Al papa Juan Pablo I le preguntaron que por qué Dios si nos quería libres nos daba unos mandamientos que nos limitaban y obligaban. Él dijo que precisamente porque nos ama y nos quiere libres nos dio sus mejores consejos. Y puso este ejemplo muy significativo.
Imaginaos que vamos a comprar un buen coche. Ya en la tienda, el dueño, que es también el fabricante, nos saca el modelo que más nos gusta. Lo admiramos probamos y decidimos llevárnoslo.
Antes de sacarlo de la tienda el dueño nos dice:
—Oiga este es un coche muy bueno, un modelo único, cuídelo, póngale buena gasolina, buen aceite…
—Oiga este es un coche muy bueno, un modelo único, cuídelo, póngale buena gasolina, buen aceite…
Pero lo interrumpimos y le decimos:
—No, no, no. No soporto el olor a gasolina, yo pienso ponerle zumo de naranja.
—No, no, no. No soporto el olor a gasolina, yo pienso ponerle zumo de naranja.
El Papa entonces afirmaba que, cuando Dios nos crea a cada uno, nos dice lo mismo: “Oye, eres un modelo único, la vida vale la pena, cuídate. Te voy a recomendar para eso una buena gasolina” y nos dio los mandamientos.
Pero nosotros muchas veces le decimos: “No, no, no. A mí no me gusta el olor de esa gasolina, yo prefiero otra: mentir de vez en cuando, ser egoísta, etc.”.
Y Dios nos dice: “Como quieras, yo te regalé la vida y te quiero libre. Pero si después no eres feliz, pierdes el sentido de la vida, no te vengas a quejar, yo te hice y sé cómo funcionas”.
El hombre, sorprendido, nos dice: ‘Bueno, como quiera, el coche es suyo. Pero si luego se para o no quiere arrancar, no venga a quejarse, yo ya se lo advertí. Yo fabriqué el coche y sé cómo funciona “.
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