01 agosto 2017

La Transfiguración del Señor: Homilías


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1.- LA TRANSFIGURACIÓN

Por Javier Leoz

1.- “Maestro; qué bien se está aquí” (Mc 9,2-10) Para sentir algo tan difícil como el bienestar interno y externo necesitamos buscar “Tabores” que nos conviertan en personas nuevas. Experiencias personales donde el traje de nuestra vida y de nuestras actitudes resplandezcan en un blanco deslumbrador por el secreto escondido que todos llevamos dentro: la presencia de Dios.

Sólo cuando seamos capaces de alejarnos del ruido, de correr y rasgar los velos que el mundo pone delante de nosotros, reconoceremos el papel que juega Jesús en nuestra existencia y lo que pretende de ella.

--Tabor son aquellas situaciones que Dios nos regala y donde, de una forma sorprendente, comprobamos que El camina junto a nosotros.

--Tabor es el monte idílico del que nunca quisiéramos descender para no enfrentarnos a las numerosas cruces que nos aguardan. Es la otra cara de la moneda: las dificultades de nuestra misión cristiana como paso previo a la Resurrección.



--Tabor es la claridad que nos hace ver, leer, escrutar y asombrarnos ante la huella de Dios por su Palabra y en sus Misterios

--Tabor es, ante todo, aquel momento que Dios nos brinda para adquirir la capacidad de comprensión y entendimiento: detrás de la humanidad de Jesús se descubre la grandeza y el poderío de Dios.

2.- ¡Hagamos miles de tiendas! Tres tiendas pretendía levantar Pedro movido por una atmósfera de paz y de éxtasis espiritual y miles de tiendas, quisiéramos construir muchos de nosotros, para vivir cosidos al Maestro permanentemente. Para que nuestra vida no tuviera resquicio de duda ni de pecado, de división ni de dificultades.

-Tres tiendas quería Pedro y vivir de espaldas al llano que le aguardaba, del martirio y de las complicaciones que le traería el ser discípulo de Jesús.

Otras tantas, que protegen y fortalecen la vida cristiana, podemos tener nosotros:

-Cuando vivimos con intensidad una eucaristía: nuestro interior resplandece a la luz de la Fe.

-Cuando, como penitentes, reconocemos que en el Sacramento de la Reconciliación se alcanza la paz consigo mismo y, sobre todo, con el mismo Dios.

-Cuando escuchamos la Palabra de Dios que nos propone caminos para ser hombres y mujeres enteramente nuevos.

-Cuando en las situaciones de cada día descubrimos que Jesús se transfigura en los pequeños detalles, en las grandes opciones que realizamos, en las cruces que abrazamos.

3.- ¡Hagamos miles de tiendas, Señor! No para estar ajenos a la realidad que nos produce hastío o cicatrices en el cuerpo, en el corazón o en el alma:

-Una tienda cuyo techo sea el cielo que nos habla de tu presencia Señor.

-Una tienda, sin puerta de entrada ni salida, para que siempre nos encuentres en vela, despiertos y contemplando tu realeza.

-Una tienda en la que todos aprendamos que la CRUZ es condición necesaria e insoslayable en la fidelidad cristiana.

-Una tienda que nos ayude a entender que aquí todos somos nómadas. Que no importa tanto el estar instalados cuanto estar siempre cayendo en la cuenta de que todo es fugaz y pasajero.

-Una tienda, Señor, que nos proteja de las inclemencias de los fracasos y tumbos de nuestra vida cristiana.

-Una tienda, Señor, que nos ayude a ESCUCHAR tu voz en el silencio del desierto.

-Una tienda, Señor, donde permanentemente sintamos cómo se mueve su débil estructura al soplo de tu voz: “Tú eres mi Hijo amado”.

