02 diciembre 2016

Conversión y penitencia

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1.- UNA RAMA VERDE. “Y brotará un retoño del tronco de Jesé y retoñará de sus raíces un vástago” (Is 11, 1).El retoñar de los árboles es un milagro que se repite cada primavera. Troncos aparentemente muertos que echan brotes verditiernos, raíces perdidas en el fondo de la tierra que asoman reverdecidas y pujantes. Con esa imagen Dios llama a la esperanza en este período del Adviento. Isaías se dirige a los hombres de su tiempo. No todo está perdido, les dice. De ese madero carcomido y viejo brotará un vástago, de ese pueblo deportado y dividido surgirá el Mesías que salve a la humanidad entera.
Y el milagro se realizó. El más grande milagro que jamás pudo soñarse. Del tronco podrido de Jesé, de la humanidad caída y muerta, brotó el hombre más perfecto de todos, el que al mismo tiempo es perfecto Dios… Cristo Jesús nació en medio de la noche. El recuerdo de este hecho crucial para todos, nos ha de reanimar, nos ha de despertar de nuestro sueño, nos ha de impulsar a la esperanza, a mirar una vez más con amor y confianza a esa rama verde, Cristo nuestro Señor, que brota pujante del añoso tronco de Jesé.

“En aquel día, el renuevo de la raíz de Jesé, se alzará como estandarte para los pueblos, y le buscarán las gentes, y será gloriosa su morada” (Is 11, 10). De este modo contempla el profeta en el horizonte de la historia a ese brote nuevo que se alzará como bandera de salvación. Todas las gentes le buscarán, pues sólo en Él está la libertad, el amor, la paz, la alegría… Nosotros también queremos caminar hacia ti, cambiar nuestras rutas perdidas y orientarlas con decisión hacia donde Tú estás.
Cambiar de ruta, día a día. Mirar tu luz y ponernos en camino, sin rodeos ni demora. Es necesario estar continuamente agarrado al volante, cosido al timón de nuestra nave. Tenemos, sin remedio, un defecto en el mecanismo de nuestra dirección, e insensiblemente nos inclinamos a uno o a otro lado. El Adviento es un período de conversión, de cambio de conducta… Hemos de entrar en este movimiento que la Iglesia alienta esperanzada. Hemos de pararnos a considerar cómo marcha nuestra vida, hemos de hacer una revisión a fondo en el motor de nuestro espíritu. Ponerlo a punto, con el deseo y la ilusión renovada de caminar hacia Cristo, de vivir siempre de cara a Dios.
2.- ANSIAS DE SALVACIÓN. “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos…” (Mt 3, 2). La ansiedad de salvación que todo hombre lleva dentro de sí, escondida quizá en lo más íntimo de su ser, es un sentimiento que se agudiza cuando crece el temor y la angustia, motivados quizá por circunstancias particularmente difíciles. Eso es lo que ocurría en los tiempos en que aparece el Bautista a orillas del Jordán. Israel estaba bajo el yugo de Roma, tiranizada además por los herodianos, los descendientes del cruel Herodes el Grande que dejó su reino entre los hijos que le quedaron, después de haber matado él mismo a aquellos que más derecho tenían a subir a su trono. Eran años de intrigas palaciegas que intentaban acabar con el viejo rey, que no acababa de morir y eliminaba fríamente a quienes intentaran algo contra él, aunque fuesen los hijos de su más querida esposa, o el primogénito Antípater. Días de violencia y de terrorismo en los que la sangre corría con frecuencia por las calles, en los que la tortura y el encarcelamiento estaban a la orden del día. Por otra parte la corrupción moral llegaba a límites inconcebibles en una degradación cada vez más profunda y extendida. Por todo ello el anhelo de un salvador, la esperanza de que llegara pronto el Mesías se hacía cada vez más intensa.
No sé si será mucho decir que vivimos tiempos parecidos, o tal vez peor. Quizá sea dramatizar demasiado, cosa que no quisiera. Pero sí se puede afirmar que hay miedo en las calles, sobre todo a determinadas horas y por ciertos sectores de cualquier ciudad. Es verdad también que la sangre salta con demasiada frecuencia, y con excesiva cercanía, a las páginas de los rotativos. También podemos decir, sin exageraciones, que la degradación moral está destruyendo los cimientos de nuestro viejo mundo, que se rompe la familia, sin que haya formas adecuadas para recomponerla una vez rota. Se busca con demasiada frecuencia el placer y el confort por encima de todo y a costa de lo que sea. Sí, sin ponernos trágicos, hay que reconocer que cada día ocurren cosas de las que hemos de lamentarnos, o que hemos de temer.
Ante todo esto podemos pensar que el hombre de hoy anhela con ansiedad la salvación, ese nuevo Mesías que nos redima otra vez, sin considerar que ya estamos redimidos y que lo que hay que hacer es cooperar con Dios para hacer realidad sus planes de redención. Por ello las palabras del Bautista tienen plena vigencia. Sí, también nosotros tenemos que convertirnos, hacer penitencia y preparar nuestro espíritu para la llegada del Señor. Convertirnos y hacer penitencia. Volver a Dios, que eso es convertirse a Él. Dejar nuestra situación de pecado, o de tibieza que es peor quizá, por medio de una buena confesión de nuestras faltas. Dolernos en lo más hondo de haber pecado, proponernos sinceramente rectificar. Y luego hacer penitencia, mortificar nuestras pasiones y malas inclinaciones, prescindir de nuestra ansia de comodidad, huir del confort excesivo, contradecir alguna vez nuestro gusto o deseo. Conversión y penitencia. Sólo así haremos posible la salvación y recibiremos adecuadamente a nuestro.
Por Antonio García-Moreno

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