pide la opinión de sus auditores, ellos mismos decidirán (cf. Mt 21, 28). Notemos que el mismo orden en que es presentado el comportamiento de los dos hijos descarta la interpretación que trata de identificar al primero con el pueblo de Israel y al segundo con la Iglesia (cf. v. 28-30). El asunto no es cronológico, está en juego algo más hondo y permanente en la vida del creyente: hacer la voluntad de Dios.

El relato es sobrio, no se dan las razones de los dos comportamientos, simplemente se describen. Pese a su reserva inicial, el primer personaje cumple con la voluntad del Padre (cf. v. 29). Sus palabras dijeron no, pero su gesto termina diciendo sí. El segundo, en cambio, es un mentiroso: acepta en teoría lo que niega en la práctica (cf. v. 30). Es un incoherente. El seguimiento de Jesús se juega en la práctica: ella decide el destino ante Dios. El hacer prima sobre el decir. La pregunta de Jesús no deja lugar a escapatoria y exige discernimiento: «¿Quién de los dos hizo lo que quería el Padre?»(v. 31). No basta responder: «El primero». Los que escuchan a Jesús se saben interpelados: ¿Con cuál de los dos os identificáis vosotros?, ¿cuál creéis que es el camino de justicia?
Despojarse de sí mismo
Esa es también la cuestión para nosotros: ¿Somos de aquellos que piensan que basta con decir «Señor, Señor» (Mt , 21) para entrar en el Reino? Acomodarse a formalidades —incluso religiosas— rinde dividendos. Siguiendo las pautas dominantes en la sociedad nos evitamos problemas, y somos bien considerados. Esa no es la justicia de que nos habla Jesús; aquellos que pretenden ser buenos observantes de la ley serán precedidos en el Reino —nos dice con audacia— por quienes ellos estiman que son sus mayores violadores: publicanos y prostitutas, pecadores públicos (cf. v. 31). Es una de las frases más duras del Señor. Ella nos sitúa en el terreno de la justicia que exige el Reino: poner en práctica la voluntad del Padre que ama a toda persona y en especial a los más necesitados y despreciados. Practicar «el derecho y la justicia», dice Ezequiel (v. 27). Justicia que es vida y a la que debemos, todos sin excepción, convertirnos permanentemente (cf. v. 28). Esa demanda juzga nuestra existencia. Ante ella aparece claro que sólo la soberbia puede hacer creer que somos «justos» y sembrar dudas sobre la conducta y las creencias de quienes no coinciden con nosotros.
Para hacer la voluntad del Padre el Señor nos señala el camino de la humildad: «Se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo» (Flp 2, 7). Dejó de lado todo privilegio. Nuestra condición de cristianos, nuestra responsabilidad en la Iglesia, no deben ser motivo de «ostentación» (v. 3) y prepotencia, sino de solidaridad. Sólo así hay una auténtica comunión en el Espíritu (v. 1). El hermoso himno de Filipenses nos recuerda que la inmersión en la historia es el camino que toma el Hijo de Dios para hacernos sus amigos.
Gustavo Gutiérrez

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