
Al igual que sucede en la vida, puede haber diferentes formas de vivir y superar los desafíos. Serán mi momento presente, mi voluntad, mis deseos… las que me ayuden a tomar una u otra actitud. Con la Cuaresma, puedo tomar diferentes actitudes: dejar que suceda sin involucrarme, dejando pasar los días; centrarme en la queja, en lo incómodo, en lo que no “me encaja”; estancarme en esa actitud crítica hacia mí mismo o hacia lo que me incomoda; intentar aprovechar las propuestas que lanza la Cuaresma; vivirlo como un período de gracia…
Proponemos orar con la primera lectura del miércoles de ceniza. Y cómo en ella podemos ir contemplando cómo es Dios, observando los verbos y adjetivos que nos hablan de él y cómo toda la profecía de Joel nos remite al amor y al perdón de Dios. A pesar de la duda, la pequeñez, la necesidad de conversión de sus hijos, su respuesta va siempre unida a la misericordia.
De esta manera, el desafío puede ser ayudarse del ayuno, la limosna, la oración para profundizar en la propuesta de Dios en cuaresma: rasgar el corazón, sacudirle de lo que impide crecer y sentir más cercano ese abrazo misericordioso del Padre. Puedo pensar también en las veces que me he sentido perdonado, que he notado más de cerca esa misericordia de Dios y cómo se ha ensanchado mi corazón.
AHORA —oráculo del Señor—,
convertíos a mí de todo corazón,
con ayunos, llantos y lamentos;
rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos,
y convertíos al Señor vuestro Dios,
un Dios compasivo y misericordioso,
lento a la cólera y rico en amor,
que se arrepiente del castigo.
¡Quién sabe si cambiará y se arrepentirá
dejando tras de sí la bendición,
ofrenda y libación
para el Señor, vuestro Dios!
Tocad la trompeta en Sion,
proclamad un ayuno santo,
convocad a la asamblea,
reunid a la gente,
santificad a la comunidad,
llamad a los ancianos;
congregad a los muchachos
y a los niños de pecho;
salga el esposo de la alcoba
y la esposa del tálamo.
Entre el atrio y el altar
lloren los sacerdotes,
servidores del Señor,
y digan:
«Ten compasión de tu pueblo, Señor;
no entregues tu heredad al oprobio
ni a las burlas de los pueblos».
¿Por qué van a decir las gentes:
«Dónde está su Dios»?
Entonces se encendió
el celo de Dios por su tierra
y perdonó a su pueblo. (Jl. 2, 12-18).
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