01 agosto 2017

SANTA MARÍA DE LOS ÁNGELES EN LA PORCIÚNCULA por Gualtiero Bellucci, o.f.m.

La Basílica Patriarcal de Santa María de los Ángeles en la Porciúncula encierra, entre las blancas paredes del templo del siglo XVI, la venerable iglesita de la Porciúncula, lugar de la vida evangélica y fraterna de Francisco y de la primera generación franciscana, y lugar santo en el que Francisco, la tarde del 3 de octubre de 1226, «cumplidos en él todos los misterios de Cristo, acogió a la hermana muerte cantando». El templo dedicado a la Reina de los Ángeles, la «Dama pobre» de la Porciúncula, que guió maternalmente a Francisco y a los hermanos de la naciente comunidad, es custodiado con celosa ternura por los Hermanos Menores Franciscanos. En la Porciúncula estamos verdaderamente en la fuente del franciscanismo, en la limpia fuente del Perdón de Asís y de la misericordia de Dios.
A los pies de la colina de Asís, se yergue solemne y majestuosa, la Basílica Patriarcal de Santa María de los Ángeles en la Porciúncula, levantada entre los años 1569 y 1679, para engarzar los lugares santos de la vida y la muerte de San Francisco.
En el centro del vasto templo renacentista se encuentra la humilde iglesita benedictina del siglo IX llamada Porciúncula, que el Santo reparó con sus propias manos (1207).
Aquí fue donde Francisco, que tenía veintitantos años, al escuchar la lectura del Evangelio, comprendió definitivamente su propia vocación, renunció al mundo para vivir en radical pobreza y comenzó a dedicarse al apostolado itinerante. En la Porciúncula recibió el Santo a sus primeros seguidores y fundó la Orden de los Hermanos Menores, y en 1211, con la vestición de Santa Clara, fundó también aquí la Orden de las «Damas Pobres», las Clarisas. Aquí celebró el Santo los primeros Capítulos (reuniones generales de los frailes), y desde la Porciúncula envió a sus seguidores como misioneros de paz a los hombres de toda la tierra. En la Porciúncula, Cristo, apareciéndose a Francisco, le concedió, por intercesión de María, la extraordinaria indulgencia del Perdón de Asís (1216).

Junto al ábside de la Basílica, en el interior, está la Capilla del Tránsito, donde Francisco acogió a la muerte cantando (3 de octubre de 1226).
A la derecha de la Basílica están la Rosaleda, en la que el Santo se arrojó entre las espinas para vencer una tentación, y la Capilla de las Rosas, lugar en el que Francisco tomaba breves descansos.
Un particular interés espiritual, histórico y artístico revisten: la Cripta, el antiguo conventito (siglos XIII-XIV), el Museo, como también la grandiosa Basílica enriquecida con notables obras de arte: frescos, lienzos, estatuas y obras en madera valiosísimas.
BASÍLICA DE SANTA MARÍA DE LOS ANGELES
Desde los tiempos del Santo comenzó una polémica arquitectónica que terminó, tras varias vicisitudes, con la construcción de la grandiosa Basílica del siglo XVI.
En vida de Francisco, después de la construcción de la casa del Ayuntamiento detrás de la Porciúncula, construcción duramente criticada por el Santo, florecieron en el entorno varios edificios pobrísimos para los frailes que moraban aquí y para los que, cada vez en mayor número, llegaban a este lugar procedentes de todos los lugares de la tierra.
Grandes trabajos se realizaron ya en 1230, año en que se construyeron el refectorio y otras dependencias contiguas, parte de las cuales pueden verse todavía. En torno a la iglesita se levantaron enseguida varias galerías porticadas y oratorios en recuerdo de episodios vividos aquí por el Santo. Un conjunto riquísimo de recuerdos demolidos irremediablemente al construir el gran templo y de los que han aparecido los cimientos en la campaña de excavaciones realizada en los años 1967-1969, cuando se renovó el pavimento de la Basílica.
La grandiosa Basílica, cuya construcción se inició en 1569, el 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, se erigió para acoger a las multitudes de peregrinos que llegaban aquí de todas partes del mundo, especialmente con motivo de la Fiesta del Perdón de Asís. El templo se terminó en 1679. De las dos torres de campanas previstas en un principio, sólo se ha construido la de la derecha.
