08 abril 2017

Domingo de Ramos: La Misa del Domingo

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DOMINGO DE RAMOS CICLO A
9 de Abril de 2017
  • Isaías (50,4-7): El Señor me abrió el oído, y yo no resistí ni me eché atrás.
  • Sal 21- Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
  • Filipenses (2,6-11): Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
  • Pasión según San Mateo.
ECOS DESDE LOS JÓVENES Y LAS COMUNIDADES
  • Hosanna al Hijo de David: hoy se nos invita a cantar y bendecir a Dios.
  • Nos disponemos a vivir el Tríduo Pascual: ¿cómo y dónde lo voy a celebrar?
  • Jesús bendice como rey pacífico: pedimos esa bendición para los que más lo necesitan; también para los niños y los jóvenes.
PROPUESTA DE HOMILÍA
Entramos en la Semana Santa, en donde vamos a revivir y celebrar el misterio de nuestra redención. El protagonista indiscutible es Jesús, el justo que será entregado y ejecutado por un supuesto acto de justicia divina. Junto a él, todos los demás, en un ejercicio de cobardía, distancia, miedo y traición conjunta, que hará imposible que nadie le defienda; ni siquiera le reconozca. En esta semana santa viviremos una serie de contrastes, que conviene recordar, porque pueden apuntar a una purificación de la fe personal que tenemos en Dios.

Hosanna, el canto del pueblo humilde
Hoy merece la pena que meditemos en la primera escena que hemos leído en el evangelio de la procesión de los Ramos. Una multitud aclama a Jesús: Hosanna, al Hijo de David. Este fue el canto de la gente humilde mientras llegaba Jesús a Jerusalén. Era un canto de fiesta, de alegría, con un claro sentido mesiánico. Se parecía a los cánticos que empleaba el pueblo mientras subía de peregrinación y divisaban a Jerusalén, la ciudad santa: ¡Qué alegría pisar tus moradas Jerusalén!
Ahora el que llega es el esperado por los profetas, el que culmina y perfecciona la alianza entre Dios y su Pueblo. Hoy Dios llega a la ciudad santa y entra en su santuario para bendecir a su pueblo y sellar la paz perpetua. ¡Hay algo más hermoso, sino celebrar los tiempos definitivos! La escena es de una utopía extrema: ¡el Reino de Dios en la tierra! Irrealizable, como veremos durante esta semana de dolor y muerte. Pero merece la pena, mirar y añorar ese futuro que un día Dios nos deparará definitivamente: es la esperanza del Paraíso.
Jesús, es el Mesías que bendice y salva
Siguiendo con la escena, no es indiferente ver cómo llega el Hijo de Dios: humilde, montado en un burrito pequeño y dócil. Es un hombre pacífico, que sonríe y bendice. En él se reúnen todas la esperanza de la gente, y con razón es un “Dios entre nosotros”, tan cercano que parece uno más de nosotros.
Es bueno detenerse hoy en esta imagen festiva; y entender por qué hacemos fiesta y con quién hacemos fiesta. Hacemos fiesta porque esta es nuestra Pascua: Dios “pasa” (esto significa Pascua) por nuestra vida bendiciéndola y curándola. Y nos da una esperanza soberana: el Señor Jesús es el rey victorioso, y viene a ti en son de paz y de amistad. Éste es el porqué de nuestra fiesta.
Y hacemos fiesta con Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías. El es el único nombre que salva. Que no nos confunda su figura; porque en su piel de hombre habita su condición divina. Porque no viene a ser un mito o un referente moral para que le imitemos; es un sacramento que nos invita a acercarnos a los que nos sentimos débiles y con poca fuerza espiritual, personal y moral porque él nos alivia y alimenta con su cuerpo y con su sangre.
Invitación a celebrar la Pascua del Señor
Con razón hoy es un día de fiesta: hoy llega el Señor a nuestras vidas para quedarse definitivamente. Esta semana se vuelve a realizar el hecho de la Redención: volveremos a vivir el triduo santo con Jesús para sentarnos el jueves con él a la mesa fraterna, acompañarlo el viernes silenciosamente en su muerte y vibrar de entusiasmo en la noche de Pascua. A todo ello se nos invita estos días.
Podemos acabar este momento con un minuto de oración y adoración. Nos sentimos como aquellos habitantes de Jerusalén, saliendo al encuentro de Jesús. Lo queremos aceptar como regalo de Dios que es, y lo sentimos muy necesario para nuestra vida. Os invito a repetir en nuestro interior el canto de Jerusalén: “Hosanna, hosanna, a ti Hijo de David”.
(Pasado un par de minutos, lo podemos repetir la asamblea a coro).
José Luis Villota, sdb

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