03 septiembre 2016

Sábado XXII de Tiempo Ordinario

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Hoy es 3 de septiembre, sábado XXII de Tiempo Ordinario.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc ‪6,1-5):
Un sábado, en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas entre las manos, las comían.
Algunos fariseos les dijeron: “¿Por qué ustedes hacen lo que no está permitido en sábado?”.
Jesús les respondió: “¿Ni siquiera han leído lo que hizo David cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y, tomando los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió él y dio de comer a sus compañeros?”.
Después les dijo: “El hijo del hombre es dueño del sábado”.
Ya fuera que arrancaran espigas en día de reposo, conversaran con los socialmente marginados o realizaran obras milagrosas, los discípulos de Jesús eran diferentes de los demás judíos. “¿Por qué no pueden ser normales?” se preguntaban seguramente muchos de los fariseos, pero no había cómo evitarlo. Al parecer, siempre cuando seguimos a Cristo, terminamos haciendo o diciendo cosas que no les parecen normales a muchos de quienes nos rodean, lo cual puede ser bueno. Darnos cuenta de que estamos llamados a ser diferentes nos ayuda a vivir nuestra respuesta a Dios con más libertad y confianza.

Pensemos, por ejemplo, en la alegría. La Escritura nos invita a ser cristianos alegres. Unas veces es más fácil que otras, sin duda, pero la alegría siempre ha sido una característica de los seguidores de Cristo. No es una emoción que dependa de las circunstancias ni algo que podamos fingir; es algo que proviene de la presencia del Espíritu Santo en nosotros, que derrama la gracia en el corazón.
Y ¿la misericordia? Muchísimos cristianos han descubierto la gracia de perdonar a quienes les han causado daño, incluso en situaciones que algunos considerarían imperdonables; sin embargo, la capacidad de demostrar misericordia, aun en medio de un profundo dolor personal, sólo puede hacerlo la gracia presente en el corazón.
Ir a misa, pasar tiempo en oración o leyendo esta meditación revela un corazón que anhela unirse a Cristo, y cuando le damos un espacio al Señor demostramos que caminar con él es para nosotros una prioridad.
Pero no se trata de reconocer estas diferencias para sentirnos “más santos” que otros, sino para avanzar en el discipulado. Si sabemos que los cristianos han de ser personas alegres, trataremos de no quejarnos tanto; si sabemos que debemos ser compasivos, haremos lo posible por perdonar las ofensas, y estaremos más inclinados a “perder” el tiempo con el Señor, sabiendo que no lo hacemos simplemente por hábito, sino por el afán de crecer más en nuestra relación con él.
Pídele hoy al Señor que te conceda la gracia de seguir sus pasos. Dile que no te importa ser diferente si es así como puedes glorificarle mejor.
“Amado Señor Jesús, quiero seguirte dondequiera me lleves y ser un buen testigo de tu amor y tu misericordia.”

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