El inmenso templo, proyectado por el arquitecto de Perusa Gian Galeazzo Alessi, fue realizado con gran majestad y consta de tres naves y capillas laterales ricamente adornadas y con frescos que constituyen un complejo significativo y grandioso del prebarroco italiano. Una de las capillas fue decorada por pintores barrocos (1592), bastante antes de que se concluyeran los trabajos de la Basílica; las otras han sido decoradas por Pomeracio, Sermei, Appiani, Giorgetti y otros grandes artistas.
A causa del violento terremoto de 1832 se derrumbó la nave central hasta el crucero y parte de las naves laterales, quedando en pie la cúpula, el ábside y las capillas laterales. El edificio fue reconstruido en sus formas originales por Luigi Poletti (1836-1840).
La bellísima cúpula, obra maestra de hermosas y bellas líneas, es alta y esbelta. Se apoya en un tambor poligonal con ocho ventanales y cornisa. Es la obra de Alessi que ha sobrevivido. Tras el terremoto de 1832 se le hizo un cerco o abrazadera metálica, y es un punto de referencia desde cualquier parte de la llanura.
Son notables en la Basílica las obras de madera con tallas y esculturas del siglo XVII: los coros, grande y pequeño, el púlpito, la espaciosa y espléndida sacristía y el armario de las reliquias.
CAPILLA DE LA PORCIÚNCULA
En la verde llanura umbriana, en el corazón de la pequeña ciudad de Santa María de los Angeles, se alza el inmenso templo de la Basílica de la Porciúncula, del siglo XVI. Esta Basílica nos introduce en el corazón de Francisco y en el misterio mismo de la ciudad seráfica: «En las puertas de Asís está la representación de los bienaventurados espíritus, los ángeles, que están en la presencia de la Santísima Trinidad y forman una corona en torno a la Madre de Dios... oh María, Reina de los Ángeles, desde aquí nos muestras el camino del paraíso» (Juan XXIII).
La Basílica encierra desde hace siglos entre sus blancos muros, a manera de un relicario, la perla preciosísima de la iglesita de la Porciúncula. Es éste el lugar más sagrado y venerable del franciscanismo, la «cuna pétrea de los Menores» donde, como puntualiza en una síntesis estupenda San Buenaventura, segundo biógrafo de San Francisco, éste «comenzó humildemente, prosiguió virtuosamente y concluyó felizmente su camino espiritual». Cuando Francisco llegó aquí a principios del siglo XIII, la iglesita humilde y solitaria dedicada a la Asunción de la Virgen estaba rodeada por un bosque de encinas y se encontraba en un estado de abandono casi total.
Francisco compadecido la reparó con sus propias manos e hizo de ella un punto de referencia para toda su vida y para la vida de la fraternidad franciscana.
Fue aquí donde bajó a su corazón inflamado de ardor juvenil, aún inquieto y a la búsqueda, aquella palabra encendida de Cristo que lo arrancó definitivamente del mundo y de las cosas de antes, empujándolo con fuerza y entusiasmo por el camino del Evangelio.
El 24 de febrero de 1208 resonó en esta pobre iglesia en lo profundo del corazón de Francisco la invitación urgente del Señor Jesús: «Id... anunciad que el reino de los cielos está cerca, no llevéis oro ni plata, ni alforjas... no os preocupéis por el mañana... gratuitamente habéis recibido, dad gratuitamente... al entrar en las casas decid: ¡Paz, paz!». Francisco quedó iluminado con estas palabras y, lleno de incontenible alegría, pronunció su más grande e irrevocable sí, comenzando a recorrer el camino de la libertad: «Esto es lo que quiero -afirmó-, esto es lo que deseo hacer con todo mi corazón».
Enseguida abandonó sus ricos vestidos, se vistió con una túnica en forma de cruz y a todos y por doquier comenzó a desvelar con palabras ardientes el precioso tesoro que, finalmente, había descubierto y que le estaba llenando el corazón de una desconocida e incontenible alegría: Cristo, el Señor.
