08 agosto 2016

Domingo 14 de agosto. Homilía

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La paz es una de las necesidades más profundas que experimenta el ser humano. La paz es uno de los dones más preciados y sabrosos en la convivencia humana. “Bienaventurados los pacíficos”. Una persona pacífica y pacificadora, mediadora de conflictos, es un don en la comunidad. 
Las religiones, ¿han traído a la humanidad paz o violencia? El cristianismo, ¿ha contribuido a la paz o a la guerra? (Silencio). Muchas personas culpan a las religiones y, en concreto, al cristianismo de numerosas violencias y guerras que han tenido lugar a lo largo de la historia de la humanidad. Es verdad que en la historia de la Iglesia hay algunos capítulos negros en este sentido. Pero esos momentos desafortunados se han debido a una falsa interpretación de la doctrina de Jesús. De ninguna forma se puede fundamentar la violencia y la guerra en el Evangelio cristiano. Entonces, ¿cómo interpretar el texto evangélico, que suena tan fuerte? 

Jesús es el que «inicia y consuma nuestra fe». A él hay que acudir para responder. Jesús no era un buscapleitos; no buscó el conflicto; no fue enemigo de nadie. Sin embargo, su vida estuvo sembrada de conflictos y le nacieron los enemigos por todas partes. Él mismo fue víctima del conflicto. Jesús no predicó ni practicó la exclusión; todo lo contrario, su propósito fue siempre la inclusión, la creación de comunidad, la promoción de la convivencia. No es extraño que, con esta experiencia, pronunciara las palabras que nos transmite el texto evangélico hoy. Entonces, ¿por qué el conflicto que desencadena su presencia? 
Hay dos clases de conflictos. Hay un conflicto de poder, resultado del ansia de ser más, de tener más poder, de dominar… La mayor parte de los conflictos en la historia y en las comunidades son de esta naturaleza. “A ver quién manda aquí”. Éste no es el conflicto evangélico que Jesús predica. Jesús invita a sus discípulos a ser servidores, no a ser señores. Y hay un conflicto de fidelidad. Tiene lugar cuando una persona o unas personas se mantienen fieles a los valores humanos y evangélicos. Esto no suele suceder sin oposición, sin resistencia. Esto da lugar al conflicto en la familia, en la comunidad, en la sociedad. Esta fidelidad le atrajo a Jesús la oposición de fariseos, escribas, autoridades religiosas y civiles… hasta la muerte. Este fuego de la fidelidad en la justicia, en el amor, en la solidaridad, en el perdón… es el que Jesús vino a traer a la tierra. 
Renunciar a esos valores para eludir el conflicto es entrar en un falso pacifismo, comprar una falsa paz a un alto costo. Y entonces se pretende que el mal y el bien convivan juntos sin hacerse problemas, que la fe cristiana conviva con la injusticia y el odio, que casi todo de lo mismo. Esta neutralidad no es virtud evangélica. No puede dar de sí una paz duradera. En un mundo de pecado, el cristiano está llamado a luchar contra la violencia y la guerra, pero no con la violencia y el odio, sino con la verdad, con la fidelidad, con la justicia, con la solidaridad con los más débiles. 
Felicísimo Martínez Díez, O.P. 

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