Hoy es 8 de agosto, lunes XIX de Tiempo Ordinario.
Deseo dejar aquí en este momento, todo lo que tengo entre manos, lo que me ocupa y quizás me preocupa para estar contigo, Señor. Muchas veces lo urgente va por delante de lo importante. Y si esto se hace frecuente, siento que algo me falta. Tiempos de sosiego y tranquilidad. Calma exterior y también interior, para la escucha desde el corazón. Para que la palabra llegue y entre hasta lo más profundo. Ahora me dispongo a acallar esos ruidos que impiden la serenidad interna que necesito. Ayúdame, Señor, a encontrarte en el silencio, a buscar tu reino, tu justicia y dejar de lado todo lo demás.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 17, 22-27):
En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos Galilea, les dijo Jesús: «Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer día.» Ellos se pusieron muy tristes.
Cuando llegaron a Cafarnaún, los que cobraban el impuesto de las dos dracmas se acercaron a Pedro y le preguntaron: «¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?»
Contestó: «Sí.»
Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?»
Contestó: «A los extraños.»
Jesús le dijo: «Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizarlos, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti.»
Dos hechos diferentes nos muestra el evangelio de hoy. Uno es el anuncio de la muerte y resurrección de Jesús. Otro se refiere al pago de los impuestos y las tasas del templo. Es una curiosa combinación de lo trascendente, lo definitivo y lo cotidiano. Quizás es una forma de mostrar que la fe es algo, al tiempo, radical y cotidiano, definitivo y presente, que tiene que ver con lo más sublime, pero que toca vivirla desde este mundo concreto en el que mi vida se desenvuelve.
El sufrimiento y la cruz desaniman y entristecen a los discípulos. En otro momento, Pedro responderá airadamente porque no quiere saber nada de la cruz. Ahora, hay menos agresividad. Hay tristeza al intuir que la cruz forma parte del camino. ¿Me ocurre a mí lo mismo? ¿Dónde busco ayuda cuando llega el sufrimiento a mi vida? ¿Y cuando pasan esos momentos, qué va quedando en mi corazón?
Es provocadora esa distinción entre los hijos y los extraños. Dice Jesús que los hijos están exentos, pero para no dar motivo de escándalo, prefiere pagar. Es el mismo Jesús, que sin embargo, va a escandalizar con muchos de sus gestos y opciones. Quizás lo que se me dice hoy, es que es mejor luchar las batallas que merecen la pena y no hacer problemas innecesarios, donde no me juego tanto. ¿Hay opciones en mi fe que pueden generar escándalo, incomodidad o rechazo?
No es un texto sencillo el que hemos escuchado. Sin embargo, como siempre la palabra nos invita a profundizar en su mensaje. Me dispongo a leerlo de nuevo, atento a aquello que más me halla impactado. Dejo reposar su mensaje, lo que el Señor quiere decirme en este momento de mi vida. Quizá el silencio me ayude. No necesito hablar, hacer planes ni programas. Sino volver al mensaje que el Señor me ha dejado en este encuentro con él.
Ya me voy despidiendo de ti, Señor, para continuar con mi actividad, para seguir la vida en lo cotidiano, siempre con apertura a acoger tus planes sobre mí, los que sean. Quiero fiarme de ti, gracias.
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p style=”text-align:justify;”>Padre nuestro,que estás en el cielo,santificado sea tu Nombre;venga a nosotros tu reino;hágase tu voluntaden la tierra como en el cielo.Danos hoy nuestro pan de cada día;perdona nuestras ofensas,como también nosotros perdonamosa los que nos ofenden;no nos dejes caer en la tentación,y líbranos del mal.Amén.
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