10 agosto 2017

Domingo 13 agosto: Homilía de Pedro Sáez


Resultado de imagen de Mt 14, 22-33

Estos últimos domingos hemos ido descubriendo que Dios nos invita a plantear y resolver los problemas de la vida -del existir y del convivir- razonando con SU lógica en lugar de con la nuestra cuando esté afectada de “mundanidad”. Iluminados con esa nueva mentalidad se nos pedía ser hombres y mujeres capaces de organizar un mundo nuevo en el que la naturaleza entera dejara de estar presa del mal.
Vimos también que contábamos con la fuerza del Espíritu para ello, alejando así de nosotros el miedo al fracaso en intentarlo.
El domingo pasado, Jesús Transfigurado, nos alentaba a ello prometiéndonos participar de su triunfante glorificación.
Hoy la Liturgia, a través de sus textos, nos convoca a una nueva tarea: Qué hacer con todos esas ideas y proyectos que hemos descubierto, o, quizás, simplemente refrescado.

¿Nos las quedamos nosotros disfrutándolas egoístamente o decidimos que es un legado que hemos de transmitir a los demás?
San Pablo, (2ª Lec. Rom. 9,1-5) con su fogosidad característica, manifiesta claramente cómo entiende él sentirse depositario del Evangelio: “Como cristiano que soy, digo la verdad, no miento. Tengo una tristeza inmensa y un profundo y continuo dolor. Quisiera ser objeto de maldición, separado incluso de Cristo, por el bien de mis hermanos”.
Es una exageración motivada por su afán de dar a conocer a todos el mensaje de Jesús. Le duele de una manera especial que su pueblo, el pueblo judío al que tanto había mimado Dios, rechazase el seguimiento a Jesús.
Es que San Pablo había entendido perfectamente el desasosiego de Jesús por llegar a todos con su mensaje salvador.
En el Evangelio (3ª Lec. Mt. 14, 22-33) lo hemos recordado predicando sin descanso, rezando, confirmando la fe de sus incrédulos apóstoles. Jesús no para.Se manifiesta a lo largo de toda su vida terrenal como un Buen Pastor que cuida con esmero a sus ovejas, a las que se quedan con Él y a las que hay que ir a buscar.
Las fatigas de Jesús son el mejor aval de que lo que Él nos quiere enseñar es algo ciertamente valioso. No se comprende tanto esfuerzo -le costamos la vida en martirio- si no fuera verdaderamente valioso lo que Él vino a comunicarnos.
Esta pequeña reflexión debería bastarnos para entender que, siendo lo ofrecido por Jesús de tanto valor, un tesoro, una perla preciosa, nos decía el mismo Jesús hace unos días, deberíamos transmitirlo a los demás en virtud del amor que le debemos.
Pero, hay más. Jesús, hombre que nunca deja las cosas a medias, rubricó su deseo de que evangelizásemos proponiéndonoslo abiertamente: “Id por todo el mundo enseñando lo que yo os he dicho”. Así es como se despidió de sus Apóstoles. Ya antes les había dicho que los cristianos tenían que ser sal que sazone el mundo, luz que lo ilumine y levadura que lo fermente.
Ellos lo entendieron perfectamente y comenzaron hacerlo inmediatamente después de la venida del Espíritu Santo sobre ellos. Un ejemplo de esto lo acabamos de recordar en la segunda de las lecturas.
Desde entonces todos los cristianos han tenido la sensación de ser, como dijo el papa en la Evangelii Gaudium (nº. 86) “Personas cántaros” para dar de beber a los demás, aquel agua que Jesús prometió a la Samaritana, allá junto al pozo de Jacob, en Sicar. (Jn. 4, 5)
Dentro del campo de los afanes misioneros de todos los cristianos destaca el relativo a la educación de los niños.
Muchísimos niños pasan por nuestras catequesis a más de crecer en una familia cristiana. También un buen grupo de jóvenes se acercan al sacramento de la confirmación. Sin embargo los resultados de ese esfuerzo parecen quedar limitados a celebrar la primera comunión, o al acto sacramental de la Confirmación.
El Papa Francisco ha sido sensible a esta situación y tanto en la primera de sus exhortaciones, “El gozo del Evangelio” como en la tercera, “La alegría del amor”ha tocado ampliamente este tema.
En la Alegría del Evangelio ofrece pensamientos como los siguientes:
Hemos de desarrollar “una pedagogía que lleve a las personas, paso a paso, a la plena asimilación del misterio” (nº 171)
Esto supone practicar “El arte del acompañamiento…. una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana (nº. 169)
En “La Alegría del amor” afirma: En la familia, “que se podría llamar iglesia doméstica” (C.V.II, LG. 11) madura la primera experiencia eclesial de la comunión entre personas…aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y también, el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida. (nº.86)
Un poco más adelante en el mismo documento contempla a la familia como la primera escuela de los valores humanos en la que se aprende el buen uso de la libertad. (nº. 274)
Si a todos nos urge extender el Evangelio en nuestros ambientes, esa urgencia se hace extrema para todos aquellos que padres, abuelos, padrinos o educadores jugamos un papel importante en el desarrollo de la fe de nuestros encomendados.
Tengámoslo muy en cuenta y pidamos a Dios que nos ilumine para esa difícil misión de ir “forjando” la personalidad creyente de nuestros sucesores en la fe. Ellos son el futuro del cristianismo. No los olvidemos. En gran parte está en nuestras manos que permanezca vivo el mensaje de Jesús a lo largo de la historia.
No tengamos miedo a ofrecerles el Evangelio de Jesús. Es una buena noticia que nos convoca, y les convoca a ellos, a una noble acción: construir un mundo en el amor abierto a la esperanza: a la esperanza humana, conseguir por fin un mundo mejor y a la esperanza eterna, enfocar nuestra andadura terrenal hacia la patria definitiva junto al gran organizador de todo esto: Dios.
No dejemos de hacerlo. AMÉN. 

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