Acabamos de empezar el año, y como siempre, al mirar atrás intentamos recuperar lo mejor del año que terminó: las mejores noticias, los mejores momentos, las mejores películas… Como a tantos otros, a mi me encanta volver a ver y leer sobre los mejores momentos del 2016: es una buena manera de reflexionar sobre el paso del tiempo en nuestras vidas. Pero hay una lista que no acaba de gustarme: la de los #MelhoresSelfies2016.
Cuando esa lista en particular llegó a mi feed de Twitter, sentí como si llegara una apisonadora. Porque si hay algo que pienso que debemos ver menos en 2017, son los selfies.
Desde SnapChat hasta Instagram, nuestras redes sociales nos motivan a buscar el selfie perfecto. Eso significa que nos apartamos de un evento importante o reunión en la que participamos para tomar el smartphone y sacarnos una foto a nosotros mismos.
Creemos que sólo nos tomará un segundo. Pero, si tu eres como yo, nunca es una foto rápida. Después de sacar la foto, viene la edición y el retoque para certificar si la imagen es buena. Para ver si nuestro rostro es bonito y si el fondo impresiona. Es todo tan … artificial.
Tras un 2016 lleno de selfies, este año ¿por qué no rechazar la ola de autoindulgencia y artificialidad y, en vez de eso, adoptamos hábitos de altruismo y autenticidad?
No me entiendan mal, yo también me siento culpable por la cantidad de selfies que hago y de fotos editadas de mi misma. En Nochebuena, me puse un vestido extravagante y pasé bastante tiempo maquillándome. Después de hacer un selfie, usé la herramienta de edición de fotos de la app de mi celular y usé algunos filtros. Tras pasar el dedo en vertical y horizontal algunas veces, me di cuenta de que no quedaba tanto de la chica que soy yo. Su piel era más suave. Su rosto estaba un poco más delgado. Era como Chloe, en versión mejorada. Y no me gustaba.
Yo sou perfeccionista, lo que, probablemente, me atrae a la vida filtrada. Con esos rápidos ajustes de selfie nadie puede ver mis fallos, mi poca habilidad para el maquillaje o ese grano de acné que me lleva loca desde hace un mes. Pero cuanto más vieja me hago, más siento que estoy perdiendo el afecto por esa versión digital perfecta de mi misma. Cuanto más confortable me siento con quien realmente soy (imperfecciones incluidas), menos quiero ver a esa “Chloe perfecta”.
De cierta forma, me doy cuenta de que he dejado que esa otra versión de mi misma – la “Chloe perfecta” – tome más espacio que el de la cámara del celular. No sólo mis fotos están filtradas, sino también, lo que digo en mis post en redes sociales … e incluso mi vida fuera de la pantalla. Digo a los demás que estoy bien y entierro mi profundo estrés en un intento de hacer que parezca que todos estamos igual. Evito conversaciones a corazón abierto para que no salga algo incómodo. Pero quiero parar. Y si sienten lo mismo que yo, seguro que quieren parar también.
Mi desafio, hoy, no es solo postear fotos no editadas de mí misma. Porque creo que postear fotos de este tipo no cambiarán mi mentalidad fuera de la pantalla. En vez de eso, quiero trabajar en quitar mi filtro en mis interacciones con los demás. Hay que ser vulnerable. Hay que admitir los propios fallos. Hay que pedir ayuda. Porque los demás quieren conocerme a mí, mi verdadero yo. Quiero que conozcan a la Chloe Mooradian que tiene miedo a los peces, que está bebiendo su cuarta taza de café y que está quitando sus filtros a las fotos. Porque esa Chloe es una persona mucho más interesante que la de los selfies perfectos en las redes sociales.
Entonces pregunto: ¿Qué pasaría si 2017 fuese el año en que quitásemos los filtros y los selfies de nuestras vidas? Este año, vivamos la vida auténtica, sin un indicador de “compartido” y comentarios en nuestras fotos. Vamos a sacar más fotos de los demás y menso de nosotros mismos. Vamos a dejar el celular en el bolso y, realmente, estar presentes para celebrar los momentos alegres y las realizaciones de los demás. Vamos a hacer que 2017 sea un año de altruismo, no de selfies.
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