Aquí estableció su morada habitual. Aquí acogió a los primeros seguidores. Aquí fundó la Orden de los Hermanos Menores, los Franciscanos, concretando con ellos su primera y más significativa experiencia de vida evangélica, y aquí creció la Orden, como sobre un fundamento estable.
Francisco consiguió la Porciúncula como un regalo de los Monjes Benedictinos del monte Subasio, a condición de que hiciera de ella el centro y la casa madre de la propia familia religiosa, y desde entonces la pequeña iglesita no ha sido nunca abandonada por los frailes.
Aquí, la noche del Domingo de Ramos de 1211, el Santo acogió a Clara de Asís y la consagró al Señor. Aquí maduró, en la oración y en la atención más profunda hacia todos los hombres de su tiempo, la institución de la Orden Franciscana Seglar (Orden Tercera), para abrir a todos los hombres y mujeres la posibilidad de compartir su proyecto de vida evangélica. Fue aquí donde el Santo celebró los primeros capítulos de sus frailes, reuniones generales en las que participaban inicialmente todos sus hijos.
Aquí el Santo previó la admirable expansión de su familia religiosa y aquí pudo con inmensa alegría constatar la realización de este sueño.
De aquí el ejército pacífico de sus hijos se extendió, como río benéfico, por toda la tierra produciendo un nuevo Pentecostés de vida cristiana. Aquí, en una noche de gracia y de luz de 1216, arrancó del corazón de Cristo y de la beatísima Virgen que se le aparecieron, la promesa extraordinaria de que cuantos, a lo largo de los siglos, se dirijan a orar en la Porciúncula, contritos y confesos, obtengan la remisión total de sus culpas -el perdón de Asís- y aquí, finalmente, rico en méritos y virtudes, concluyó su vida acogiendo a la muerte cantando (3 de octubre de 1226).
La antigua iglesita de Santa María de los Ángeles o de la Porciúncula es la cuna e iglesia madre de la Orden de los Menores. Francisco la amó más que a todos los demás lugares de la tierra y, moribundo, la encomendó a sus hijos como morada «queridísima de la Madre de Dios». Fr. León, amigo, confidente y confesor de Francisco, en el «Espejo de perfección», sintetiza el amor del seráfico Padre por la iglesita de la Porciúncula en el siguiente pasaje:
«Lugar santo, en verdad, entre los lugares santos. Con razón es considerado digno de grandes honores. Dichoso en su sobrenombre [la Porciúncula]; más dichoso en su nombre [Santa María]; su tercer nombre [de los Ángeles] es ahora augurio de favores. Los ángeles difunden su luz en él; en él pasan las noches y cantan. Después de arruinarse por completo esta iglesia, la restauró Francisco; fue una de las tres que reparó el mismo Padre. La eligió cuando cubrió sus miembros de saco. Fue aquí donde domeñó su cuerpo y lo obligó a someterse al alma. Dentro de este templo nació la Orden de los Menores cuando una multitud de varones se puso a imitar el ejemplo del Padre. Aquí fue donde Clara, esposa de Dios, se cortó por primera vez su cabellera y, pisoteando las pompas del mundo, se dispuso a seguir a Cristo. La Madre de Dios tuvo aquí el doble y glorioso alumbramiento de los hermanos y las señoras, por los que volvió a derramar a Cristo por el mundo. Aquí fue estrechado el ancho camino del viejo mundo y dilatada la virtud de la gente por Dios llamada. Aquí, compuesta la Regla, volvió a nacer la pobreza, se abdicó de los honores y volvió a brillar la cruz. Si Francisco se ve turbado y cansado, aquí recobra el sosiego y su alma se renueva. Aquí se le muestra verdadero aquello de que duda y además se le otorga lo que el mismo Padre demanda» (EP 84).
EXTERIOR DE LA PORCIÚNCULA
Hermosea la pequeña fachada de la humilde iglesita de la Porciúncula la graciosa pintura de Federico Overbeck, ejecutada en 1829 y que reproduce con candor, según el estilo particular de su escuela (la de los Nazarenos), la escena de Francisco arrodillado a los pies de Cristo y de la Virgen que obtiene la extraordinaria indulgencia del Perdón de Asís.
