Los textos del tiempo navideño resaltan el lugar de María en la obra de la salvación y el testimonio que nos da en tanto que primera creyente.
Nacido de mujer
Pablo es escueto, pero contundente, sobre María. Subraya la condición humana del Hijo de Dios, elemento central de nuestra fe, recordando que «envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer» (Gál 4, 4). Con eso entró en la historia humana y desde el corazón de ella anunció el amor de Dios. El ingreso del Hijo de Dios en el devenir histórico de la humanidad pasa por el sí, y por el cuerpo, de la joven judía llamada María.
Los pastores de Belén hallaron al niño Jesús, junto a su madre y a José, acostado humildemente en un pesebre. Fueron a su encuentro debido a «lo que les habían dicho de aquel niño» (v. 17), se convierten luego en testigos del recién nacido. Todas esas reacciones alrededor de él eran importantes para su madre, ella «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (v. 19; igualmente 2, 51). El término algo general «cosas», designa la palabra profética de Dios que es también un acontecimiento. La confianza de María en Dios la condujo a aceptar ser la madre del Mesías, pero esto de ninguna manera quiere decir que su comprensión de la misión de Jesús estaba terminada.
Creer implica un itinerario y una profundización. María también debe hacer su propio recorrido, por eso medita muy dentro de ella lo que sucede y se dice en el ambiente en que viven su familia y sus amigos. A la intimidad física con el hijo de sus entrañas se une así una comunión cada vez más profunda con el cometido que Jesús debe realizar. También en nosotros la fe es un proceso, en él tendremos altibajos y claroscuros, el testimonio de María nos indica cómo avanzar en el camino hacia el Dios de nuestra esperanza. Su nombre era Jesús.
Jesús nació «bajo la ley» (Gál 4, 4), a los ocho días de su nacimiento recibe la marca de su pertenencia al pueblo judío. Y recibe también su nombre, Jesús significa «el que salva», aquel que nos ha merecido el poder llamar «Abba, Padre» a Dios. Eso nos hace libres, para Pablo como para Juan ser hijo es sinónimo de ser libre (v. 6-7).
Gracias a María, en el rostro humano de Jesús de Nazaret el Señor nos muestra su rostro radiante y nos concede la paz como lo dice la bendición que Yahvé encargó transmitir a su pueblo (Núm 6, 26). Al hacerse hombre el Hijo de Dios, convirtió a todo rostro humano en expresión de la presencia y las exigencias de Dios. En un hermoso texto la conferencia de Puebla nos invitaba a descubrir en los rostros sufrientes de los pobres los rasgos de Cristo (n. 31-39). También la conferencia de Santo Domingo nos llama a alargar la lista de esos rostros de los pobres «desfigurados por el hambre» y otros maltratos y despojos (n. 179). Ellos están ahí cuestionándonos y convocándonos a una mayor fidelidad al evangelio; meditando, al igual que María, los gestos y las palabras de Jesús en nuestro corazón, los insignificantes y excluidos de este mundo serán una epifanía (una revelación) de Dios para nosotros.
Gustavo Gutiérrez
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