2.- LOS DOS MENSAJES PRINCIPALES DE ESTA FIESTA

Por Gabriel González del Estal

1.- Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo. Este es el mensaje principal. Los apóstoles eran judíos practicantes, que creían con certeza que lo que les salvaría era el cumplimiento de la Ley judía, la ley que Dios les había transmitido a través de Moisés y de los profetas. Jesús mismo era un judío practicante de la Ley, pero Jesús no había venido a abolir la ley de Moisés, pero sí a perfeccionarla. A partir de ahora, ellos, los apóstoles, lo que debían hacer es escuchar a Jesús y seguirle a él como único maestro, como única ley, como única palabra de Dios. Nosotros hoy, si somos verdaderos cristianos, no tenemos ningún problema en creer que lo que nos salva es la fe en Jesús, no las obras de la Ley judía. Pero los apóstoles todavía no habían descubierto esto y, por eso, la voz del Padre que les dice desde la nube que crean en Jesús y le sigan, era algo nuevo para ellos. A partir de ahora deben escuchar sólo a Jesús, porque sólo él, Jesús, es el predilecto del Padre, superando la ley de Moisés y de los profetas. No les dice que olviden la Ley, sino que la superes, como ha hecho Jesús, su Maestro. Tampoco nosotros, los cristianos de hoy, debemos intentar abolir las leyes religiosas, pero sí debemos, un día sí y otro también, perfeccionar las leyes de Dios y de la Iglesia. La Iglesia de Cristo debe estar en una continua y constante renovación y perfeccionamiento de sus leyes religiosas, para que cada día nos acerquen un poco más al seguimiento más perfecto de Cristo. Otro mensaje que, según creo yo, también nos brinda esta fiesta de la Transfiguración del Señor es lo que podríamos llamar, con palabras del Papa Francisco, la necesidad de una Iglesia es salida, no pretender encerrar a la Iglesia en la sacristía, o en la capilla, ante el Santísimo. Los tres apóstoles se sentían tan a gusto contemplando a Jesús transfigurado sobre la cumbre del Tabor, que querían quedarse allí a vivir haciendo tres tiendas, una para Jesús, otra para Moisés y otra para Elías. Pero Jesús les manda bajar de la montaña y seguir camino, un camino lleno de peligros y sufrimientos, hacia Jerusalén. Salir de la Iglesia en busca de las ovejas perdidas, para traerlas al redil de Cristo, es ahora y será siempre una tarea complicada. Pero es nuestra tarea, la tarea de Iglesia de Cristo hoy.  En este sentido, dice el Papa Francisco que debemos caminar los cristianos de hoy hacia esta Iglesia, hacia una Iglesia en salida.

2.- Cristo recibió del Padre honra y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: “este es mi Hijo amado, mi predilecto”.  Esta carta, escrita por algún discípulo de san Pedro, es el escrito más tardío del Nuevo Testamento. El autor de la carta se dirige a unos cristianos que se tenían que enfrentar todos los días con doctrinas falsas –fábulas fantásticas- sobre la última venida de nuestro Señor Jesucristo y les pide que no se aparten de la verdadera doctrina, que se acuerden de las palabras del Padre que resonaron sobre el Tabor: este es mi hijo amado, mi predilecto.  Nosotros también vivimos hoy rodeados de falsas doctrinas, de materialismo anticristiano, y de una sociedad que es, en gran medida, agnóstica. Leamos con profundidad el evangelio de Jesús y hagamos el propósito firme de seguirle a él, porque sólo él es el Hijo amado, el predilecto del Padre, como acabamos de escuchar en el relato evangélico de este domingo, fiesta de la Transfiguración del Señor.

3.- ESCUCHAR Y ACTUAR

Por José María Martín OSA

1.- El encuentro con la divinidad. El XVIII domingo del Tiempo Ordinario coincide con la fiesta de la Transfiguración del Señor. Superada la prueba del desierto, Jesús asciende a lo alto de la montaña para orar. La teofanía de la transfiguración presenta una serie de elementos simbólicos que evocan la experiencia del Éxodo: el lugar de la revelación de Dios (montaña), su presencia en medio del pueblo (nube), la mediación de la Ley (Moisés) y los Profetas (Elías). Es éste un lugar donde se produce el encuentro con la divinidad. El rostro iluminado y los vestidos que “brillan de blancos” reflejan la presencia de Dios. Algunos rostros ofrecen a veces signos de esta iluminación, son como un reflejo de Dios. Se nota su presencia en ciertas personas llenas de espiritualidad, que llevan a Dios dentro de sí y lo reflejan en los demás.