Encima de la portada hay un escrito que dice: «Esta es la puerta de la vida eterna», y en el umbral otra que dice: «Este lugar es santo». Ambas recuerdan cómo Francisco ha sentido y considerado esta porción de Paraíso en la tierra: «Morada de Dios», «Lugar queridísimo a la Virgen María más que todas las iglesias del mundo», «Puerta de la vida eterna» y por eso lugar verdaderamente santo y digno de todo honor, amor y veneración.
En el lateral derecho del que mira la fachada de la Porciúncula, por fuera, se conservan dos fragmentos de pintura de autor umbriano desconocido con influjo sienés: la Virgen entre los santos Antonio de Padua y Bernardino de Siena, y otra cara de San Bernardino.
En la misma pared está la piedra sepulcral de Fray Pedro Catáneo, primer vicario de San Francisco. El texto latino dice: «En el año del Señor de 1221 el cuerpo de Fr. Pedro Catáneo, que reposa aquí, pasó al Señor. El Señor bendiga su alma. Amén». Cuenta la Crónica de los XXIV Generales que Fr. Pedro, apenas sepultado en la Porciúncula, comenzó a hacer milagros y la gente comenzó a correr allí en gran número, tanto que la comunidad de la Porciúncula se veía grandemente molestada. Francisco le pidió a Pedro que fuera obediente de muerto como lo había sido en vida y no hiciera más milagros, y desde ese momento dejó de hacerlos.
Muy apreciado, aunque mutilado, es el fresco que hay encima del pequeño ábside de la Porciúncula. De la grandiosa Crucifixión que Vasari dice haber sido pintada por Perusino (hoy se cree que es de Andrés de Asís, llamado el Ingenio), y que ha descollado durante muchos decenios en la capilla del Coro antiguo, sólo queda parte de la zona basamental de la pintura con las figuras de la Virgen María, las piadosas mujeres, algunos caballeros y San Francisco agarrado a la cruz de Jesús. La parte superior fue destruida cuando, en el siglo XVI, fue demolido el coro alto que estaba sobre la Porciúncula.
INTERIOR DE LA PORCIÚNCULA
El interior de la Porciúncula, puro, descarnado y sencillo, es de sabor gótico por el fuerte empuje vertical de la bóveda dado sin duda por Francisco cuando la restauró. La Porciúncula parece transmitirnos el eco incesante de la oración del Santo y de la primera generación franciscana, que vivió aquí contenta con solo Dios. Es un conmovedor testimonio de la sencillez y pobreza franciscana. Con respecto a ella Francisco solía repetir: «Este lugar es verdaderamente santo y morada de Dios».
Piedras cálidas, luminosas que destilan paz y misericordia, alisadas a lo largo de los siglos por manos devotas que se han agarrado a ellas, como a un ancla de salvación, acercándose durante siglos a la fuente inagotable del Perdón y de la gracia de Dios.
Algunos frescos de los siglos XIV y XV, con caras de apóstoles y evangelistas y una piedad, además de varias decoraciones, están en la bóveda y en la parte alta a los lados derecho e izquierdo del minúsculo presbiterio.
Pero la obra maestra que ilumina con luz inconfundible y que calienta la iglesita pobrísima incendiándola de colores y de espiritualidad es, sin duda, la grandiosa tabla de 1393, pintada para la Porciúncula, por orden de F. Francesco de Sangemini, en cumplimiento de un voto, por el sacerdote Hilario de Viterbo, de la escuela de Siena. En el centro del retablo está la admirable escena de la Anunciación. En efecto, así como en Nazaret el sí de la Virgen trajo consigo la realización de nuestra salvación, así en la Porciúncula, nueva Nazaret, el sí de Francisco y de Clara y de una multitud innumerable de hermanos que se han adherido al proyecto de Dios, ha hecho florecer una renovada estación de salvación y de gracia para toda la humanidad.
Esto mismo parece querer subrayar también San Buenaventura cuando dice: «Mientras moraba en la iglesia de la Virgen, Madre de Dios, su siervo Francisco insistía, con continuos gemidos ante aquella que engendró al Verbo lleno de gracia y de verdad, en que se dignara ser su abogada, y al fin logró -por los méritos de la madre de misericordia- concebir y dar a luz el espíritu de la verdad evangélica» (LM 3,1).
