(De Juan Jáuregui)
“… después abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra”. (Mt 2,1-12)
¿Qué cosas me gustan a mí de esta fiesta de la Epifanía?
A decir verdad, muchas:
Me gusta ver al hombre caminando, buscando.
Me gusta ver al hombre buscando a Dios.
Me gusta ver al hombre que en medio de sus oscuridades no se echa atrás sino que sigue adelante, aunque sea preguntando.
Me gusta ver al hombre de rodillas delante de Dios.
Me gusta ver al hombre que no se avergüenza de postrarse y adorar a Dios en su corazón.
Me gusta ver que el hombre es capaz de cambiar de camino y no andar por los caminos de siempre.
Me gusta ver que el hombre es capaz de escuchar la voz de Dios que habla en su corazón y acepta el cambio.
Me gusta ver que Dios se revela y manifiesta a los de afuera, a aquellos que decimos que no creen.
Me gusta ver a Dios que sonríe niño a los que vienen de lejos.
Me gusta ver a Dios abriéndose a todos y no dejándose encerrar en pequeñas geografías o en pequeños grupos selectos que se creen los únicos dueños de la verdad.
Me gusta, porque la Epifanía es la fiesta de los “signos”, de las “señales” de Dios. La fiesta del descubrir y reconocer “las presencias” de Dios en los signos de los tiempos.
Por eso me gusta la Fiesta de la Epifanía.
¿Qué cosas no me gustan de esta fiesta de la Epifanía?
Muchas. La verdad que muchas. Por ejemplo:
No me gusta que los Reyes Magos le hayan robado la fiesta al Niño.
No me gusta que los Reyes Magos pretendan ser los protagonistas y nos hagan olvidar al Niño Dios recostado en la pobreza de un pesebre.
No me gusta que en sus dudas, estos tres personajes, hayan consultado a los grandes, creyendo que son los grandes los que tienen la verdad.
No me gusta que los tres famosos Reyes Magos que van buscando al Dios recién nacido, hayan ido a consultar a la poderosa institución política y religiosa de Jerusalén. ¿Acaso no son precisamente los pobres, los excluidos, los marginados, los mejores sacramentos que revelan y manifiestan la verdad del Evangelio y de Dios? ¿Por qué no preguntaron a los sencillos pastores que fueron los primeros en descubrir el camino?
No me gusta que los Reyes Magos piensen rendir homenaje al Dios acostado en un pesebre, ofreciéndole los signos de la riqueza como es el “oro”, cuando precisamente Dios se está revelando, encarnando en la pobreza y en los pobres. ¿No era él suficientemente rico y sin embargo había elegido la pobreza: “hacerse pobre”?
Como tampoco me gusta que le hayan llevado el “incienso”, como signo de reconocimiento de alabanza y homenaje a los de arriba, cuando precisamente Dios se revela en la sencillez y en la humildad, rebajándose hasta “hacerse uno cualquiera”.
No dejemos tampoco que hoy, sean los niños los que nos roban al Dios de la Epifanía.
No dejemos tampoco que los regalos, los camellos y los tres barbudos, nos roben la presencia de Dios en medio de nosotros.
Que no es la Fiesta de los Reyes, de los grandes, sino la fiesta de un Dios hecho Niño, manifestándose al mundo en la pobreza de los que tampoco hoy tienen casa, de los que también hoy las ciudades escupen hacia fuera y los convierte en marginados y excluidos.
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