Queridas hermanas,
¡el Señor les dé la paz!
La fiesta solemne de la madre santa Clara me ofrece la oportunidad para reflexionar con ustedes sobre algunas cuestiones que hoy interpelan inequívocamente a nuestra vida y nuestro seguimiento del Señor Jesucristo. La complejidad de nuestro tiempo exige saber leer en profundidad los acontecimietos y nos desafía a encontrar modalidades nuevas para vivir con fidelidad nuestro carisma y para caminar al lado de los hombres y mujeres de hoy ofreciendo una palabra de esperanza y de misericordia. Nos confrontamos con escenarios de crisis en varios niveles, tanto en el ámbito social como en el individual. Tampoco nosotros estamos excluidos de estas fatigas, que tocan nuestra vida y la de nuestras fraternidades.
El Señor nos conceda saber mirar estas crisis como oportunidades. Queremos, por tanto, ponernos juntos a la escucha, dejándonos provocar por la Sagrada Escritura y el testimonio de Clara de Asís.
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Nosotros los Hermanos Menores hemos identificado los temas que afrontará el Consejo Plenario de la Orden el próximo año, orientando el camino por medio de tres palabras emblemáticas: escuchar, discernir y actuar.
Creo que pueden ser palabras significativas también para ustedes, queridas hermanas, que hoy están llamadas a afrontar nuevos retos, a responder a exigencias que provocan e interpelan y a atravesar la complejidad permaneciendo fieles a la intuición evangélica de la madre santa Clara.
ESCUCHAR
La invitación a la escucha aparece repetidamente en la Biblia: el hombre creyente es aquel que sabe escuchar, que percibe la voz del Señor y que decide libremente responder con su asentimiento. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra algunos episodios muy elocuentes acerca de la actitud de escucha de las primeras comunidades cristianas. Es emblemático el ejemplo de los discípulos impedidos por el Espíritu para anunciar la Palabra en Asia y exhortados en visión a partir hacia Macedonia (cf. Hch 16,6-10). La Palabra de Dios orienta y su Espíritu conduce, hablando a través de la vida, de los acontecimientos, de las circunstancias, a través de las intuiciones del corazón. También Clara ha sabido vivir en una constante actitud de escucha, como lo atestiguan las hermanas. Escucha de Dios en el silencio y en la oración incesante; escucha diligente de las hermanas, cuyas necesidades percibe incluso antes de ser expresadas, conociendo “en espíritu” su sufrimiento y su desesperación (cf. Pro 2,23); escucha que comparte el temor de los ciudadanos frente al asedio de los enemigos (cf. Pro 3,19).
La escucha de ustedes sea atenta y libre, realizada en el silencio de la relación personal con Dios y en el compartir con las hermanas, poniéndose juntas alrededor de la Palabra y confrontándose sobre lo que sucede en torno a ustedes. Sea una escucha atenta, abierta y sin prejuicios; sea una escucha activa, sabia e inteligente, que sabe ahondar bajo las apariencias; sea una escucha empática, apasionada, participativa. La escucha de todo cuanto el Espíritu quiere sugerirnos hoy, actuando silenciosamente en la vida ordinaria, presupone la conciencia de la propia identidad y la disponibilidad para permanecer en un camino de éxodo, orientados por la promesa que Dios renueva en nosotros. La escucha no nos lleva a quedarnos quietos. A veces nos incomoda, nos hace salir de nosotros mismos y de nuestras seguridades, plantea preguntas que exigen respuestas nuevas.
DISCERNIR
Si ponerse a la escucha de la voz de Dios en la complejidad de la realidad actual es el primer paso para comprender cómo responder hoy a nuestra llamada y cómo orientarnos en el camino, se abre luego todo el espacio del discernimiento. Aquella voz y aquellos signos que captamos en el desplegarse de la historia deben ser interpretados, confrontados, comprendidos en su autenticidad. El discernimiento es tan necesario y urgente cuanto delicado; y no casualmente el Papa Francisco sigue indicándonos este proceso como espacio que debemos habitar con paciencia y perseverancia.
Las primeras comunidades cristianas nos enseñan la actitud evangélica de la confrontación recíproca, de la lectura de la Palabra y de la discusión entre los hermanos, de la oración y de la disponibilidad a ponerse en discusión, de la búsqueda del bien común. La conciencia del don del Espíritu y de su gracia operante, el reunirse juntos para afrontar un reto, una comunicación clara y sincera, la confianza recíproca, la lectura sapiencial de la realidad y una escucha atenta de la Escritura han sido para ellos las bases sobre las cuales realizar el discernimiento, hasta llegar a la decisión en asamblea que sana el conflicto, que promueve la libertad y la responsabilidad, que provoca gozo y que anima a los hermanos (cf. Hch 15,1-35).
