Hoy es 1 de enero, festividad de Santa María, Madre de Dios.
Comienza un nuevo año. No es sólo un día en el calendario. Lo siento en el ambiente, lo siento dentro de mí. Hoy, de manera especial, busco silencio para intentar pasar por el corazón todo lo vivido estos últimos días y dejar que broten los deseos profundos. Con la ayuda de María, Madre de Dios, le pido al Señor que me dé su luz. Estoy en su presencia, que siempre me acompaña. Entono un canto de alabanza a la Madre de Dios, con quien hoy quiero comenzar el año.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 2, 16-21):
En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
El comienzo de un nuevo año, siempre me llena de propósitos. Es como si automáticamente algo me dijera que tengo que revisar mis límites para poder dar un poco más de mí. Y en todo lo que estoy viviendo por dentro, Dios sale a mi encuentro con esta buena noticia. Miro al Dios niño, pequeño, frágil, tan humano. ¿Tiene algo que ver el momento que vivo y la palabra que he escuchado? Esos propósitos, ¿son sólo algo mío o dejo que Dios tenga algo que decir?
Me fijo en María, que hoy lo ilumina todo. Al mirarla me doy cuenta de que actúa de una forma especial, con el corazón. Es un pequeño matiz, pero que lo cambia todo. Ese corazón de Madre, lleno de Dios, hace que lo que viva tenga sentido. Un sentido que le acompañará toda su vida. Incluso en los momentos más duros. Y yo, me detengo un momento para distinguir esos puntos de mi vida en los que he funcionado con el corazón y no con la cabeza.
Los pastores son una parte importante de esta escena. Me ayudan a contemplarlo. Ellos se ponen en camino, algo les mueve. Al llegar no pueden dejar de contar todo lo que les habían dicho del niño. Hay muchas conversaciones, muchas palabras en un momento de alegría, de esperanza. Yo también estoy alerta e intento escuchar lo que se dice, dejando que resuene en mi corazón. Quizás, al ver a Jesús, yo también deba contar, como los pastores, el motivo de mi alegría.
Teniendo el corazón más abierto y en funcionamiento, me preparo para contemplar de nuevo el evangelio. Me sitúo en la escena, como uno más. Yo soy hoy uno de los pastores y le llevo al Dios Niño como regalo el año que comienza. Lo pongo en sus manos deseando que lo bendiga.
Voy terminando y me dirijo a María, sabiendo que es Madre y queriendo acercarme más a ella, después de este rato de oración. He podido ver que en mi vida existen varias fragilidades, pero que la esperanza es mucho mayor. Como hacen los pastores, reconozco que hay motivos para participar de la alegría profunda de Jesús. Especialmente en este principio de año sé que hay en mi vida muchas cosas por las que dar gracias a Dios, a quien dirijo mi última oración, desde el corazón.
Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
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