Suele ser bastante habitual que en reuniones familiares o de amigos se evite hablar de algunos temas, como política o religión, porque de entrar en ellos es casi seguro que habrá confrontación. Por eso, preferimos callarnos, porque es preferible, como solemos decir, que “tengamos la fiesta en paz”. Sin embargo, hay veces que resulta inevitable que salga el tema de la religión, de la Iglesia… y llega un momento en que ya no podemos seguir callando, y entonces saltan chispas.
Como vimos hace unos domingos, ser cristianos es responder a la llamada del Señor: Sígueme (Domingo XIII), y Él no nos oculta las condiciones del seguimiento, y las dificultades que acarrea: El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y se venga conmigo (Domingo XII). El que quiera ser cristiano debe estar dispuesto a asumir su destino, y eso incluye lo que hoy Jesús nos ha dicho en el Evangelio: ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.
Son unas palabras que chocan con la imagen que no sólo nosotros, sino la gente en general, tiene de Jesús, y que parecen contradecir su mensaje de amor, paz y reconciliación. Pero no es así.
Jesús nos hace caer en la cuenta de varias cosas a la hora de ser sus discípulos y apóstoles. En primer lugar, que ser cristiano, seguir a Cristo, es una decisión libre, la mejor decisión que podemos tomar; pero como escribió San Pablo: La fe no es de todos (2 Tes 3, 2). No todos aceptan el Evangelio.
En segundo lugar, tenemos que hacernos la reflexión que hizo San Pedro ante el Sanedrín: ¿Puede aprobar Dios que os obedezcamos a vosotros en vez de a él? Juzgadlo vosotros. Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído (Hch 4, 19-20). A nadie nos gusta ser causa de división y desavenencias, pero como señala el documento “Ser y Misión de la ACG – Llamados y enviados a Evangelizar”: No debemos situarnos en posiciones de permanente condena. Pero tampoco en un cristianismo claudicante, rebajando el mensaje cristiano para que sea digerible por el mundo actual, al mismo tiempo que somos aceptados y así “aliviamos” nuestra tensión. Llega un momento en que, en conciencia, no podemos seguir callando para no generar división.
Y en tercer lugar, hay otro aspecto que debemos recordar, y que indica San Pedro en su primera carta: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza… pero con mansedumbre y respeto (1Pe 3, 15-16). No somos polemistas, no buscamos la confrontación; la división, en todo caso, será la consecuencia de nuestro anuncio, que siempre debe realizarse con respeto hacia los demás.
¿En qué ocasiones he optado por callarme cuando entre la familia, amigos, conocidos… ha surgido el tema religioso? ¿Cómo me sentí? ¿Entiendo lo que Jesús quiere decir cuando afirma que ha venido al mundo a traer división? ¿Sé exponer mis argumentos con mansedumbre y respeto?
Como estamos llamados a ser discípulos y apóstoles, y siendo conscientes de que el anuncio del Evangelio es causa de división, puesto que no podemos callarnos y debemos realizarlo al estilo de Jesús tengamos en cuenta las palabras del Papa Francisco en Evangelii Gaudium: La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? (264)
También recordar que a veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno. Cuando se logra expresar adecuadamente y con belleza el contenido esencial del Evangelio, seguramente ese mensaje hablará a las búsquedas más hondas de los corazones (265).
Y tampoco podemos callar, aunque se genere división, porque estamos convencidos, por experiencia propia, de que no es lo mismo ha-ber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo. Por eso evangelizamos (266).
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