19 agosto 2017

Erre que erre

El inolvidable actor cómico Paco Martínez Soria protagonizó una película, que así se titulaba, personalizando la constancia, la tozudez y la machaconería, hasta lograr lo que pretendía el citado personaje. Se trataba de un error bancario, debido al cual, en la libreta de sus ahorros, el saldo aparecía con una peseta menos. Fue a exigir su peseta y, por esas complicaciones de la burocracia, le volvieron loco de ventanilla en ventanilla. Él comprendía que la cantidad que solicitaba era mínima, pero no hacía sino reclamar lo suyo. Después de tanto trajín, al fin consiguió que le abonaran en la libreta de sus ahorros la exigua cantidad.
Hoy Jesús se dirigía a la zona de Tiro y Sidón y le ha salido al paso una mujer cananea suplicándole que cure a su hija, poseída por un demonio que le causa unos dolores espantosos. Jesús hacía como que no la oía, pero ella insistía. El Nazareno le ponía pegas e inconvenientes. Pero ella seguir insistiendo. Al fin, consiguió ganarse al Maestro: “Muy grande es tu fe, mujer. Que se haga como deseas” Y añade el evangelista: “Y su hija quedó curada en aquel mismo instante”.

En el evangelio no es difícil encontrar alusiones a la oración de petición y a la constancia en el saber pedir: “Orad sin descanso”, “Pedid y recibiréis”… A veces, sin pretenderlo, hemos caído en el error de descalificar este tipo de oración, tildándolo de egoísta e interesado. Sin embargo, Jesús insiste en que pidamos al Padre aquello que necesitamos y va a contribuir a nuestro bien y el de los demás. Son incontables las curaciones que, en su vida pública, realizó a petición del demandante, y siempre como premio a su buena disposición: “Tu fe te ha curada”. “Es grande tu fe”…
La oración de petición, para ser aceptable, requiere una serie de connotaciones. Ha de ser:
Confiada. Todo buen edificio precisa de unos cimientos sólidos y duraderos. Y lo que sostiene de manera firme nuestras peticiones es precisamente nuestra confianza en Dios, aunque, en ocasiones, nos cueste aceptar su voluntad.
Supeditada a lo que Dios disponga. Los humanos no siempre sabemos si lo que pedimos es beneficioso o inconveniente. Nos sucede lo que a los niños; que piden a su madre un cuchillo o unas tijeras para jugar, y ella se lo niega cariñosamente con un beso y una explicación: que se puede cortar o lastimar alguna parte de su cuerpo.
Abierta al prójimo. No interesada ni egoísta, sino con una amplitud de miras que rebase las fronteras de nuestro interés personal. El mundo nos reclama. Los informativos de los medios de comunicación nos ofrecen puntualmente el estado lamentable por el que está pasando nuestra sociedad mundial: guerras, muertes indiscriminadas… Como si la vida humana fuese una colilla de cigarro, desechable y sin valor alguno.
Colaboradora. Como reza el refrán: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Un cristiano no puede limitarse a pedir y luego cruzarse de brazos como diciendo “Ya está”. Existen voluntariados, asociaciones benéficas, colaboradores de cualquier tipo en lo poco o mucho que puede hacer cada uno.
Animada por la fe. Esa fe que, según Jesús, es capaz de mover montañas. Cuando uno pide desde la fe, constata fácilmente que Dios se ablanda y responde siempre con generosidad. En cambio, cuando titubea o se deja llevar por el miedo, se hunde como Pedro caminando sobre el agua, sobre la dificultad.
Constante. La oración de petición no puede ser esporádica, pasajera, ocasional, sino que debe convertirse en la atmósfera habitual del cristiano. En muchos órdenes de la vida, las cosas se consiguen a base de repetir muchas veces la súplica, a tiempo y a destiempo, sin descanso, machaconamente; de la misma manera, a Dios le gusta que le “demos la pelmada”. Es por lo que nuestra oración de petición debe ser constante, machacona, erre que erre. Es decir, tenaz… Como el personaje que reclamaba la exigua cantidad de una peseta.
Pedro Mari Zalbide

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