Por Javier Leoz
Seguramente que, allá donde pasamos muchas horas cada día, la cuestión de la fe (ser cristiano y todo aquello que ello entraña) no capitaliza –ni mucho menos- el centro de atención de la conversación. Tal vez, y puede ser un fallo grande o exponente una debilidad, sabemos hablar de todo pero nos cuesta hablar de Dios: expresar nuestras convicciones religiosas; manifestar nuestras creencias; defender, si la situación lo requiere, la concepción que tenemos de la vida, de la familia y de la sociedad desde el Evangelio.
1. ¿Quién dice la gente que soy yo? Hay que quitar esa gran máscara del cristianismo vergonzante o de falsos respetos que, algunos de nosotros, podemos tener. La fe no la podemos reducir y enclaustrar exclusivamente a una vivencia interna. Con el Señor, en estos domingos precedentes, hemos comido el pan multiplicado, nos ha sacado del fango de las aguas turbulentas, nos ha sanado en numerosas ocasiones como lo hizo con la hija de la mujer cananea.
Viene el Señor, una vez más, y nos pregunta que qué pensamos de todo esto. De nuestra fe y de nuestra esperanza, de nuestro seguimiento y de nuestra entrega, de su persona y de sus palabras.
En un mundo mediatizado por la imagen, el Señor, no nos pregunta por sentirse inseguro. Lo hace porque tal vez, nosotros, no estemos seguros de a quién seguimos, quien es y por qué le seguimos.
2. Aquí, hoy, podríamos poner encima de la mesa del altar las cartas de la verdad o de la falsedad de nuestras creencias.
-En nuestras conversaciones ¿cuántas veces hablamos de Dios?
-Con los amigos ¿cuándo planteamos seriamente nuestra vida cristiana o el hecho de ser católicos y cristianos? Porque, en definitiva, de lo que abunda en el corazón se expresa en los labios.
-¿Qué decimos sobre El? ¿Le conocemos profundamente o sólo superficialmente? ¿Escuchamos su Palabra o simplemente asistimos a su lectura? ¿Estamos en comunión con El, o somos unos amigos interesados que sólo lo saben vivir y sentir en ciertas celebraciones solemnes?
3. Uno de los aspectos más negativos de nuestro tiempo es el relativismo. También, respecto a la persona de Jesús, ha hecho estragos este virus. No es difícil encontrar personas que digan que Jesús es un personaje formidable, fuera de serie, histórico pero olvidan (tal vez no lo han sentido nunca) que Jesús, como Hijo de Dios, es sobre todo Salvador.
-Jesús no ha venido al mundo para ser coreado en pancartas y luego ser olvidado en el estilo de vida de los que nos decimos creyentes.
-Jesús no ha nacido para que nos remitamos a las actas de la historia y comprobemos que, en verdad, existió.
-Jesús no ha irrumpido repentinamente para que lo ensalcemos como un defensor -de las causas perdidas.
-Jesús, sobre todo, ha venido para que veamos en El, la mejor fotografía y el mejor rostro que Dios tiene: el amor.
Hoy, como Pedro entonces, nuestra iglesia (con contradicciones, deficiencias, limitaciones, dificultades, temperamento, carácter, etc.) sigue respondiendo: Tú, Señor, eres el Hijo de Dios.
4.- TE CONFIESO, QUE NO LO SÉ, SEÑOR
Digo amarte
cuando, media hora en tu presencia,
me parece excesivo o demasiado
Presumo de conocerte
y, ¡cuántas veces!
el Espíritu me pilla fuera de juego
Te sigo y escucho
y miro, una y otra vez,
hacia senderos distantes de Ti.
Te confieso, Señor,
que no sé demasiado de Ti.
Que tu nombre me resulta complicado
pronunciarlo y defenderlo
en ciertos ambientes.
Que, tu señorío,
lo pongo con frecuencia
debajo de otros señores
ante los cuales doblo mi rodilla
Te confieso, Señor,
que mi voz no es para tus cosas
lo suficientemente recia ni fuerte
como lo es para las del mundo.
Te confieso, Señor,
que mis pies caminan más deprisa
por otros derroteros que el placer
las prisas, los encantos o el dinero me marcan.
Te confieso, Señor,
que, a pesar de todo,
sigo pensando, creyendo y confesando
que eres el Hijo de Dios.
Haz, Señor, que allá por donde yo camine
lleve conmigo la pancarta de “soy tu amigo”
Haz, Señor, que allá donde yo hable
se escuche una gran melodía: “Jesús es el Señor”
Haz, Señor, que allá donde yo trabaje
con mis manos o con mi mente
construya un lugar más habitable
en el que Tú puedas formar parte.
Amén
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