El evangelio de este domingo nos trae sin duda uno de los textos «duros» del evangelio. No es a primera vista fácil de entender lo que quiere decirnos Jesús.
El «odio» del discípulo
El texto de Lucas comienza afirmando que el seguimiento de Jesús acarrea un odio a lo más cercanos y queridos de una persona: su familia (cf. v. 26). Texto ciertamente fuerte. Para comprenderlo, cabe señalar que el uso del verbo «odiar» de parte de Jesús remite a un semitismo, una forma de hablar propia del contorno cultural de Jesús. El significado de «odiar» sería, entonces, equivalente a «posponer», colocar en segundo lugar. Así lo traduce el texto litúrgico. En este sentido, no se nos pide cultivar un odio para con los seres más queridos. Más bien, se trata de relativizar, a la luz de las exigencias del seguimiento de Jesús, incluso los amores más naturales y legítimos. Nada ni nadie puede entrar en competencia con las demandas del seguimiento de Jesús. Todo lo que requiere la relación que tenemos con nuestros seres más queridos ha de verse a la luz de la fe en Jesús. Este es el significado del término «odio».
El «odio» solicitado (y precisado) es una necesaria condición para llevar la cruz. Llevar la cruz es, en realidad, otra manera de hablar del seguimiento de Jesús. En Lucas siempre se destaca la nota de la práctica cotidiana de llevar la cruz (cf. v. 27). Llevar la cruz, seguir el camino de Jesús, es un proceso cotidiano de múltiples decisiones y fidelidades.
Calcular los gastos
Hay otras figuras que el texto de Lucas emplea para ayudarnos a entender la seriedad y la profundidad que han de caracterizar el compromiso cristiano. El camino de la fe es semejante a un hombre que quiere construir una torre (cf. v. 28). Es semejante también a un rey que quiere dar batalla a otro (cf. v. 31). En ambos casos es necesario calcular los gastos.
Calcular los gastos no significa reducir la vida cristiana a una especie de contabilidad cuantitativa de recursos y de dinero. Esa no es la idea. Más bien, el texto nos invita a reflexionar sobre los costos, las exigencias, de la vida de fe. Si uno piensa que la fe en Jesús no va a afectar su vida profundamente, aún su vida cotidiana, no ha comprendido lo que en realidad pide el seguimiento. De ahí, la necesidad de calcular los gastos, es decir, de medir lo que el discipulado significa en el evangelio.
El texto termina (cf. v. 33) con una nota típicamente lucana: la renuncia a todos los bienes. El afán de acumular bienes, riqueza y poder, es el gran enemigo de la vida cristiana. Por eso, el costo del discipulado implica la renuncia a la búsqueda de riqueza. Nada puede competir con el seguimiento de Jesús.
Así estaremos en condiciones de acoger a los demás como a nuestros hermanos. La hermosa y no siempre bien comprendida carta de Pablo a Filemón tiene como tema la acogida fraterna. Pablo le pide que reciba a Onésimo «como a mí mismo» (v. 17). Pero va más lejos todavía, le dice que está «seguro de que hará más de lo que le pide» (v. 21). La gratuidad del amor no tiene techo. Eso nos ayuda a que nuestros caminos sean rectos (cf. Sab 9, 18).
Gustavo Gutiérrez
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