2.- Tabor y Getsemaní. Jesús no subió al solo. Le acompañan Pedro, Juan y Santiago, los mismos que están con El en la agonía de Getsemaní. Es una premonición de que sólo aceptando la humillación de la cruz se puede llegar a la glorificación. En las dos ocasiones los apóstoles están “se caían de sueño”. El sueño es signo de nuestra pobre condición humana, aferrada a las cosas terrenas, e incapaz de ver nuestra condición gloriosa. Estamos ciegos ante la grandeza y bondad de Dios, no nos damos cuenta de la inmensidad de su amor. Tenemos que despertar para poder ver la gloria de Dios.

3.- ¡Escuchadlo! Junto a Jesús aparecen Moisés y Elías, representantes de la Ley y los Profetas. Este detalle quiere mostrarnos que Jesús está en continuidad con ellos, pero superándolos y dándoles la plenitud que ellos mismos desconocen, pues Jesús es el Hijo, el amado, el predilecto. ¿Cuál debe ser nuestra actitud ante esta manifestación de la divinidad de Jesús? La voz que sale de la nube nos lo dice: ¡Escuchadlo! Hoy debo preguntarme, ¿mi confianza en Dios es tal que estoy dispuesto a salir de mi mismo, de mi tierra, de mis seguridades, para ponerme en camino y dejarme guiar por Dios? Meditando este texto, en el Sermón 78, San Agustín nos dice: "Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende, predica la palabra, insta oportuna e importunamente, arguye, exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad, por el candor y belleza de las buenas obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor".  Quizá lo que nos ocurre muchas veces a nosotros es que no estamos dispuestos a escuchar su Palabra; quizá por eso vivimos una fe desencarnada de la realidad y nos cuesta tanto unir fe y vida. Es la gran asignatura pendiente del cristiano. La gran tentación es quedarse quieto, porque “en la montaña se está muy bien”. Hay que bajar al llano, a la vida diaria, de lo contrario la experiencia de Dios no es auténtica. No podemos refugiarnos en un puro espiritualismo que se desentiende de la vida concreta. Nos cuesta escuchar –que es algo más que oír- la Palabra de Dios. Necesitamos hacerla vida en nosotros, encarnarla en nuestra realidad y en la situación de nuestro mundo. ¿Cómo vivo mi fe, soy coherente, soy capaz de encarnar mi fe en la vida concreta?

4.- LA GLORIA DEL TABOR

Por Antonio García-Moreno

1.- “Seguía yo mirando en la visión nocturna…” (Dn 7, 13) Nos refiere el profeta Daniel que en el año primero de Baltasar tuvo un sueño, que luego puso por escrito. Habla de cuatro terribles fieras que hacían grandes daños. También contempló a un anciano, sentado en un trono radiante ante el que servían millares de millares, y millones de millones. Las bestias fueron aniquiladas y arrojadas al fuego. Se habla también de los libros que fueron abiertos ante el tribunal. Son alusiones al triunfo de Dios y del juicio universal.

En este encuadre aparece en medio de la noche la visión del Hijo del hombre que llega sobre las nubes del cielo y es presentado ante el trono. El Anciano de muchos días lo recibe y le entrega “el señorío, la gloria y el imperio”. Ante él se postrarán todos los pueblos. Estas visiones son augurios sobre la figura de Jesucristo que, en más de una ocasión, alude a su condición de Hijo del hombre. Un título cristológico de gran riqueza teológica, que Jesús no duda en aplicarlo a sí mismo. De esa forma anunciaba su condición mesiánica. El mismo Jesús dirá que se la ha da todo poder en el Cielo. Por otro lado este título expresa la doble naturaleza divina y humana de Cristo, siendo hombre y Dios al mismo tiempo, hijo de Santa María y de Dios padre. El Verbo eterno hecho carne efímera.