Las escenas que giran en torno a la Anunciación reproducen la historia del Perdón de Asís.
Abajo, a la derecha, Francisco se arroja desnudo entre las espinas para vencer una violenta tentación. Inmediatamente encima, Francisco, con rosas en la mano, va acompañado por dos ángeles hacia la Porciúncula.
En lo alto está la grandiosa escena de la aparición de Cristo y de la Virgen (rodeados por unos 60 ángeles) al Santo arrodillado ante el altar de la Porciúncula en acto de ofrecer una corona de rosas a Cristo y a María.
A la derecha bajando, el Santo, ante el Pontífice Honorio III, implora la confirmación de la indulgencia.
Abajo está el Santo que desde un púlpito, al lado de la iglesita, junto con los obispos de Umbría, anuncia el extraordinario privilegio del Perdón con las palabras que se han hecho famosas: «Hermanos míos, quiero mandaros a todos al Paraíso».
Del aprecio que tenía Francisco a la Porciúncula y que quiso inculcar a sus hijos, dan fe las palabras que el Santo ya moribundo les dirigió y que recoge su primer biógrafo Tomás de Celano: «Mirad, hijos míos, que nunca abandonéis este lugar. Si os expulsan por un lado, volved a entrar por el otro, porque este lugar es verdaderamente santo y morada de Dios. Fue aquí donde, siendo todavía pocos, nos multiplicó el Altísimo; aquí iluminó el corazón de sus pobres con la luz de su sabiduría; aquí encendió nuestras voluntades en el fuego de su amor. Aquí el que ore con corazón devoto obtendrá lo que pida y el que profane este lugar será castigado con mucho rigor. Por tanto, hijos míos, mantened muy digno de todo honor este lugar en que habita Dios y cantad al Señor de todo corazón con voces de júbilo y alabanza» (1 Cel 106). Y ese mismo es el mensaje que nos trasmite San Buenaventura: «Amó el varón santo este lugar con preferencia a todos los demás del mundo, pues aquí comenzó humildemente, aquí progresó en la virtud, aquí terminó felizmente el curso de su vida; en fin, este lugar lo encomendó encarecidamente a sus hermanos a la hora de su muerte, como una mansión muy querida de la Virgen» (LM 2,8).
CAPILLA DEL TRÁNSITO
En el interior de la Basílica de la Porciúncula se ha conservado un lugar tan humilde como precioso: la cabaña de los frailes enfermos -el Tránsito- en la que Francisco pasó de este mundo al Padre.
Enfermo hospedado en el palacio episcopal de Asís, vigilado como un tesoro público, sintiendo ya cercano el fin y deseoso de concluir su experiencia allí donde había comenzado a vivir evangélicamente, pidió que lo llevaran a su Porciúncula.
Aquí, despojado del hábito de saco, desnudo sobre la desnuda tierra, dictado su testamento espiritual, entre el llanto angustioso de sus hijos y el de Fray Jacoba, Francisco, «cumplidos en él todos los misterios de Cristo, acogió a la muerte cantando», mientras una bandada de alondras revoloteaba de modo insólito en torno al lugar aunque el sol ya se había puesto.
El Tránsito (la capilla) inicialmente era una celdita de la primitiva enfermería franciscana o tal vez un trocito de tierra al aire libre ante la misma que inmediatamente después de la muerte del Santo, acotado el ámbito, se transformó en oratorio. Sobre el minúsculo altar, en un relicario de estilo imperio, se conserva el cordón que ceñía en vida la cintura del Poverello. En las paredes, cuatro espléndidos frescos de Juan de Pietro llamado el España (1520) que representan a los primeros compañeros del Santo, Silvestre, Rufino, León, Maseo y Gil, y a los primeros mártires y santos de la Orden de los Menores, Berardo y compañeros. Detrás del pequeño altar, en un nicho, la estatua del Santo de Andrea della Robbia, obra admirable en terracota vidriada, realizada alrededor de 1490, que hoy está en la Capilla del Tránsito, el lugar venerable que acogió los últimos latidos de aquel corazón que no se paró hasta que abarcó en sí al mundo entero. En esta imagen Francisco tiene en sus llagadas manos la cruz y el Evangelio, los grandes amores de toda su vida.
