05 marzo 2017

Perdidos en la abundancia

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Uno de los rasgos de las sociedades avanzadas es el exceso, lo desmesurado, la profusión de ofertas, la multiplicación de posibilidades. Se nos ofrece de todo, lo podemos probar todo. No es fácil vivir así. Atraídos por mil reclamos, podemos terminar aturdidos y sin capacidad para cuidar y alimentar lo esencial.
Los centros comerciales e hipermercados exponen un surtido increíble de productos. Los restaurantes ofrecen cartas y menús con toda clase de combinaciones. Podemos seleccionar entre un número cada vez más amplio de cadenas de televisión. Las agencias nos proponen todo tipo de viajes y experiencias. Internet nos abre el camino a un mundo ilimitado de imágenes, impresiones y contactos.
Por otra parte, jamás la información ha sido tan invasora. Se nos abruma con datos, estadísticas y previsiones. Las noticias se suceden con rapidez, impidiéndonos la reflexión sosegada y la meditación. Sobresaturada de información, nuestra conciencia queda captada por todo y por nada. Es cada vez más fácil caer en la indiferencia y la pasividad.

Todo este clima tiene sus consecuencias. Bastantes personas atienden mucho las necesidades artificiales al mismo tiempo que descuidan lo esencial. Se vive hacia fuera, volcados en las novedades externas, y se ignora casi todo del mundo interior. El exceso de información y la hipersolicitación del consumismo disuelven la fuerza de las convicciones. Son muchos los que viven entretenidos en lo anecdótico, sin proyecto ni ideal alguno. Poco a poco, las personas se hacen más frágiles e inconsistentes. Todo es problema, incluso las cosas más elementales: dormir, irse de vacaciones, engordar, envejecer.
A veces de manera vaga y difusa, otras veces de forma más clara y precisa, son bastantes los que sienten decepción y desencanto al experimentar que este estilo de vida despersonaliza, vacía interiormente e incapacita para crecer de manera sana. En esa insatisfacción puede estar el comienzo de la salvación, pues nos puede ayudar a escuchar las palabras de Jesús: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Son una llamada a reaccionar. No basta con estar entretenido, funcionar sin alma y vivir solo de pan. Necesitamos la Palabra vivificadora que nos llega de Dios. ¿Sabremos escucharla?
José Antonio Pagola

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