18 marzo 2017

“Señor, dame agua de ésa; así no tendré más sed”

Tercer domingo de Cuaresma, la oportunidad de reflexionar sobre el nivel de satisfacción con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Se vive anhelando porque se está seco y del interior no brotan bendiciones, ni alabanzas, sino más bien suplicas y requerimientos por la sequedad de nuestro ser. Se ocupa el tiempo y los deseos en poder decir “¡ya tengo!”; en vez de “¡ya soy!”. El deseo forma parte de nosotros. ¿Dónde vamos sin deseo? Pero también es cuestión de cada uno saber qué se desea y de dónde brota el deseo.

Tengo sed, Señor, dame agua, tu agua, esa que “nunca volvamos a tener sed”. Esta agua no es “algo” ni se encuentra lejos de nosotros. Otra cosa es que se ignore o que se acalle, porque se vive desde fuera, desconectados, perdidos, poniendo el corazón en la inmediatez aparatosa, despampanante, en las apariencias.

Tiempo de Cuaresma, tiempo de oración, limosna y ayuno. No es tiempo de cumplimientos: ya he rezado; he ayunado –aprovecha para perder volumen- ; he dado limosna. ¡Qué pobreza interior! ¡Qué sequedad! Nuestro interior ha de ser un manantial del que brota vida, vida coherente, vida veraz, vida que compartimos; manantial del que brota el amor.

Oración, para identificarnos con el Padre; limosna, para identificarnos con el prójimo; ayuno, para identificarse con uno mismo y despojarse de tantos prejuicios e intereses egoístas que alejan de Dios, de los demás y de uno mismo.

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