2.- “…Como quienes han sido testigos oculares de su majestad” (2 P 1, 16) Pedro era consciente de la misión que Cristo le encomendó. Llevaba clavada en el alma aquella escena a la orilla del lago, cuando Jesús le pregunta dos veces si le ama y una si le quiere. Parecía que Jesús dudase de su amor y entrega. Era un recuerdo doloroso, pero al mismo tiempo gozoso. Era cierto que él había renegado de Cristo, pero fue perdonado y, además, recuperó la primacía del Colegio apostólico... Pasaron varios años, la Iglesia estaba ya implantada y en una fase de crecimiento. Habían surgido las primeras desviaciones, aquellos primeros brotes de teorías extrañas de interpretaciones desviadas, poniendo en duda diversas cuestiones. El que había sido elegido como piedra de fundamento, para la solidez del edificio de la Iglesia, actuará con fortaleza y hablará con claridad.

En efecto, Pedro afirma con energía que cuanto se narra en el Evangelio no es producto de fábulas o invenciones humanas. El contempló en el Tabor el esplendor deslumbrante del rostro de Cristo. Escuchó la voz del Padre aquellas palabras que nunca olvidaría y que le van a fortalecer siempre en el amor a Cristo, también cuando le llegue su personal pasión y muerte, cuando sea encarcelado y venga el momento en que, como le dijo el Señor otro le llevará donde no quiera, atadas las manos para ser crucificado boca abajo en el Gianícolo... Muy cerca, en la colina vaticana, le sepultaron y, desde entonces, su sepulcro ha sido el centro de la Iglesia católica y romana.

3.- El Tabor se alza en la llanura de Galilea con menos de quinientos metros desde su base. Es uno de los recuerdos gratos y emocionantes del peregrinaje a Tierra Santa. Grato por la amplía y sugerente panorámica que se divisa desde la cima, y recuerdo emocionante por el riesgo de subir y bajar por esos taxis, cuyo conductores árabes son tan buenos peritos al volante, como audaces y osados al tomar las curvas...

En la altura y la soledad hay silencio, un aire limpio y un sol claro. Hay, sobre todo, una atmósfera de cercanía e intimidad con Dios. Allí se palpa y se ve la grandiosidad y la belleza del Señor. Que bien se está aquí, piensa más de uno... Silencio, soledad, amplio horizonte, aire puro, circunstancias que podemos buscar y encontrar en nuestros campos y bosques, junto a nuestras riberas y orillas. Paz en el alma, donde casi se nota el roce de Dios. Basta con callar y mirar, sobre todo hacia dentro... Madre mía, gracias, por mostrarnos de vez en cuando un retazo de la gloria del Tabor...

5.- LA DIVINIDAD DE JESÚS SE HIZO PRESENTE

Por Ángel Gómez Escorial

1. - Este domingo la Iglesia celebra la fiesta de la Transfiguración del Señor Se interrumpe el relato de los domingos del Tiempo Ordinario y así nos correspondería el decimoctavo, con todo su contenido litúrgico. La Transfiguración es una gran fiesta y este hecho –su reflejo evangélico— está presente en los “tiempos fuertes” de Cuaresma y Pascua.

Fue la Transfiguración algo muy extraordinario, dirigido a incrementar la fe de los Apóstoles y que sirvió para confirmarles la divinidad del Señor Jesús. Es verdad que los seguidores de Cristo no fueron capaces de ver lo magnifico de aquel hecho y solo a Pedro, con su capacidad de inmediata iniciativa, se le ocurrió construir tres chamizos para perpetuar la presencia en la tierra de la Gloria de Jesús, acompañado de Moisés y Elías. Después de la Ascensión del Señor este hecho se admitió como portentoso y es, sin duda, una de las celebraciones más antiguas de la Iglesia. Leemos hoy la Segunda Carta de San Pedro donde él mismo hace memoria histórica de aquel sucedido.

2. - La enseñanza que nos da a nosotros, ya transcurridos unos años del Tercer Milenio, es idéntica a la que Jesús pretendía que recibieran Pedro, Santiago y Juan. Tenían que saber que Cristo era Dios y que tenía poder sobre el tiempo, el espacio, los cuerpos, la vida y la muerte. Pero, además, Cristo recibe una vez mas el beneplácito del Padre al oírse desde el interior de la nube de gloria: "Este es mi, el amado, mi predilecto. Escuchadlo". Así lo refiere el Evangelio de Mateo que se lee en este ciclo A. Por un lado es la confirmación de la misión del Hijo en presencia de la Trinidad y por otra se trata de una aproximación al tiempo futuro: cuando todos los cuerpos estén glorificados y la muerte haya perdido su aguijón. Y esas enseñanzas siguen vigentes.