En la pared exterior de la capilla que mira hacia la iglesita de la Porciúncula, puede contemplarse el "Tránsito de San Francisco", fresco pintado por D. Bruschi en 1886.
CRIPTA DE LA BASÍLICA (1965-1970)
Bajo el presbiterio de la Basílica se ha construido, en 1968, la nueva cripta de la Basílica. En ella, detrás del altar central, que tiene pie en forma de potente árbol y es obra de Francisco Prosperi, ha sido colocada una espléndida terracota vidriada, coloreada y esmaltada, de Andrea della Robbia (hacia 1490); es un retablo en el que destacan, en la parte de arriba, de izquierda a derecha: San Francisco recibiendo las llagas en el Alverna, la Coronación de la Virgen, y San Jerónimo penitente; y en la parte de abajo, igualmente de izquierda a derecha: la Anunciación, la Natividad, y la Adoración de los Magos.
Aquí, durante los trabajos de excavación, salieron a la luz los restos de la casa que el Ayuntamiento de Asís había construido, en ausencia de Francisco, para los frailes que hasta entonces habían vivido en simples chozas; Francisco, cuando regresó a la Porciúncula, comenzó a derribar la casa, pero se lo impidió el Ayuntamiento que reclamó la propiedad de la misma. También se descubrieron restos de las primitivas habitaciones de los frailes, actualmente englobados en la nueva cripta de la Basílica.
Aun en la pequeñez de los restos existentes, tenemos aquí una conmovedora imagen de aquella gran sencillez y pobreza que de modo singular caracterizó la vida de la naciente fraternidad de los Menores.
JARDÍN Y CAPILLA DE LAS ROSAS
CAPILLA DEL LLANTO
Esta zona del Santuario es lo que queda de la antigua selva en la que vivieron los frailes. Estos son también lugares de la vida cotidiana de San Francisco, signo concreto de la vida de un hombre que encontró a Dios y vivió en su amor.
Francisco hablaba como amigo con la cigarra, con la cual durante una semana entera alternó aquí en el canto de alabanza al Señor. A su paso las ovejas corrían alegres y festivas para saludarlo, y aquí en la Porciúncula una ovejita lo seguía por doquier y balaba, asociándose a la oración de los frailes en la iglesita. El Santo invitaba a las aves a alabar y dar gracias con el vuelo y el canto a Dios providente que tiene cuidado de ellas, y éstas daban señales de festiva aprobación.
Aquí está también la Rosaleda, entre cuyas espinas se revolcó Francisco una noche para vencer la duda y la tentación. Según una tradición, testimoniada ya desde el siglo XIV, las zarzas se cambiaron en rosas sin espinas, que continúan floreciendo, produciendo la «Rosa Canina Assisiensis». ¿Por qué todo esto? Lo explica el papa Pablo VI: «El Pobrecillo de Asís, habiéndolo abandonado todo por el Señor..., recuperó algo de la primitiva felicidad cuando el mundo salió intacto de las manos del Creador..., y casi ciego pudo cantar el Cántico de las Criaturas, la alabanza del hermano sol, de la naturaleza entera convertida para él como en un transparente espejo inmaculado de la gloria divina».
En esta misma zona se encuentra la Capilla de las rosas, que es el oratorio surgido en el lugar donde estaba la cabaña habitada por San Francisco; aquí el Santo tomaba el breve reposo y pasaba las noches en la oración y la penitencia.
Después de la muerte de Francisco, en el lugar donde estaba su cabaña fue construido este oratorio, que Tiberio de Asís, pintor de la escuela umbriana, decoró entre 1506 y 1516 con una serie de frescos que, además de presentarnos la primera comunidad franciscana en torno a su fundador y a los primeros santos y santas de la Orden, nos proponen la historia del Perdón de Asís en todas sus vicisitudes. En la gruta al lado de la imagen del Santo hay algunos troncos que sirvieron para el púlpito improvisado desde el cual Francisco anunció el Perdón de Asís a los peregrinos. Bajo el altar de la Capilla se encuentra el lugar donde moraba Francisco.