También Clara varias veces en su existencia se encontró en la necesidad de llevar a cabo discernimientos delicados y decisivos. Pensemos en la confrontación franca y constructiva que tuvo con el cardenal Hugolino, luego Papa Gregorio IX, sobre la originalidad de la forma de vida de la comunidad de S. Damián en relación con la institución eclesiástica. Estaba en juego no sólo una convicción personal de Clara sino la conciencia de que se trataba de salvaguardar el don de una vocación recibida del Padre de las misericordias (cf. TestCl 2). Esta conciencia era alimentada con oración en la relación constante con el Padre, en la adhesión a Cristo pobre, en la unión con el Espíritu Santo. La oración para Clara no era un espacio cerrado, sino que supo prolongarse dejándose atravesar por la pasión y la caridad sin medida de Cristo. Precisamente por esto, la realidad concreta era para ella el lugar donde conocía y ponía por obra la voluntad de Dios. Las necesidades de las hermanas, las fragilidades experimentadas en sí misma y en las demás, las fatigas y las tensiones no eran consideradas como obstáculos sino como ocasiones a través de las cuales el carisma de la contemplación puede entrelazarse con el de la caridad, en un discernimiento llevado a cabo juntos. La Regla (cf. RCl 4, 15-18) recuerda la importancia del capítulo semanal, del buscar juntos el modo de vivir en plenitud la propia vocación, en la realidad concreta, de cada día, que es el espacio posible en donde dar los pasos del seguimiento.
También ustedes, hermanas, están llamadas a llevar a cabo discernimientos. La realidad de hoy amplifica los interrogantes profundos sobre el sentido de la vida. En un tiempo caracterizado por la velocidad, por el ruido, por las informaciones instantáneas y globales, por la presencia de los medios digitales y sociales que está incidiendo con cambios a nivel antropológico, ¿qué pueden decir la dimensión del silencio y de la contemplación propias de su vida? En un mundo caracterizado por la fragmentación, por la sectorialidad, por los particularismos, por las divisiones, y al mismo tiempo por una tendencia a la uniformidad y a la homologación, ¿qué puede ofrecer la vida de ustedes llamada a la unidad en la diversidad, tanto en el plano personal como en el fraterno? ¿cuáles respuestas buscar, cómo dialogar de modo que se pueda crecer juntos, haciendo que la autonomia de los monasterios no se convierta en un muro para proteger la propia subsistencia sino que sea más bien una riqueza para ofrecer al discernimiento común?
Son algunos interrogantes que, creo, atraviesan sus comunidades y que deben ser habitados con pasión, convicción, esperanza, en la confianza de que somos guiados por el Espíritu.
ACTUAR
Escuchar, discernir y, finalmente, actuar. Un actuar que, fortalecido con una escucha profunda e inteligente y por un discernimiento serio y abierto, tenga el valor y la audacia de gestos de vida y que sea grávido de profecía, como el de Pedro, de Santiago y de Pablo que saben guiar a la Iglesia a abrirse hacia lo nuevo, extendiéndose a los paganos (cf. Hch 15, 1-35).
Un actuar libre y fecundo de misericordia, como el de Clara que no duda en echarse con su propio cuerpo sobre la cadera adolorida de la hermana y quitarse el velo para darle calor, poniendo en juego su propia identidad de mujer y de hermana pobre (cf. Pro 7,12); un actuar rico de valentía de quien sabe entregarse de más y hacia la plenitud del don de sí en la disponibilidad para el martirio, que lleva a Clara a desear partir para Marruecos (cf. Pro 6,6).
¡Hermanas, que también su actuar sea valiente! Conscientes de los retos, con la mirada vigilante de quien se abre al futuro con esperanza, fieles y estables en la vocación recibida, tengan el coraje de osar gestos proféticos de vida. A veces se constata que los cambios en las comunidades suceden porque de algún modo se ven forzados por la vida. Las situaciones que se crean impidiendo poder continuar como antes, imponen decisiones y resoluciones más o menos pensadas y eficaces. Me pregunto y les pregunto si es inevitable que sea así. O si no será posible más bien, escoger el cambio a partir de las motivaciones, de las convicciones maduradas juntas, de la búsqueda del bien y de la vida; con valor y confianza, aceptando el reto, dispuestas a perder algo para que la vida pueda seguir floreciendo en plenitud. Muchas fraternidades viven una realidad de ancianidad y fragilidad que interroga acerca del futuro, algunas se encuentran inscritas en contextos difíciles y se sienten llamadas a una forma nueva de compartir y de cercanía a los hermanos; el ámbito de la formación presenta la exigencia de aprender modalidades y lenguajes nuevos para comprender los cambios antropológicos y para permanecer en un diálogo positivo y significativo con el hombre de hoy; la llegada de jóvenes trae la necesidad de un discernimiento atento y de un acompañamiento sabio. La estructura misma de su forma de vida y de sus monasterios es interpelada cuando los recursos de autonomía que se tienen corren el riesgo de resultar demasiado exiguos y cuando la comunión se constituye en el camino posible y bello por recorrer a fin de responder conjuntamente a una llamada a la vida en plenitud que sigue siéndonos entregada y para continuar fiándonos de la promesa de Dios. ¡Qué bello es cuando se tiene la libertad de opciones conscientes, compartidas, que se atrevan a salir de la práctica seguida siempre y a proponer una vía nueva para promover la vida, en la fidelidad al Evangelio y a las dimensiones constitutivas de su identidad: la pobreza y la fraterndiad, que se nos han entregado como herencia por Clara y Francisco!
Encomiendo a su oración el camino de los hermanos por la misma vía de escucha, discernimiento y acción.
El Padre de las misericordias bendiga a cada una de ustedes y a sus fraternidades y la madre santa Clara acompañe su camino.
¡Buena Fiesta!
Fr. Michael Anthony Perry, ofm
Ministro general y Siervo
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