3. - En nuestro tiempo hay un afloramiento excesivo de lo mágico o de lo esotérico, en contraposición al racionalismo que impregnó la vida humana a partir de la Ilustración. Lo "mágico" ha supuesto un retroceso y la misma Iglesia sin negar, ni atenuar, ninguno de los hechos portentosos que aparecen en las Escrituras no entra en la sublimación mágica de las mismas. En realidad, cada cristiano debe tomar estas cosas con alegría y humildad. Alegría porque muestran la magnificencia futura de nuestros cuerpos resucitados y glorificados. Y humildad ante lo difícil que resulta, racionalmente, admitir este hecho cierto. Lo demás, lo mágico, poco importa.

El Reino de Cristo vive en este mundo, pero no es de él. Transciende hacia lo espiritual y lo eterno. Y en esa dimensión --que queda fuera de la historia, del tiempo y del espacio-- tienen que acontecer grandes maravillas. No podemos cerrarnos a lo que contendrá ese ya aludido mundo futuro. Pero no debemos convertirlo en una fábula. Está ahí y es nuestra esperanza. Y como tal hemos de esperarlo y respetarlo. La Transfiguración es pues una muestra del poder de Dios y, también, de su misericordia, porque un día nosotros nos veremos con los cuerpos y los semblantes radiantes en conversación con Jesús Glorificado y todos sus santos.

4. - La Profecía de Daniel nos va a recordar al Apocalipsis de Juan, en la que el Apóstol se inspiró. Pero narra igualmente la grandeza del presente de Dios, vislumbrado por los hombres. Juan también fue testigo del milagro del Monte Tabor. Es el resplandor del Hijo en presencia del Padre y para que lo vean los discípulos. Saquemos de esta fiesta –que se instituyó en el siglo VI por la dedicación de una basílica en ese monte de Palestina— una clara idea de que Dios tiene gloria y quiere mostrarla. No es un Dios solitario, lejano, mágico, difícil. Es un Padre amante que, en muchas ocasiones, refuerza la fe de sus hijos con prodigios.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Lo he dicho y repetido muchas veces, antiguamente no le veía ningún valor útil para mí a este episodio de la vida del Señor. Recuerdo que al poco de llegar a Jerusalén, la primera vez que fui, observé que por la calle pasaba una procesión de cristianos orientales en honor de este misterio. Para remachar el clavo, la fortaleza-basílica de Santa Catalina, en el Sinaí, también le estaba dedicada.

2.- Más tarde, no sé en qué momento, descubrí su gran valor. Vi al Señor que subía a la montaña acompañado exclusivamente por los predilectos entre sus apóstoles. Observé que se manifestaba su divinidad, que, pese a la gloria que se manifestaba y le correspondía, no ocultaba a los suyos la muerte que le esperaba.

3.- He estado muchas veces en el Tabor. Tengo, y he regalado, arbolitos propios del lugar. Se trata de la encina, alerta, no roble, como alguna guía pone. Ya que de esta montaña es propia, aunque crezcan en otros lugares de Israel, se le ha dado el nombre de quaercus itaburensis. En la actualidad al Cristo trasfigurado en esta montaña santa le admiro más. Me satisface que su realidad sea tan sublime y perfecta.

4.- Añado otra característica. La manifestación de su cuerpo glorificado, la compañía de Elías y Moisés, también en situación semejante, son muestras de lo que espero y deseo lo sea el mío. Al cuerpo físico le corresponderá un cuerpo espiritual, dice San Pablo. La belleza natural no se pierde. El encanto de un petirrojo, la gracia de una tórtola, el colorido de una genciana, la pureza de un edelweiss, el misterio de una orquídea, toda la belleza que se resume en la de una artista de ballet, en su figura, en su armonía de movimientos, en su dominio de las fuerzas que atenazan, sea la gravedad o la rigidez. Las intuiciones de los genios. La creatividad de los artistas, no se pierden. Se transfiguran y enriquecen a cada santo. Y yo soy de los que aspiro a serlo. La transfiguración es Esperanza.

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