A pocos pasos, junto a la Rosaleda, se encuentra la Capilla del llanto, que recuerda el amor de Francisco por el Señor y su llanto acongojado ante Cristo pobre y Crucificado. El episodio del llanto nos lo narran así los Tres Compañeros del Santo: «Un día caminaba San Francisco solo cerca de la iglesia de Santa María de la Porciúncula llorando y sollozando en alta voz. Un hombre espiritual que lo oyó, pensó que sufriría alguna enfermedad o dolor. Y, movido de compasión, le preguntó por qué lloraba. Y él le contestó: "Lloro la pasión de mi Señor, por quien no debería avergonzarme de ir gimiendo en alta voz por todo el mundo". Y el buen hombre comenzó, asimismo, a llorar, juntamente con él, también en alta voz» (TC 14).
Este oratorio, sencillo y descarnado, aunque se haya acondicionado para capilla en tiempos recientes, forma parte de las más antiguas construcciones surgidas en torno a la Porciúncula. Una cerámica reciente, que se inspira en el San Francisco lloroso mandado pintar por Fray Jacoba de Settesoli en Greccio, quiere recordar el episodio.
CONVENTITO DEL SIGLO XIV
MUSEO Y PINACOTECA
Es lo queda hoy del vasto edificio construido en el lado derecho de la Porciúncula, un amplio cuadrilátero, demolido en gran parte cuando comenzaron los trabajos para la construcción de la Basílica de Alessi en el siglo XVI. Un doble y pequeño corredor al que dan las pobres y pequeñas celdas de los frailes; desde el pavimento destartalado e irregular hasta el techo, desde el ajuar pobre a los ventanillos que permiten el saludo del hermano sol, todo aparece como una verdadera joya de sencillez y pobreza; una gran reliquia del primer franciscanismo que nos reconduce con su lenguaje sencillo y descarnado a la primavera de la vida franciscana, que llenó con el perfume y la fragancia de la sencillez el mundo entero.
Aquí vivieron frailes santos, algunos de los cuales son recordados en los cartelitos colocados al lado de la puerta de cada una de las pequeñas celdas.
Hombres de oración, demacrados por la penitencia, ardiendo en el amor de Dios, parten de aquí hacia toda la tierra renovando la sociedad con su encendida palabra, pero sobre todo con su ejemplarísima vida evangélica y con el testimonio liberador de la pobreza franciscana vivida como don y alegría.
En la planta baja del conventito se ha instalado el Museo con preciosos enseres sagrados y otros valiosos objetos. También, la Pinacoteca con una notable colección de cuadros, entre los cuales está una tabla con el retrato de San Francisco sobre madera (siglo XIII), del «Maestro de San Francisco», cuadro que es considerado como una reliquia porque sobre la tabla en que está la pintura fue depositado el cuerpo de Francisco después de su muerte; el Crucifijo de Giunta Pisano (1236) y un San Francisco atribuido a Cimabue; una Virgen de Sano di Pietro y otros frescos de dudosa atribución, tal vez de Guido Reni, de Mezzastris, etc.
CONVENTO DE LOS HERMANOS MENORES
Adosado a la Basílica, en forma de amplio cuadrilátero que encierra un vasto claustro con árboles y un bello pozo atribuido a Alessi, ha crecido a lo largo de los siglos el Sacro Convento de la Porciúncula, primera iglesia de la Orden franciscana.
El gran edificio del Convento está enriquecido en su interior con varias obras de arte, frescos de notable belleza y obras valiosísimas talladas en madera de nogal.
Junto a la entrada del claustro, San Francisco que recibe los estigmas, fresco anónimo del siglo XVIII. En el refectorio pequeño, la Última Cena, de Pomarancio; en el refectorio grande, las Bodas de Caná, de Providoni, y un gran Crucifijo, de Dono Doni (1561). De Providoni son también los 38 frescos del claustro: episodios de la vida de San Francisco y de la historia del Perdón de Asís.
En el mismo convento está instalada una importante Biblioteca con casi cien mil volúmenes, entre los cuales hay manuscritos litúrgicos, códices, incunables de gran valor; de gran valor histórico es también el Archivo de los Hermanos Menores de la Umbría.
Adosada al lado izquierdo de la Basílica está la fuente de los veintiséis caños, mandada construir, junto con otros edificios aún existentes, por Cosimo dei Medici en 1450.

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