La situación del apóstol Tomás, que describe este evangelio, es la situación de tantas personas que, como aquel apóstol, al referirse a las cosas de Dios, de Cristo, de la Religión, dicen lo que dijo aquel: “si no lo veo, no lo creo”. No es un problema sin importancia. A fin de cuentas, todos nosotros aprendemos por medio de los sentidos: por lo que vemos, oímos, tocamos, sentimos. De ahí que todo lo “sobrenatural”, que no está al alcance de los sentidos, se nos hace un problema. Sobre todo, si se trata de algo que no es demostrable mediante argumentos o razones que se pueden justificar a partir de lo sensible.
Las señas sensibles del Resucitado son llagas de dolor y sufrimiento, que se pueden ver y tocar. Pero no solo eso. Además, son señales de dolor y sufrimiento en las que hay vida. Las llagas de Jesús, siendo llagas de muerte, se palpaban en un ser viviente. Eso justamente es lo que Tomás vio y palpó. Y eso es lo que le llevó a reconocer en Jesús su Señor y su Dios.
Dios entra por los sentidos. Cuando nuestros sentidos ven y palpan dolor y sufrimiento, llagas y cicatrices de muerte. Pero en las que no hay muerte, sino vida, esperanza, futuro. Es importante aplicar esto a nuestras vidas y a nuestra Iglesia: ¿qué enseñamos nosotros como pruebas de que lo de Jesús es verdad? ¿Se palpan en nosotros llagas y cicatrices con vida y con esperanza? ¿Y la Iglesia? ¿Qué enseña? ¿Llagas de dolor y cicatrices de sufrimiento? ¿O enseña, por el contrario, lujo, boato y ostentación? Lo que más daño hace a la causa de Jesús es ir por la vida ostentando poder, riqueza, privilegios, importancia, ostentación (la que sea), no el dolor de Jesús.
Por último, conviene advertir que el evangelio no presenta a Tomás metiendo el dedo en las heridas de Jesús, ni siquiera tocándolas. Ver las heridas basta para que Tomás haga su acto de fe (Jn 20, 27-28). La bendición final, que se expresa en el relato, es para aquellos que creen simplemente sobre la base del testimonio apostólico, sin haber visto por sí mismos (Jn 20, 29). El Evangelio es el mejor mensaje para quienes hacemos nuestro acto de fe en la fuerza de la vida, que vence a la muerte, porque creemos en la vida, en el futuro de la vida para siempre, incluso sin haber visto, ni tocado, al “Eterno Viviente”, Jesús.
José María Castillo
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