Con la oración, Dios, hace que se haga más grande nuestro deseo de
anhelar y buscar lo que pretendemos.
Metidos
de lleno en este tiempo veraniego, puede que el evangelio de este día – la
madre que pide insistentemente a Jesús- no nos sugiera nada o muy poco. Pero,
la oración (insistente y persistente) es como la brisa a orilla del mar: sin darnos cuenta, sin percatarnos el sol
hace de las suyas y broncea nuestro rostro.
1.Cada domingo la Palabra de Dios va operando en lo más hondo de
nuestras entrañas. Puede que, en más de una ocasión, nuestra presencia obedezca
más a una obligación que a una necesidad; a un mandamiento más que a un
encuentro añorado y apetecido semanalmente. El interior de cada uno, como la
tierra misma, se va haciendo más fructífera y más rica cuando se trabaja.
Javier Leoz
¡Ya
quisiéramos la fe de la mujer cananea! Sabía que, Jesús, podía colmar con
creces sus expectativas. Era consciente que, detrás de una oración confiada y
continuada, se encontraba la clave de la solución a sus problemas. La grandeza
de esta mujer no fue su oportuno encuentro con Jesús. La suerte de esta mujer
es que su fe era nítida, inquebrantable, confiada, transparente, lúcida y
sencilla. No se dejó vencer ni por el cansancio ni, mucho menos, por el recelo
o recelo de los discípulos.
2.A muchos de nosotros, en la coyuntura que nos toca vivir, puede que
estemos tan acostumbrados a la acción/respuesta que no demos espacio a que las
cosas reposen y se encaucen. Dicho de otra manera; no podemos pretender que
nuestra oración alcance la respuesta deseada en el mismo instante en que la
realizamos. Y cuánto nos duele cuando, ofreciéndonos en cuerpo y alma a una
persona, a una causa….recibimos como respuesta el silencio y la ingratitud!
-La
fe cuando es sólida y verdadera se convierte en una poderosa arma capaz de
vencer todo obstáculo.
-La
fe cuando es confiada, sabe esperar contra toda esperanza
-La
fe cuando es insistente, se convierte en un método que nos hace pacientes y no
desesperar.
3.Todos, incluidos los que venimos domingo tras domingo a la
eucaristía, necesitamos un poco del corazón de la cananea. Un corazón que sea capaz
de contemplar la presencia de Jesús. De intuir que, en la Palabra que se
escucha y en el pan que se come, podemos alcanzar la salud espiritual y
material para nuestro existir.
En
cierta ocasión un espeleólogo descendió a unas cavernas con sus alumnos. Uno de
éstos, admirado por las diversas formas de las rocas, preguntó: ¿Cómo
es posible esta belleza? Y, el espeleólogo, dirigiéndose a él le
contestó: sólo el paso de los años y la suave persistencia del agua han hecho
posible este milagro.
Constancia,
hábito, petición, acción de gracias, súplica, confianza es el agua con la que
vamos golpeando, no a Dios, sino a nuestro mismo interior para moldearlo y
darle la forma que Dios, cuando quiera y como quiera, dará.
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